En Myanmar «no hay paz para nadie»
El tifón Yagi ha causado estragos, mientras la Junta Militar sigue aplastando a la población. «Están obligando a las familias a unirse a la guerra», asegura una monja
El régimen militar que llegó al poder con un golpe de Estado en febrero de 2021 hizo descarrilar la frágil democracia de Myanmar. El pueblo se levantó, pero sus gritos fueron ahogados en sangre. Según el último informe de la ONU, la Junta Militar ha matado al menos a 2.414 civiles entre abril de 2023 y junio de 2024, lo que supone un incremento del 50 % de los fallecidos por la represión respecto al mismo periodo en años anteriores. Los combates han causado más de 3,3 millones de desplazados y se ha perpetuado una crisis humanitaria «por el uso continuo de la violencia, incluyendo las muertes, torturas y desapariciones forzosas».
Una serie de guerrillas ha hecho frente en varios puntos del país al Tatmadaw, como se conoce a las Fuerzas Armadas. En octubre pasado varias se aliaron en la Operación 1027. «Desde hace cinco meses, la Junta birmana ha ido perdiendo muchas bases militares en diversas partes del país, lo que ha desencadenado combates más violentos y crueles», resume una monja desde una pequeña ciudad del estado de Kachin que prefiere no revelar su identidad. «Están obligando a las familias a unirse a la guerra. No hay paz para nadie», denuncia.
Otras formas de represión también están a la orden del día. El grupo Parlamentarios por los Derechos Humanos de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental ha denunciado que la Junta tenía previsto ejecutar esta semana a cinco activistas de entre 27 y 32 años tras ser condenados en mayo de 2023 en un juicio sin garantías. A mediados de 2022, cuatro jóvenes fueron ahorcados públicamente. Fue la primera vez que Myanmar usó la pena de muerte en 40 años.
En 2017, «fui a Myanmar y hablé allí con la señora Aung San Suu Kyi, que fue primera ministra y ahora está en prisión». «Pedí su liberación, recibí a su hijo en Roma y ofrecí recibirla en nuestro territorio». Es la confidencia que el Papa hizo a 200 jesuitas el pasado 4 de septiembre en la Nunciatura de Yakarta (Indonesia) durante su reciente viaje por Asia y Oceanía. Durante su conversación con la Compañía de Jesús —revelada esta semana por La Civiltà Cattolica—, Francisco definió a Aung San Suu Kyi como «un símbolo político que debe ser defendido».
A esta situación se une la devastación que ha provocado el tifón Yagi con más de 50 municipios afectados, más de 380 muertos y unos 100 desaparecidos. Para asegurar que la ayuda humanitaria que entra al país «no se politiza o se convierte en un arma» la oposición ha pedido a la comunidad internacional que se la entreguen a ellos, según han informado en un comunicado. Ha dejado de llover, pero en varias regiones del noreste la situación sigue siendo terrible. «En algunas zonas, la corriente de agua de la inundación sigue con fuerza», asegura el jesuita Girish Santiago, superior regional de Myanmar, en declaraciones a Lica News. El barro y los escombros siguen cortando algunas carreteras en el estado de Kayah, en el este del país y fronterizo con Tailandia, donde «muchos coches siguen enterrados», lo que dificulta las tareas de rescate.
Este es uno de los epicentros de la lucha que se libra contra el régimen de la antigua Birmania. Fue uno de los primeros en alzarse contra las Fuerzas Armadas tras el golpe militar. «Hay muchos lugares a los que la gente no puede volver porque la Junta Militar los ha destruido. Han sembrado el territorio de minas antipersona que permanecerán allí durante décadas, a no ser que haya una misión que las retire. Muchos pueblos han sido bombardeados y quemados», explica el fotoperiodista italobritánico Siegfried Modola, que se ha unido dos veces con los combatientes karenni, cuyas milicias cuentan con el apoyo civil. Por eso los soldados incendian sus hogares: «Los atacan indiscriminadamente porque son los que apoyan a los rebeldes. Les dan alimentos y los refugian en sus casas». Así sus poblados, ahora inundados, ya habían sido destruidos.