Esta cartuja se levantó sobre tierra y sangre
En el lugar en el que hoy rezan las hermanas del Espíritu Santo, se libró una batalla en 1369 entre cristianos y musulmanes que se decantó del lado de la cruz. En agradecimiento se construyó una pequeña ermita, que después se convirtió en el hogar de los cartujos hasta 2001
En el lugar donde hoy se levanta la Cartuja de Santa María de la Defensión, de Jerez de la Frontera, se disputó una batalla. Corría el año 1369. El lugar respondía al nombre de El Sotillo. La sangre derramada pertenecía por igual a cristianos y musulmanes, que se disputaban el lugar. La cruz venció a la media luna, al parecer «por la intercesión de la Virgen», así que los lugareños quisieron «dar las gracias a María levantando la ermita de la Defensión», explica Javier Jiménez López de Eguileta, profesor de la Universidad de Cádiz y encargado de los aspectos culturales y patrimoniales de la también llamada Cartuja de Jerez.
Pero que el templo pasara de ermita a cartuja tiene que ver con el caballero jerezano Álvaro Obertos de Valeto. «Es una figura destacadísima para este lugar y para sus moradores originales». De hecho, «los cartujos siempre tuvieron un recuerdo en sus oraciones para él, desde que llegaron al lugar en 1476», dos años después de que se iniciaran las obras, «hasta que salieron en 2001».
Obertos de Valeto «pertenecía a la élite concejil», pero según el profesor de la Universidad de Cádiz su fortuna tenía que ver con el hecho de ser «el heredero único de varios grandes linajes medievales de Jerez». Al no contraer matrimonio y por tanto no tener hijos, quiso destinar una parte de su dinero a levantar el cenobio. Era una forma de lograr en el plano espiritual esa descendencia que nunca tuvo en el natural.
Pero los cartujos no han sido los únicos moradores del lugar. Estos estuvieron presentes en dos periodos: desde 1476 hasta la desamortización de Mendizábal en 1835; y, posteriormente, «gracias a la intercesión y el deseo del cardenal arzobispo de Sevilla Pedro Segura Isáez, se restauró de nuevo la fundación en 1948 hasta el año 2001, cuando ya se fueron definitivamente». Un año después, el entonces obispo de Asidonia-Jerez, Juan del Río, pidió a las Hermanas de Belén —también dedicadas a la contemplación— que habitaran el templo. Así lo hicieron hasta marzo de 2024, cuando fueron sustituidas por las Hermanas Carmelitas Mensajeras del Espíritu Santo. Se trata de un instituto religioso femenino nacido en Brasil hace 40 años. Actualmente, son ellas las que mantienen vivo el culto católico en el lugar.




Este convive desde hace siete meses con los esfuerzos por dar a conocer también el patrimonio artístico y cultural. «Desde septiembre la cartuja se ha abierto al público en general. Pero en ningún caso hablamos de visitas turísticas. Eso en la diócesis de Asidonia-Jerez no cabe», aclara Jiménez. «Se trata más bien de un recorrido cultural que expresa y hace descubrir, por un lado, la magnificencia histórico-artística del propio edificio, pero que también recoge la vida monástica de la orden que estuvo presente durante varios siglos de forma ininterrumpida». En este sentido, por ejemplo, el visitante puede adentrarse en una de las celdas de los monjes o conocer su vida de oración.
El edificio, que pertenece casi en su totalidad al tardogótico —aunque tiene elementos arquitectónicos de otras épocas, como el renacimiento o el barroco, a raíz de las sucesivas remodelaciones—, alberga todavía mucha imaginería del escultor Pedro Roldán o de José de Arce. «También hubo abundantes pinturas de Zurbarán y de otros artistas. Pero ahora las obras están repartidas por los museos más importantes del mundo, como el Metropolitan Museum de Nueva York o el Museo de Grenoble», apunta el encargado de los aspectos culturales y patrimoniales del templo.
Junto con las esculturas, destacan los espacios. El inmueble, por ejemplo, tiene tres claustros diferentes. Al primero se le conoce como «claustro de padres» y, según el experto, «es imponente. En sus costados se encuentran las celdas de los monjes», organizadas por orden alfabético desde la A hasta la Z. Las estancias de los cartujos fueron diseñadas para que estos pudieran llevar una vida solitaria, sin conexión con los demás. Cada una contenía lo necesario para cubrir todas las necesidades espirituales y corporales: un pequeño refectorio, un dormitorio, un pequeño estudio, un oratorio y un huerto donde realizar el necesario trabajo del cuerpo. En el centro de este claustro se encuentra el cementerio de la comunidad. «Es una especie de recordatorio para que nunca olviden que su destino es la eternidad».
El segundo es el claustro de los legos, que es donde se sitúan las estancias de los cartujos no ordenados. «Hacían vida aparte. De hecho, tienen lugares separados también en la iglesia o el refectorio» común. Y por último está el «claustrillo», que «precisamente lo que hace es articular las principales estancias diarias de los monjes y ejerce de separador natural entre los otros dos claustros», concluye Jiménez López de Eguileta.