En algunos parques se puede sentir un frío demasiado oscuro. Si todo hubiera ido bien, hace poco más de un mes, Asunta habría celebrado su 15 cumpleaños. Seguro que entonces se sentarían a su lado las amigas del colegio, o las de la clase de ballet, de violín y hasta de francés. Pero esta imagen salpica soledad y silencio. Asunta, sentada sola en una esquina del banco, espera afectos con la paciencia de quien está poco acostumbrada a recibirlos. Apenas esboza una sonrisa. El espacio que queda libre se convierte en la secuencia de un tiempo no retornable, preludio quizás de aquel día en el que la noche le llegó demasiado pronto y la madrugada recibió con escalofríos la noticia. Tu historia, Asunta, nos duele a todos, porque lo normal es que los padres nos quieran para siempre y que les resulte imposible imaginar la muerte de su vástago y no ser su artífice. Lo normal es que unos padres preparen con mimo la ropa de su hija, no que la conviertan en su mortaja. Cuántas veces pedirías auxilio a tus padres en esas noches en las que los niños ven monstruos en todas partes, y tú los tenías en casa. Ellos eran tu hombre del saco. Se supone que fuiste muy esperada. Se supone que tus padres prepararon tu llegada con amor. Te dieron de todo, sin darse cuenta de que siempre es más importante el cómo que el qué, mientras tú vivías sin una boya donde agarrarte. Ahora, a la espera de sentencia definitiva, Rosario Porto y Alfonso Basterra han sido declarados culpables, como coautores, de un delito de asesinato, por un jurado popular. Les queda mucho tiempo por delante para arreglar lo que han roto y a nosotros para intentar entenderlo. Quizás si fuésemos capaces de anclarnos con fuerza en lo divino, descubriríamos que es ahí donde se ventila la cuestión del éxito o del fracaso de toda vida humana. Del error o de la salvación. Asunta Yong Fang Basterra Porto, descansa por fin en ese Cielo, donde los ángeles se rifan sentarse a tu lado en el banco.