El claretiano que va en busca de los migrantes desaparecidos - Alfa y Omega

El claretiano que va en busca de los migrantes desaparecidos

El sacerdote José Antonio Benítez es la cara visible del trabajo que la Iglesia está realizando en este campo ante la inacción de la Administración

Fran Otero
José Antonio Benítez participa en una concentración en favor de las personas migrantes. Foto cedida por José Antonio Benítez

Una de las aristas más dramáticas de las migraciones es la de los muertos y desaparecidos. Son los que reposan en los cementerios de mares y océanos. Solo en 2020 fallecieron 1.851 personas intentando llegar a Canarias, la mayor parte de ellas desaparecidas, según Caminando Fronteras, que lleva muchos trabajando en esta problemática. Allí, del contacto el pasado mes de octubre con Helena Maleno, fundadora de la citada ONG, la Iglesia decidió dar un paso adelante y ponerse manos a la obra para dar una respuesta a la demanda de información de las familias ante la inacción del Gobierno de España que, más tarde, se negaría a la creación de una oficina específica.

Así, el Secretariado de Migraciones de la diócesis de Canarias formó un pequeño grupo con el sacerdote claretiano José Antonio Benítez al frente, cuyo trabajo se han intensificado en los primeros meses del presente año. Benítez explica a Alfa y Omega que atienden solo las solicitudes que llegan de Caminando Fronteras o de instancias eclesiales, pues les ofrecen garantías de que no los están utilizando. A menudo, reporta, las mafias o redes de trata se hacen pasar por allegados para obtener información.

Así, una vez reciben la solicitud, tanto José Antonio Benítez como el resto del equipo se ponen en contacto con la Policía, Cruz Roja o el sistema de salud para comprobar si esa persona ha pasado o no por el triaje preceptivo cuando llegan a la costa. Un trabajo de investigación –ellos se consideran «buscadores»– que se complica cuando se dan nombres ficticios o los migrantes no presentan documentación. Entonces hay que acudir al número de patera –todas tiene uno–, a la edad, la nacionalidad… «Es un puzle que vamos armando. No tiramos la toalla hasta que no tenemos la certeza de que no ha llegado», explica.

No es un trabajo fácil ni una historia agradable, pues reconoce que «provoca mucha frustración». «De cada diez personas que nos piden buscar, a lo mejor encontramos a una. Es desilusionante. Lo peor que llevo es decir a las familias que no tenemos constancia de que haya llegado. Sabemos que salió rumbo a Canarias y que no está aquí. No tengo todos los datos para decir que ha fallecido ni tampoco quiero crear falsas esperanzas. Duele mucho», narra Benítez.

Una de esas historias que acaba «medio bien» fue la de una mujer embarazada, cuya patera volcó en las costas de Tenerife. Fue rescatada por Salvamento Marítimo y llevada al hospital: «Hasta que dimos con ella pasaron diez días. Ella estaba bien, pero había perdido al bebé. Todas estas historias te marcan, seas o no creyente, por ser humano. Provoca desazón, pero hay que responder».

Por eso no entiende que ni Europa ni España hagan nada al respecto. De hecho, se pregunta por las muertes y las desapariciones que habrá que contar hasta que cambien su política y entiendan que «erigir fronteras, levantar muros y vallas no es la solución». En el caso concreto de los desaparecidos, se trata de ayudar a las familias a cerrar el duelo y a llorar a sus seres queridos. «Esto no lo aguanta psicológicamente nadie», cierra.

Acogida y protección

Isabel Santana, del Secretariado de Migraciones de la diócesis de Canarias, se hizo viral hace unos días después de conseguir que Youssouf, un joven senegalés que había llegado en patera a Gran Canaria, volara a la península, una vez que los jueces habían aclarado que se puede viajar con el pasaporte o con la solicitud de protección internacional, una posibilidad que se estaba negando.

Allí peleó durante tres horas con los agentes de la Policía presentando documento tras documento y salvando todas las trabas. Agentes que se rindieron a su tesón y a la ley, y dejaron pasar al joven senegalés, al que Isabel dejó en la puerta del avión. Se había comprado un billete solo para poder acompañarlo hasta allí.

Fue el momento culminante de una historia de amistad que había comenzado dos meses antes cuando, a instancias de una hija, Isabel decidió acoger a Youssouf en su casa. Llevaba diez días viviendo en la calle.