Esta misionera es referente en tratar la úlcera de Buruli
Con motivo del Domund, OMP reconoce la labor de Julia Aguiar durante casi 50 años en Benín. Formó a médicos de todo el país y atiende a pacientes de fuera
En fon, una lengua local del sur de Benín, Gbèmontin significa «donde se encuentra la vida». Es el nombre que eligieron las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor para el dispensario que crearon en 1986 en Zagnanado. Hoy, es un centro conocido internacionalmente en el tratamiento de la úlcera de Buruli gracias a la labor de Julia Aguiar, natural de Orense, que lo dirige desde entonces. Su labor le ha valido el Premio Beata Pauline Jaricot, que Obras Misionales Pontificias le entregó el pasado viernes en vísperas de la Jornada Mundial de las Misiones (Domund) que se celebra este domingo.
Supone reconocer «toda una vida dedicada a los demás» y el hecho de que Aguiar es «una auténtica referente en el mundo de las enfermedades tropicales desatendidas y especialmente en la úlcera de Buruli», aplaude desde una entidad no católica Beatriz Gómez, técnico encargada de Benín de la Fundación Anesvad, que colabora con Gbèmontin desde 2002. «Es muy conocida y personas de todo el país e incluso de otras naciones», como las vecinas Nigeria y Togo, «se han desplazado para ser tratadas en su centro».
El Premio Beata Pauline Jaricot, que recibe Aguiar, reconoce a misioneros que hayan destacado en su labor. Junto a él se entrega el Premio Beato Paolo Manna a quienes difundan las misiones. Este año recae en Eloy Bueno, catedrático de la Facultad de Teología de Burgos y gran experto en misionología.
Aguiar llegó a Benín hace 49 años, cuando los camilos pidieron enfermeras para un nuevo centro en 1976. Aterrizaron en plena revolución marxista, cuando otros muchos se iban. Pronto se enfrentaron a una extraña enfermedad, bastante frecuente, que causaba úlceras en la piel que acababan destruyendo músculos y huesos. Además del sufrimiento, el miedo llevaba a la sociedad a marginar a los enfermos. Amelia Blázquez Jiménez, misionera y compañera de Aguiar en el hospital durante casi 30 años, relata que «en ese momento apenas se conocía la úlcera de Buruli», causada por una microbacteria de la familia de la tuberculosis y la lepra.
Pero Aguiar se dedicó en cuerpo y alma a combatirla y para ello fundaron Gbèmontin. «Es de las primeras personas que empezó a operarla», señala Gómez. La prioridad era limpiar perfectamente las heridas para evitar infecciones; algo sumamente doloroso. Pero, además, la misionera «siempre ha sido muy hábil con la cirugía y empezó a hacer trasplantes de pequeños trozos de piel del mismo paciente» para curarlas, relata Blázquez. «Daba resultado y siguió con zonas cada vez más grandes». Terminó desarrollando una técnica para cortar en otras zonas finas tiras de piel superficial —para que se renueven fácilmente—, que estiraba y colocaba formando una red sobre la llaga, de forma que al crecer se regenerara una superficie mayor. El último paso es la fisioterapia para recuperar la movilidad. «Hace que algo complicado sea simple», incluso con las limitaciones de un país empobrecido, aplaude su excompañera. «Todo lo teníamos que pedir al exterior». En momentos de crisis, como el estallido de la guerra de Ucrania, medicamentos esenciales se retrasaban hasta diez meses.

En paralelo al desarrollo de los tratamientos, también con ayuda exterior Gbèmontin —propiedad de la diócesis de Abomey aunque lo gestionan las religiosas— comenzó a ampliarse con habitaciones y quirófanos hasta ser reconocido como hospital, con su propia escuela de enfermería. Su éxito llamó la atención del Programa Nacional de Tuberculosis y las universidades empezaron a interesarse por esta enfermedad. «Médicos de todo el país venían para aprender y hoy la tratan así en otros centros», afirma Natividad Sánchez, otra compañera. También suscitó el interés de la OMS y del Instituto de Medicina Tropical de Amberes (Bélgica), que enviaba profesionales «desde Bruselas a recoger muestras para investigarlas allí».
Esto no habría sido posible sin la entrega de Aguiar, que nace de su vocación: «Está totalmente dada a los enfermos», tengan la dolencia que tengan. «Pasaba una noche de guardia, luego trabajar todo el día y volvía a hacer guardia, un día tras otro. Tampoco se acostaba si tenía algún enfermo grave». Su escaso tiempo libre lo pasaba estudiando. Enfermera por estudios, una universidad de Italia le concedió el título de Medicina por su formación autodidacta. Y, en 2009, la Universidad de Nápoles la nombró doctora honoris causa.
10,35 millones de euros aportó España al Domund en 2024 para 2025. Fue el segundo país más generoso.
5.624 españoles en la misión. A ellos se suman 4.024 que hacen animación misionera aquí; en total, 9.648.
El mensaje para este Domund fue el último texto del Papa Francisco. León XIV lo ha actualizado con un vídeo en el que asegura que cuando fue misionero y obispo en Perú «vi de primera mano cómo la fe, la oración y la generosidad manifestadas en esta Jornada pueden transformar comunidades enteras».
1/3 de bautizos se dan en los 1.131 territorios de misión. Ahí también está el 30 % de obras sociales católicas.
Sin embargo, al no disponer de la titulación exigida por las autoridades, desde hace un par de años no opera ella, sino que cuenta con cirujano externos. Frente a esta y todas las demás dificultades, su actitud es que «no tenemos derecho a abandonar», como afirmó ella misma hace tiempo, tajante, a OMP. El significativo nombre de Gbèmontin «exige no bajar jamás los brazos, aunque se pueda sentir la fatiga». Pero «obliga también a reconocer que es Otro quien nos lleva. No somos Dios».