Si el mes de octubre normalmente la Iglesia católica lo dedica a la Virgen María y al rezo del rosario, esto se celebra de forma más especial aún aquí en Ucrania durante la guerra, y no solo en octubre. Un claro ejemplo de ello fue la celebración que hicimos por la coronación de la imagen de la Virgen María en el altar central de la catedral católica de Odesa, el pasado 14 de agosto, en vísperas de la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. En la foto se puede ver uno de los momentos de dicha celebración. La corona de esa imagen de la Virgen había sido bendecida por el Papa Francisco el 3 de agosto en Roma, por lo que el acto de coronación tuvo también un aspecto muy significativo de unión espiritual con el Santo Padre.
Al concluir la Santa Misa, algunos fieles de Odesa me dijeron: «Esta coronación es una señal de que, a partir de ahora, la misma Virgen protegerá nuestra ciudad y toda la región de Odesa de los ataques de guerra». Por supuesto, sé y creo que la intercesión de María está dirigida, principalmente, a la vida espiritual de todos nosotros y no implica automáticamente la protección física. Pero, sin embargo, durante esta guerra no tenemos otra protección confiable que Dios mismo y la Santa Madre.
No son solo palabras lo que comparto a través de estas líneas: es la experiencia real que vivo a estas alturas, después de siete meses y medio de intensa guerra. Comparto mi experiencia de Dios, el diálogo con Él, no solo durante el tiempo de oración, sino constantemente durante el día; esto se ha convertido en una parte muy importante de mi realidad, y creo que muchas otras personas afligidas por la guerra podrían decir algo similar. En el sentido espiritual, es una gracia de Dios muy especial, porque esta situación da una oportunidad de estar constantemente en el límite entre la vida terrenal y la vida eterna. Tal experiencia no se puede comprar, incluso si tuviera todas las riquezas de este mundo.
Por supuesto, esta es solo la parte más brillante y espiritual de la experiencia, pero es tan profunda que me hace dar miles de gracias a Dios por sus abundantes dones. Y, créanme, muchos de ustedes, lectores de estas líneas, harían lo mismo en mi lugar. Bendito sea Dios y bendita sea la Madre de su Hijo.