Etapa 3: Pamplona. «El Camino es una catequesis vivencial»
El Camino de Santiago de Alfa y Omega entra en Pamplona, la primera gran urbe de la ruta jacobea. Nos recibe César González Purroy (Pamplona, 1967), delegado del Arzobispado de Pamplona y Tudela para el Camino de Santiago, que defiende la importancia de la peregrinación a la tumba del apóstol para la Iglesia de Occidente. En una Europa cada vez menos cristiana, «la acogida de peregrinos es una de las grandes bazas que le queda a la Iglesia»
¿A qué se dedica un delegado de peregrinaciones?
Básicamente es un cura que tiene encomendado animar a los demás párrocos a atender pastoralmente todo lo que rodea el Camino de Santiago. El cargo en sí no tiene mucha repercusión ni mucho presupuesto, pero creo que merece la pena atender esta realidad.
¿Por qué?
El Camino no deja de ser una especie de parroquia itinerante a cuyos fieles les queda un recuerdo bastante significativo para el resto de sus vidas. Da mucho fruto. Si un peregrino que sale de Saint-Jean-Pied-de-Port, o de donde sea, se va llevando una referencia religiosa de cada una de las parroquias o de los albergues por los que pasa, pues al final la ruta es como una especie de catequesis vivencial o de retiro de verano.
¿Qué importancia tiene entonces que la Iglesia se involucre en la acogida de peregrinos?
Mucha. La acogida es una de las grandes bazas que le queda a la Iglesia en occidente. En muchos lugares está perdiendo terreno, pero si hay un sitio donde está por derecho propio es en el Camino de Santiago. De lo contrario, se iría llenando de nuevas pseudoespiritualidades. Tenemos un ámbito magnífico para colocar ese gran producto que es la vida cristiana, la tradición de la Iglesia, el culto de nuestras capillas…
Desde mi experiencia, en todos los sitios en los que se ha animado a los párrocos a involucrarse y estos han respondido, siempre se recoge mucho fruto.
En sus dos respuestas precedentes me habla de frutos…
Sí, lo que pasa es que los frutos de vida cristiana no se pueden cuantificar. Además, sobre todo se benefician de ellos en los lugares de origen de los peregrinos. Por dar algún dato: las estadísticas de antes de la COVID-19 hablan de entre 18.000 y 20.000 profesores universitarios que hacen el Camino todos los años. Recuerdo, por ejemplo, a uno de Boston que peregrinó a Santiago y después volvió con su mujer, pagándose ellos el billete de avión, para hacer de voluntarios en un albergue.
Con los peregrinos surge enseguida la conversación espiritual. Una de las últimas veces que fui a Zabaldika, al albergue que tienen las monjas, vestido de cura, una irlandesa me abordó y a los diez minutos ya me estaba contando su crisis de fe. Hay una especie de predisposición —que yo creo que viene del Espíritu Santo—, a que la gente se suelte y hable de todos esos temas que suelen ser un tabú en sus vidas.
Y luego es muy enriquecedor también para las parroquias. Cuando vivía en Viana, el último pueblo de la parte navarra del Camino, teníamos un pequeño albergue y cada noche cenábamos con unos 15 peregrinos de todo pelaje, desde transeúntes hasta obispos.
Tal y como están las cosas, coronavirus y peregrinación parecen antónimos. ¿Qué expectativas tiene de cara al Año Santo Compostelano?
Esto cambia tanto y tan rápido, que es imposible tener expectativas. La semana pasada, por ejemplo, hablé con don Francisco [arzobispo de Pamplona] porque todos los años tenemos una reunión con los que participamos de la atención pastoral del Camino y la hemos tenido que posponer por la COVID-19.
Yo creo que todo esto nos enseña, en primer lugar, a vivir al día y también que el cielo es el que manda. El hombre moderno se ha creído el dominador del mundo, pero al final un pequeño microbio ha puesto en jaque a 7.000 millones de personas. Debemos acostumbrarnos a que nuestros planes se puedan trastocar en cualquier momento y a que el cielo es el que manda. Lo importante, ahora mismo, es cuidarnos los unos a los otros.