Ya que estamos en Navidad, mejor será hacer como que no nos acordamos, o no queremos acordarnos, de todos esos capítulos tristes de la Historia, que están al llegar, a los que se refiere Guillermo, en la viñeta que ilustra este comentario. Mejor será que nos quedemos respirando el oxígeno puro de ese casi milagroso y sorprendente acuerdo entre Washington y La Habana, gracias a los buenos oficios de la Santa Sede, acuerdo que tan feliz habría hecho a san Juan Pablo II, quien sentó las bases de tan inesperado entendimiento. Mejor será hacer como que no hemos leído lo de la salvaje matanza en la escuela pakistaní, lo de la barbarie en Sídney, lo de la madre que mata a siete de sus hijos, lo del penúltimo secuestro de niñas cristianas a cargo de los fanáticos asesinos islamistas de Boko Haram, lo de los etarras puestos en libertad nadie sabe por qué razón que pueda ni siquiera parecerlo, lo de las incitaciones impunes a la violencia de quienes hasta se ufanan de ello porque Podemos…
En este desquiciado rincón de este desquiciado mundo que se llama España, hacen mutis por el foro, el mismo día –¡qué curiosa coincidencia!–, Alfonso Guerra y Eduardo Torres Dulce. Guerra se propuso que a España no la conociera ni la madre que la parió, y puede sentirse satisfecho. Se va de rositas cuando la experiencia que sólo dan los años le ha enseñado la moderación y hasta un poquito de la humildad de las que tanto careció cuando mandaba. Eduardo Torres Dulce, incapaz de ser lo lacayo que hay que ser para llevarle la cartera a ningún baranda, se va dejando en el altar de la dignidad su rotunda afirmación: «No toleraré nunca que el Gobierno me diga lo que tengo que hacer, porque sería un delito»; y se va haciendo que la gente comente que, si hubiera en nuestras instituciones muchos Torres Dulce, otro gallo le cantara a esta querida nación…
Nos queda mucho para poder decir que hemos salido de la crisis, y ya hay más de cuatro, y de cuatro mil, que vuelven a las andadas de gastarse lo que no tienen, pero ya está el socialdemócrata de pitiminí en Hacienda para echar tierra al ahorro en las Comunidades Autónomas, y para perdonar la deuda a los que no saben hacer otra cosa que endeudarse, que ya pagarán los cantamañanas de los contribuyentes; así que los buenos gestores, sensatos y responsables, tienen que lamentar que «es impresentable que el Estado vuelva a ayudar a las Comunidades que no han cumplido el déficit». No hay insolidaridad que valga; lo que hay es injusticia pura y dura. Y para suprema injusticia, la que denuncia la eurodiputada doña Teresa Jiménez Becerril que, con toda razón, se rebela «viendo cómo, por culpa de tanta premura y voluntad de favorecer a los bestias asesinos de niños, los ciudadanos están dejando de confiar en la Justicia», y con no menos razón se pregunta: «¿Por qué será que, en la mayoría de los casos en que hay que interpretar condenas de los presos de ETA, se hace de espaldas a las víctimas?».
Y, mientras la Junta de Andalucía celebra la Navidad como sabe, tratando de arrinconar la asignatura de Religión en la enseñanza, que el 87 por ciento de los padres pide para sus hijos, y mientras los ramonedas de turno encizañan la convivencia desde las columnas de El País, generalizando intolerablemente a toda la Iglesia católica algunos comportamientos intolerables, y mintiendo al afirmar «la impunidad de los profesionales de la palabra evangélica», la clarividencia ejemplar del profesor Juan Velarde, elegido con todo merecimiento Presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, alerta de que «el nuevo populismo se basa en el efecto rebaño y es corruptor». Aquí no hay más tontos con balcones a la calle porque no se entrenan; y ha llovido ya lo suyo desde que Chesterton escribió que «los laicistas no han conseguido, ni conseguirán, destruir las cosas divinas, pero muchas cosas humanas, sí».
De todos modos, y en cualquier caso, para ellos y para todos, Dios sigue queriendo hacerse Niño, un año más, y nacer en el portal de nuestro corazón, que, por muy lleno de telarañas y de basura que esté, no es un portal cualquiera más, de los de usar y tirar en Internet. Como hace dos mil catorce años, se acerca a todos y cada uno de nosotros buscando acogida. ¿Encontrará posada esta vez, o volverá a ocurrir, otro año más, lo que entonces? ¡Muy feliz y santa Navidad a todos!