Entre San Petersburgo y el círculo polar ártico
La misión claretiana española en Rusia cumple 25 años. Allí tres misioneros dirigen los estudios y dan clase en el único seminario del país y atienden en Múrmansk una de las parroquias más septentrionales de la Iglesia
«Todos los rusos queremos ir a España y usted, que es español, se viene aquí». Esta es la reacción de algún feligrés que ha tenido que escuchar Alejandro Carbajo, párroco en San Miguel Arcángel en Múrmansk (Rusia), cuando le preguntan por su procedencia al advertir un extraño acento en su ruso. Una sorpresa que incluso podríamos compartir, pues este misionero claretiano –forma comunidad con otros dos religiosos, Mariano Sedano y José María Vegas, entre esta ciudad y San Petersburgo, separadas por más de 1.300 kilómetros– vive en pleno círculo polar ártico. Con todo lo que ello supone: el frío, pero también la falta de luz. La noche polar –cuando la oscuridad domina el día– es especialmente dura.
«Estamos por la gente. Son muy buenos y agradecidos, y saben lo que nos cuesta estar aquí», explica por videollamada a Alfa y Omega. Cuando hablamos, se encuentra en San Petersburgo con Mariano Sedano. En Múrmansk está ahora José María Vegas, que es el vicario parroquial. Es mayo y todavía hay nieve. Y nevará algún día más.
Cuando en el año 2000 el entonces arzobispo de la archidiócesis de la Madre de Dios en Moscú, Tadeusz Kondrusiewicz, les encargó la parroquia, ellos ya llevaban sirviendo en el país 14 años –Sedano y Vegas aterrizaron en 1996–, fundamentalmente en el seminario interdiocesano en San Petersburgo, donde ejercen como profesores y Vegas es el jefe de estudios.
Aquel año, Mariano Sedano viajó como avanzadilla para celebrar la Pascua en Múrmansk. Lo primero que tuvo que hacer, tal y como relata, fue acudir a la Administración para que no borrasen a la Iglesia católica de la lista de confesiones, pues no se pagaban las tasas desde hacía tiempo. La segunda tarea fue pegarse al teléfono e ir llamando, uno por uno, a los lituanos –son oficialmente católicos– que tenían registrados en una lista. Muchos, tras años desatendidos, ya no se sentían católicos o solo iban a Misa cuando viajaban a su país. Con esto y con el trabajo del padre Juan Sarmiento, un claretiano argentino que fue párroco durante 17 años, se logró formar una pequeña comunidad. Habitualmente, se juntan unas 120 personas para la Pascua, mientras que a la Eucaristía dominical acuden entre 40 y 50. «La parroquia es pequeña para los criterios europeos, pero grande para los rusos», señala Carbajo.
Muchos de los fieles que llegan hasta el templo dedicado a san Miguel –en pie desde 2007–, se levantan de madrugada para cubrir las largas distancias que los separan de Múrmansk. Circunstancia a la que hay que añadir las condiciones meteorológicas extremas durante una parte importante del año. José María Vegas pone un ejemplo: «Uno de nuestros fieles se levantaba a las 04:00 horas cada domingo, tomaba un tren que se demoraba en llegar cuatro horas, a las que había que sumar otras dos y media de espera hasta la Misa. Después de la celebración, otras dos horas y el tren de regreso».
Este hombre les propuso que fueran los religiosos los que se movieran, que él reuniría a los católicos de alrededor de su zona. Cogió el listín telefónico, buscó apellidos católicos y empezó a llamar. El fruto es una comunidad en Apatity, a 180 kilómetros de Múrmansk, a donde los claretianos acuden para presidir la Eucaristía. De camino, en Monchegorsk, paran para visitar a una «abuela», tomar café con ella y darle la comunión. Rompen, de algún modo, la tristeza que siente. «Ser católico en Rusia es muy difícil, pero serlo en un lugar donde no hay templo lo es todavía más. Por eso merece la pena viajar y, en ocasiones, hacer conducción extrema», añade Carbajo.
Él y Vegas volvieron a la biblioteca donde celebran la Eucaristía en Apatity el pasado Domingo de Ramos, tras un año sin ir por la pandemia. Hubo lágrimas. «Por esta gente merece la pena hacer estos sacrificios. Son verdaderos héroes», añade Mariano Sedano. Carbajo reconoce que son «cerrados», pero que él, como «castellano viejo», se siente identificado. Eso sí, «cuando te abren la puerta de su casa, lo hacen del todo». Son de fe arraigada, bien porque se han bautizado ya mayores y saben lo que quieren o porque, siendo de tradición católica familiar, agradecen poder celebrar la Eucaristía tras muchos años sin templo.
En San Petersburgo, al margen de su trabajo en el seminario, tanto Mariano Sedano como José María Vegas acumulan tareas. El primero es consiliario de Cáritas en la diócesis desde 2001, penitenciario, delegado del obispo en los procesos de canonización y colabora en una de las parroquias de la ciudad con la pastoral infantil y juvenil. A Vegas, el obispo le encargó hace un tiempo ser el exorcista. Y trabajo no le falta, pues tiene numerosas solicitudes por todo el país, incluso entre los ortodoxos, pues el patriarca los prohibió. También acompaña a un grupo de Encuentro Matrimonial.
La tarea de este trío de españoles claretianos se completa con el diálogo ecuménico, no siempre fácil con los ortodoxos. En San Petersburgo la relación es muy fluida, no así en Múrmansk, donde en los primeros años de su presencia, el obispo ortodoxo los acusó de hacer proselitismo e incluso de satanismo.