En los pasillos de la universidad - Alfa y Omega

La semana pasada me dirigía al despacho del Servicio de Atención Religiosa de la Universidad de Extremadura cuando un joven me paró y me preguntó: «¿Es usted sacerdote?». Extrañado de verme por los pasillos de la universidad, me dijo: «Llevo toda la mañana con ansiedad, recordando momentos difíciles que he pasado este verano, y me gustaría compartirlos para que me ayudara a aceptarlos y asumirlos». Le invité a pasar al despacho que tengo en la universidad y durante poco más de una hora tuvimos una conversación intensa, para asumir el momento difícil que había vivido, y para pensar que la vida nos sigue sonriendo y ofreciendo oportunidades para ser felices y vivir cada día como un regalo.

Estamos comenzando el curso, donde todas nuestras delegaciones, parroquias, instituciones religiosas y movimientos realizan sus planes y actividades. Seguramente también dedicarán muchas horas a escuchar a los niños, a los jóvenes, a las personas mayores, a los enfermos… Esta actividad será posiblemente la más reconfortante, la que más alivio dé a los demás en nuestra evangelización. Cada día que pasa me doy más cuenta de la necesidad que tenemos de dedicar tiempo para hacer caso al que tenemos al lado, de hacer un alto en el camino y tomarnos un café con el que está pasando malos momentos. Es algo que vivo como sacerdote religioso de los Esclavos de María y de los Pobres en la Casa de la Misericordia de Alcuéscar (Cáceres). Hace ya varios años descubrí que en mi apostolado tenía que dedicar tiempo a atender a los demás y acompañarlos espiritualmente. Es cierto que somos pocos y que muchas veces el trabajo se apodera de nosotros, pero cada vez tengo más claro que la Iglesia debe dedicar mucho tiempo a escuchar a los demás.

Puedo confirmar que en mi corta vida sacerdotal —llevo 20 años— he descubierto que los jóvenes, cada vez más, necesitan que les hagamos caso y les dediquemos tiempo sin reloj. Pasan por momentos difíciles y, al prestarles atención, durante un momento todos esos problemas son solucionados.

Partiendo de esta reflexión, podemos entender por qué a este joven que me encontré en el pasillo de la universidad le solucioné el problema solamente escuchando, dedicándole unos minutos y dirigiéndole unas palabras de aliento y de ánimo.