Estoy a la puerta y llamo - Alfa y Omega

«Si alguien echa agua sobre tu cabeza tienes que mover los brazos y las manos para que pueda mojar todo tu cuerpo. No basta con dejarla caer». Puso los dedos encima de su pelo y movió las manos, simulando la lluvia. Después se tocó los brazos y las piernas. «En África decimos esto». Hablamos de la importancia de que cada uno ponga de su parte. No esperar que los demás lo hagan todo por ti.

Llevábamos semanas ayudándole a buscar una habitación de alquiler. Más de 60 intentos. Él anotaba números de habitaciones. Hacíamos la llamada los dos juntos. Me presentaba. La conversación era agradable. Al decir el nombre del chico o responder a la pregunta de su procedencia se echaban atrás. Hemos escuchado en estos días, casi a diario, frases como: «No quiero extranjeros en el piso»; «estas personas solo dan problemas»; «suelen destrozarlo todo»; «aunque esté con chicos de su edad, no podrá conectar con ellos. Son estudiantes universitarios»; «no se entenderán»; «¿qué tipo de problemas tiene?». Tras cada conversación él iba bajando la cabeza. Solo había posibilidad en las habitaciones que no ofrecían contrato. No es el único. Otros compañeros se encuentran en la misma situación.

Uno de esos días trajo una maqueta de una casa que había diseñado y fabricado. Bromeamos y dijo que, si no encontraba nada, tendría que meterse allí. Tiene una gran habilidad. Es capaz de transformar un trozo de cartón en una obra de arte. La enseñó con orgullo. Era desmontable. Me explicó dónde colocaría las habitaciones, los baños y la escalera para acceder a las distintas plantas.

—No te preocupes, conseguirás una.

Y así fue. Logró una visita. Le gustó la casa y el dueño estaba dispuesto a hacerle un contrato.

—Gracias por todo lo que hacéis por mí. Vosotros sabéis más que yo.

—Avanzamos juntos.

Comentamos la suerte que teníamos de conocernos, ser diferentes y aprender unos de otros. «Nadie sabe todo», decía él. Y para eso, concluimos, es necesario tener buenas raíces. Como los árboles centenarios. Para recordar quién eres, no caer ante la adversidad y afrontar cualquier circunstancia. Incluso una pandemia.

Quizá, algún día, pueda diseñar su propia vivienda y construirla sobre roca. Sin cerrojos. Con paredes de colores. Casa abierta, amiga. Donde se abre al que llama y en la que todos tienen lugar.