Enrique Arce: «Entré en una iglesia y dije: “Échame una mano”»
Entre el rodaje de la nueva película de Terminator y la tercera temporada de La casa de papel, Enrique Arce (Valencia, 1972) promociona su primera novela, La grandeza de las cosas sin nombre (La Esfera de los Libros). Igual que el protagonista, el actor ha aprendido a conocerse, a «dejar de pensar que las cosas externas me darían la felicidad» y a confiar.
En el libro se lee que «la felicidad intrínseca al triunfo y la gloria se presupone, o se imagina, pero rara vez se conjuga en presente de indicativo». ¿Es así?
Cuando buscas algo desde el control y la necesidad no te suele reportar la sensación que esperabas. La reflexión de Samuel [el protagonista] es la mía propia. No se conjugó en presente hasta que empecé a trabajar mi interior, a dejar de pensar que las cosas externas me darían la felicidad…
El alcohol, al que se refiere como «el último reducto de la gente triste», está muy presente en el relato. ¿Fue en algún momento su punto de fuga?
Hablo de alcohol como podría haber hablado de otra adicción que suponga ceder un mal control: adicción a las redes sociales, al éxito o al dinero, al sexo… Es muy distinto a ceder el control a un intangible que muchos llamamos Dios. Cuando yo cedí el control a Dios –que es lo que conozco–, la vida se me colocó de una manera que jamás pensé que fuera posible.
Un personaje cita Cuento de Navidad de Dickens. ¿Tuvo una epifanía?
Me fui a Londres en una época terrible para la profesión en España. Había hecho una película con Pierce Brosnan, Aaron Paul y Toni Colette [Mejor otro día] y aproveché el estreno para buscar suerte ahí. En un momento dado tenía poco dinero, estaba bajo de ánimo, me partieron la cara… Con 41 años, en vez de tener tu vida estabilizada, había tocado fondo. Con la cara como un plato por una pelea en un bar después de beber, entré en una iglesia como si me hubieran succionado la vida. Me caían las lágrimas. Estaba ahí sentado y dije: «Si es verdad lo que me contaron los maristas de pequeño, si hay algo ahí, échame una mano». Fue el principio de todo lo que ha venido después.
Cambié cuando cedí el control, cuando dejé de llevar el coche con el que iba por la vida a 200 por hora, queriendo reconocimiento y éxito, y me senté en el asiento del copiloto, lo recliné, me puse el cinturón y le dije: «Ahora lo llevas tú un rato». Todo han sido bendiciones. El trabajo que he hecho, que ha coincidido con la novela, ha sido mi propio camino iniciático.
Ese camino lo he experimentado también de forma física en el Camino de Santiago. Como me dijo un señor de Zaragoza que lo había hecho unas 16 veces, el Camino te elige a ti. Ha sido la experiencia más gratificante de mi vida a muchos niveles.
¿Vive de forma distinta el enorme éxito de La casa de papel?
Recibo las cosas con gratitud pero ya no me proyecto en ellas. Prefiero estar bien económicamente, me lo paso muy bien, pero si esas cosas no estuvieran ahí, no cambiaría la imagen que tengo de mí o la sensación con la que vivo cada día. Antes hubiera sido todo o nada. Si en esa época más turbia hubiera estado en Terminator, me habría creído el rey del mambo. Ahora sé que lo importante pasa aquí [señalándose la cabeza y el corazón]. Todo lo demás es una partida en la que estoy teniendo varias buenas manos seguidas, pero eso puede cambiar mañana. Tengo la entereza de espíritu suficiente para que no cambien mi forma de sentirme, mis relaciones…
Es verdad que es un momento muy bueno para que esta novela salga, pero miro todo de soslayo porque el verdadero éxito fue esa paliza, pasear por Londres, entrar en esa iglesia. No es marketing, lo siento así. Lo mejor que me ha pasado en mi vida han sido desgracias.
¿Escribir la novela le ayudó?
Ha sido terapéutico a tope. En un momento en el que no podía ejercer la creatividad como actor, la ejercí escribiendo. Mi padre me decía que soy un escritor que aprendió a actuar, y tiene razón. Desde pequeño escribía poemarios, ganaba el concurso de los maristas de redacción a la Virgen cada año… Tengo más capacidad de tocar a gente desde la literatura que desde el cine o la televisión porque soy soberano de mi propio trabajo.
¿Ha pensado ya su próximo libro?
Cuando llegué a mi agente literaria, Palmira, me dijo: «Puedo llevarte la publicación y la comunicación de esta novela o te represento como escritor». Confiaba en mí. Sigo siendo actor, es lo que pone un plato de comida en mi mesa, pero estaré con la antena puesta. No voy a meterme en otros géneros ni escribir ciencia ficción… Intentaré que la historia logré algo que me dijo una señora en una presentación: remover y conmover.
Quiero que más que libro de autoayuda, que no me gusta el género aunque hay gente que lo hace muy bien, sea una historia que muestre que hay esperanza, un canto a la vida. Hay libros que hablan de pelear por tus sueños, yo hablo de la idea de rendirse como una bendición, de confiar lo suficiente.
Esto me recuerda al cañonazo que cambió la vida a san Ignacio…
O a san Agustín, o a san Pablo… Yo también he tenido una vida muy disoluta, muy apartada de donde vengo, y es adonde he vuelto de alguna manera.