Hasta quedar saciados - Alfa y Omega

Hasta quedar saciados

Sábado de la 5ª semana del tiempo ordinario / Marcos 8, 1-10

Carlos Pérez Laporta
Milagro de los panes y los peces de Juan de Espinal. Foto: Ayuntamiento de Sevilla.

Evangelio: Marcos 8, 1-10

Por aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en ayunas, van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos». Le replicaron sus discípulos:

«¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?». Él les preguntó:

«¿Cuántos panes tenéis?». Ellos contestaron:

«Siete».

Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús pronunció sobre ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también.

La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil y los despidió; y enseguida montó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

Comentario

Jesús llama a sus discípulos para mostrarles su preocupación. Quiere apoyar sobre ellos su alma. Quiere compartir con ellos el peso de su amor por las personas que le siguen. Palpita en sus palabras la voz de Dios que busca a Adán gritando «¿Dónde estás?» (1ªL). El corazón de Dios nos sigue inquieto por todos nuestros caminos: «Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos».

Los apóstoles, abrumados, responden con impotencia ante una preocupación tan exhaustiva y extensiva: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, para saciar a tantos?». Creo que los sacerdotes hacemos una experiencia parecida cuando alzamos el cuerpo y la sangre de Cristo, antes de la comunión: «Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…, dichosos los invitados a la cena del Señor». Es casi forzoso detenerse, a media frase, antes de prometer la dicha a toda la gente que pretende comulgar. Especialmente cuando uno conoce las historias de su comunidad, los sufrimientos concretos de cada persona, es inevitable no suspender por un instante casi imperceptible la frase, y preguntar al Señor: ¿Llegará tu cuerpo, Cristo, a generar verdadera dicha en toda esa gente? Al tomar este pan, ¿los saciarás? ¿Los harás realmente bienaventurados y dichosos?

Después, uno cae en la cuenta de que no fuimos nosotros, sino Jesús quien «dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran». El pan que nosotros servimos está potenciado por su palabra. Él está presente. Por eso la gente puede comer «hasta quedar saciada».