Tras años de decepciones de España en Eurovisión, el pasado sábado Chanel Terrero logró un meritorio tercer puesto en Turín con la pegadiza y banal SloMo. Con un dominio absoluto del escenario, la cantante y bailarina de origen cubano solo quedó por detrás de Reino Unido y de Ucrania, que se hizo con la victoria con un apabullante apoyo popular.
Era esperable que, en plena invasión rusa, la banda Kalush Orchestra se alzara con el micrófono de cristal, aunque su canción Stefania no fuera la mejor. Se trata de un concurso de música, es cierto, pero para muchos ciudadanos de a pie su voto quizá era la forma de decir al pueblo ucraniano que están a su lado y pedir a los gobiernos que tomen nota y actúen.
Más que hablar de injusticia o denunciar los intereses políticos del festival por el ganador –como están haciendo algunos–, convendría detenerse en lo que ha ocurrido con la candidata española. Aunque al principio fue despreciada, Chanel se dedicó a trabajar. Ahora todo son halagos y, desde una trinchera y la de enfrente, intentan politizar el histórico resultado… Así sí que nos merecemos cero puntos.