Está en juego el hombre - Alfa y Omega

Un bozal para monseñor era el título del artículo que dirigía el viernes, desde su blog, el portavoz de la Junta de Andalucía, Miguel Ángel Vázquez, al obispo de Córdoba. Monseñor Demetrio Fernández había amanecido en la diana, con una noticia en el diario El País, donde se decía que «el obispo de Córdoba carga contra la ideología de género en una pastoral». En Hoy por hoy, de la Cadena Ser, se acusaba al prelado de fomentar actitudes que, durante mucho tiempo, han obligado a las mujeres a soportar en silencio la violencia machista. A lo largo del día, la campaña fue ganando en agresividad en algunos medios digitales.

Los lectores u oyentes de los medios del Grupo Prisa que se molestaran en leer la carta del obispo, La ideología de género rompe la familia, tuvieron que quedar defraudados. Don Demetrio —en uno de tantos pronunciamientos de obispos españoles sobre esta cuestión, en el contexto de la fiesta de la Sagrada Familia— retomaba el reciente discurso del Papa a la Curia romana, en el que, a su vez, Benedicto XVI citaba al gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, y su respuesta frente al proyecto de ley que va a redefinir el matrimonio en Francia. Con el llamado matrimonio homosexual, la complementariedad de sexos para la procreación y la educación de los niños deja de ser un elemento definitorio de esta institución, pilar de la familia, y, por tanto, de la sociedad. Pero más allá de esto, «en la lucha por la familia está en juego el hombre mismo», decía el Papa. Si, hasta ahora, se sobrentendía que la naturaleza humana es relacional y tiene una fuerte dimensión comunitaria, ahora el hombre es puro individuo, que se sirve de los demás para satisfacer sus necesidades, afectivas o del tipo que sea. Entrevistado la pasada semana por el diario católico La Croix, el rabino Bernheim recalcaba que la principal víctima de esta ideología es el niño, «que pasa de la condición de sujeto», con unos derechos inherentes, «a la de objeto sobre el que algún tercero tiene derecho».

El portavoz Vázquez retiró días después su ofensivo titular, pero no el fondo de sus críticas. En su razonamiento, afirmar que la condición de hombre o mujer es algo que le viene dado al ser humano equivale a negar «la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres». A partir de esta premisa, el representante de la Junta despotrica: «El jerarca eclesial prefiere la sección femenina, las amas de casa serviles y sumisas a sus esposos, ese arquetipo de la mujer, mujer que tanto defiende la derecha. La posición del obispo no puede ser más reaccionaria, se adentra hasta el tuétano en los terrenos de la misoginia, el machismo y la discriminación… El alejamiento del pensamiento católico de la realidad social se hace cada vez más insalvable (y más insufrible)».

El tono cuadra con la actual deriva del PSOE, que anuncia que, en su conferencia política de octubre, propondrá revisar los Acuerdos con la Santa Sede, de modo, por ejemplo, que los padres que lo deseen pierdan el derecho a que sus hijos reciban enseñanza de Religión en las escuelas.

Otra relación que se replantean los socialistas es con el mundo de ETA-Batasuna. Tras importantes acuerdos entre el PSOE y Bildu en el Ayuntamiento de San Sebastián y en la Diputación de Guipuzcoa, el Secretario General de los socialistas de Álava apuesta por «pasar página»; afirma que el entendimiento «con la izquierda y los progresistas» es «lo razonable», y denuncia que, en el pasado, hubo «pactos indebidos con la derecha», refiriéndose al apoyo gratis et amore que dio a Patxi López el PP.

La Gaceta expresaba, en un reciente editorial, una opinión cada vez más generalizada. «Es hora de preguntarse si el PSOE necesita una verdadera refundación o si, por el contrario, hay que dar por perdida esta opción y esperar la constitución de un verdadero y coherente partido nuevo que venga a llenar el vacío dejado por este PSOE desnortado. España necesita dos grandes partidos nacionales, sí; pero no necesariamente éstos».

Lo que se olvida decir

El gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, arremete contra el controvertido proyecto de ley sobre el matrimonio y la adopción por parte de parejas homosexuales. Lo ha hecho en un documento de veinticinco páginas enviado al Presidente François Hollande, y al Primer Ministro, Jean-Marc Ayrault. «No hay coraje ni gloria en votar esta ley», escribe Bernaheim, en su larga reflexión que lleva por título Matrimonio homosexual, paternidad y adopción entre personas del mismo sexo: aquello que se olvida decir. Para la máxima autoridad hebrea en Francia, «el matrimonio gay es un proyecto de ley basado más en los eslóganes que en los argumentos, y que se ajusta al ámbito de los bien pensantes por miedo a los anatemas. (…) Un gran número de nuestros conciudadanos entiende la reivindicación del matrimonio homosexual como un último paso en la lucha democrática contra la injusticia y la discriminación, en continuidad con la conducta en contra del racismo». Así,
«en nombre de la igualdad, de la apertura de mente, de la modernidad, del buen pensamiento dominante, se nos pide que nos preguntemos sobre uno de los fundamentos de nuestra sociedad».

Lo que verdaderamente constituye un problema es «el daño que causaría al conjunto de nuestra sociedad, en provecho sólo de una pequeña minoría, dado que serán confundidos irreversiblemente tres conceptos: las genealogías, al sustituir la parentalidad a la paternidad y la maternidad; el estatuto del niño; las identidades, ya que la sexualidad como dato natural de hecho estaría obligada a desaparecer frente a la orientación expresada por cada uno, en nombre de una lucha contra las desigualdades, erradicando las diferencias».

Bernheim se sitúa entre los que piensan que «el ser humano no se construye sin estructura, sin orden, sin estatuto, sin reglas; que la afirmación de la igualdad no implica nivelar las diferencias; que el poder de la técnica exige no olvidarse nunca de que el ser es un don, que la vida nos precede y tiene sus propias leyes». En esta perspectiva, el líder judío quiere «una sociedad en la que la modernidad ocupe su lugar, sin que sean negados los principios fundamentales de la ecología humana y familiar; una sociedad en la que la diversidad de las formas de ser, de vivir y de desear sean aceptadas como una posibilidad, pero sin reducirlo todo a un denominador que anule toda diferencia; una sociedad en la que las palabras padre, madre, esposos conserven su significado; una sociedad en la que los niños sean escuchados y ocupen todo el lugar que les corresponde, sin convertirse en objeto de posesión». Finalmente -escribe-, «deseo una sociedad en la que todo lo que sucede de extraordinario en el encuentro entre un hombre y una mujer siga siendo instituido con un nombre preciso».

L’Osservatore Romano
Traducción: María Pazos Carretero