Europa sin Merkel - Alfa y Omega

Tras cuatros mandatos consecutivos y 16 años en la cancillería, Angela Merkel se despide, dejando tras de sí un vacío y una incertidumbre. Quién hubiera dicho, al inicio de su trayectoria política, que aquella doctora en Física, venida de Alemania Oriental, dejaría tal huella en toda Europa.

A diferencia de otros líderes de su partido como Konrad Adenauer o Helmut Kohl, que procedían de Renania y que, por haber sufrido la guerra, entendían con naturalidad la necesidad de la unidad europea, Merkel venía del otro lado del telón de acero.

Poco después de su nacimiento su familia viajaba a Alemania Oriental, algo inusual cuando tantos alemanes emprendían el camino en sentido contrario, rumbo a occidente. Su padre, un hombre de fe, pastor protestante, había aceptado el destino que su Iglesia le proponía al frente de un centro de formación, donde residían también personas con discapacidad. En el verano de 1961, cuando volvían de visitar a la familia materna en Alemania Occidental, se iniciaba la construcción del Muro. Esas serían sus últimas vacaciones con su abuela. «Mi madre lloraba», recordaría Merkel. Tenía entonces 7 años.

Al otro lado del Muro, la futura canciller se dedicó a estudiar y aprendió a guardar silencio. Decidió graduarse en Física, por la libertad y la objetividad que esta le ofrecía, a diferencia de las ciencias sociales. Su discreción y su aparente desinterés por la política hicieron posible que prosiguiese con sus estudios, defendiese su tesis doctoral y encontrase un empleo en la Academia de Ciencias de Berlín, donde trabajaba en noviembre de 1989.

Tan solo dos años después, Merkel era diputada y ministra del Gobierno del canciller Kohl. Sus años de silencio en la RDA, seguidos de esa meteórica carrera política en la Alemania libre, explican el énfasis con el que a menudo se refiere al valor de la libertad: «La libertad es la alegría del éxito, el florecimiento del individuo, la celebración de la diferencia, el rechazo de la mediocridad, la responsabilidad personal». «La libertad es la experiencia más feliz de mi vida. Nada me llena más de entusiasmo, me impulsa más lejos, me hace sentir más optimista que el poder de la libertad».

La llegada de Merkel a la cancillería coincidió con un tiempo de crisis sin precedentes en la Unión Europea. En 2005 fracasaba el Tratado Constitucional, dando paso a una incertidumbre que solo en parte se superaría durante la presidencia alemana, con la negociación del tratado finalmente firmado en Lisboa. Después, la respuesta de la canciller a la crisis financiera iniciada en 2008 y su énfasis en la austeridad le valieron las críticas de muchos europeos que acusaron a Alemania de sacar provecho de la crisis y retrasar la recuperación, imponiendo un sacrifico excesivo a los países del sur. En 2015, su decisión de abrir las fronteras a cerca de un millón de refugiados le valió de nuevo duras críticas fuera y dentro de Alemania, y dio alas a AfD, que en 2017 entraba por vez primera en el Parlamento alemán.

De la gestión de estas crisis se ha dicho a menudo que a la canciller le faltó una aproximación más europea, menos intergubernamental. También ese reflejo europeo se ha echado en falta en ocasiones en relación con la política alemana hacia China o hacia Rusia. Pero también es cierto que es imposible entender su política europea al margen de los límites impuestos por la política alemana y el ala derecha de su partido. Conviene recordar las reticencias con las que la opinión pública alemana había apoyado la unión económica y monetaria en los años 90, siempre en el entendimiento de que no habría rescates. Al final, en el momento más delicado, la canciller apostó por el mantenimiento de Grecia en la eurozona y evitó el desastre. Conservó el legado europeo que había recibido.

En los últimos años, la retórica europea del presidente Macron no ha encontrado reflejo en Berlín. La canciller nunca ha presentado su plan para el futuro de la Unión, no ha defendido el sueño de una Europa federal. Su estilo es muy diferente. Ante cada crisis, Merkel ha optado por el pragmatismo, por el compromiso. Estudiar los asuntos en detalle, escuchar a todos, mantener las opciones abiertas hasta el final y negociar sin descanso. Conservar lo recibido y seguir construyendo Europa, paso a paso. Así lo ha hecho en su último mandato, el más europeo de los cuatro, al invertir su capital político para responder a la pandemia y sacar adelante el Fondo de Recuperación, haciendo realidad lo que parecía impensable, la emisión de deuda mancomunada por parte de la Unión Europea.

Al final de su camino, la canciller Angela Merkel nos deja un legado europeo que ha contribuido a conservar y a desarrollar. Y también, el recuerdo de un estilo de hacer política inusual en nuestros días: un énfasis en la discreción, en el trabajo duro, un aire de sobriedad y una aparente ausencia de ego. Muchos europeos la echaremos de menos.