Menos mal que, del pulso que refleja la viñeta que ilustra este comentario, el Presidente del Gobierno de España, por fin, parece haber despertado y -más vale tarde que nunca- ha demostrado que, cuando quiere, sabe decir lo que hay que decir y hacer lo que hay que hacer. La de dolores de cabeza que se habría evitado, y nos habría evitado a todos, si hace mucho tiempo, antes de que las cosas llegaran adonde han llegado, o mejor dicho, adonde las han dejado llegar, se hubiera ido a Barcelona y hubiera hablado tan claro como lo ha hecho ahora, a buenas horas mangas verdes. Todavía está a tiempo, sin embargo, no de decir, sino de hacer más cosas, y de poner en su sitio, en el que les corresponde, a Mas, a Junqueras y a los Pujol. Sólo beneficios para España, y por tanto para esa región española que es Cataluña, e incluso para el PP y para él, se derivarían de ello.
En este alucinante y magnífico, odioso y querido país, único y diferente, un día sí y otro también, ocurren las cosas más peregrinas, y a una paradoja y a una contradicción le sucede otra más paradójica y contradictoria todavía: en una misma semana, es asesinada una mujer policía, capaz de dar la vida por defendernos a los demás, y es asesinado también un fanático de la violencia, con la excusa del fútbol, por unos cafres que lo tiran a las aguas heladas del Manzanares; la síntesis la ha hecho insuperablemente Ignacio Camacho, en ABC: «Es muy sencillo: o el fútbol acaba con los radicales, o los radicales acaban con el fútbol». Con el fútbol… y con cosas mucho más importantes que el fútbol, donde, por cierto, me acabo de enterar de que nada menos que el Real Madrid -con su pan se lo coma- ha considerado necesario quitar la cruz que campea sobre la corona del escudo de su equipo. Otras cruces en forma de injusticias provocadoras, otras comprensiones, otras subvenciones a los cafres es lo que los clubs tienen que quitar, y cuanto antes lo hagan, mejor.
En una misma semana, son democrática e incomprensiblemente elegidos, y exaltados por la mayoría de los medios de comunicación, destacados líderes de la corrupción, a pesar de ella, y más de veinte millones de kilos de alimentos son donados por los ciudadanos, en un gesto de solidaridad elocuente y difícilmente superable contra el hambre, lo que quiere decir que la hay. ¿Cómo es posible que haya gente dispuesta a matar y morir por un equipo de fútbol, en la misma sociedad que ni quiere oír hablar de dar la vida por Dios, por la fe, por la Patria, por los demás? ¿Cómo es posible que haya héroes como la mujer policía asesinada en Vigo, o los misioneros que se juegan la vida en medio del ébola, en la misma sociedad que traga y consiente, sin pestañear siquiera, el asesinato de miles y miles de niños inocentes e indefensos en el vientre de su madre? Misterios insondables de la miseria de la condición humana en esta España negra -perdón, black-.
En esta España, los intocables ya van consiguiendo, sin prisa pero sin pausa, quitarle a la admirable juez Alaya parcelas importantes del caso ERES-Andalucía; logran que pasen a ámbitos judiciales más comprensivos que, sin embargo -más paradojas y más contradicciones-, no dudan en pedir, y logran, la lógica dimisión como miembro del Consejo General del Poder Judicial, de la representante de Convergencia y Uniò que, presuntamente, se lo trae y se lo lleva crudo de Andorra, por poco que sea. Mientras tanto, los que pusieron el grito en el cielo contra el Presidente don Carlos Dívar se rasgan las togas porque hay quien, lógicamente, quiere usar la misma vara de medir con otros y otras que se llaman y apellidan ideológicamente de otra manera. O protestan, en los pasillos de Televisión Española, porque sus nuevos y más sensatos directivos toman decisiones que revelan el descarado, prolongado, intolerable y hasta ahora impune sectarismo ideológico que se respiraba por los diversos pirulís de la tele nuestra de cada día. Y hasta hay progres oficiales que escriben, en El País, claro, villancicos, siempre a destiempo, en los que critican al supermercado al que sólo pueden acceder los muy adinerados… como ellos.