Y después de la visita del Papa a Cuba, ¿qué pasará? Inevitablemente los medios de comunicación han comparado este viaje pontificio al del 79 a Polonia, que puso en movimiento una reacción en cadena con consecuencias revolucionarias para el Este europeo.
Ciertamente Cuba no es Polonia. La Iglesia católica en la isla no cuenta con la presencia, tradición y fuerza de la Iglesia polaca. El catolicismo cubano, ya antes de la revolución castrista, experimentaba una baja práctica religiosa. Por otra parte, la condición geográfica de la isla hace que la presencia del Partido sea omnipresente y el control casi total. Al mismo tiempo, hay que reconocer que la acogida que ha recibido el Pontífice ha sido muy superior a la esperada. Millones de gentes, que hace tan sólo dos años no se atrevían a ir a misa, se han echado a las calles para saludar al Santo Padre. No es demasiado osado afirmar que habrá un antes y un después de la peregrinación papal.
Joaquín Navarro-Valls, en declaraciones transmitidas por Radio Vaticano, ha respondido precisamente al interrogante que plantea el después. El portavoz del Papa considera que el milagro de Cuba ya se ha producido. Desde el punto de vista de la Iglesia, el después implicará que la familia católica (y, luego, la que no es católica) sea más estable; que el nivel ético personal suba de calidad, que las exigencias sociales del ciudadano se vivan con más caridad y más convicción.
Esta nueva revolución espiritual y moral que ha traído consigo Juan Pablo II, según Navarro-Valls, será el fundamento de una reforma social cubana. «De lo contrario —explica—, sería una esquizofrenia. Una forma de vivir ciertos valores éticos a nivel individual y, sin embargo, socialmente vivir de manera totalmente diversa».
El Pontífice estaba convencido de que si Cuba lograba respirar, aun sólo unos días, surgiría una nueva atmósfera de libertad, de confianza recíproca, de justicia social y de paz duradera.