En la muerte de monseñor Faustino Sainz, arzobispo español Nuncio de Su Santidad. Siervo bueno y fiel - Alfa y Omega

En la muerte de monseñor Faustino Sainz, arzobispo español Nuncio de Su Santidad. Siervo bueno y fiel

Sirvió fielmente a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida: así se puede resumir la vida del español Faustino Sainz Muñoz, nuncio de Su Santidad en varios países. Escribe el párroco de la Concepción de Nuestra Señora, parroquia madrileña a la que siempre estuvo muy vinculado, vivió en la última etapa de su vida y ha sido enterrado

Colaborador
Monseñor Faustino Sainz Muñoz.

Amigo y confidente durante no poco tiempo, don Faustino ha fallecido en Madrid, rodeado del afecto familiar y del calor de muchos amigos. La parroquia de la Concepción de Nuestra Señora da gracias a Dios por haber sido el hogar y la familia de monseñor Faustino Sainz, y porque nos hemos enriquecido con su generosa presencia y su coherente testimonio. ¡Cómo no recordar su presencia en la Novena de la Inmaculada del año pasado! ¡Con qué humildad y sencillez aceptó sus limitaciones físicas y solamente presidía la Santa Misa!

Muchas son ahora las confidencias que recuerdo haber recibido de don Faustino. Muchos, los hilos de esa vida que se había convertido en un tejido de silencioso servicio a la dignidad de la persona, al servicio del Evangelio, de la libertad de la Iglesia. Cientos de nombres propios, de lugares necesitados de la libertad que trae el Evangelio. Cientos de conversaciones con y sobre personalidades que han protagonizado la historia contemporánea. Cuba, Zaire, Bruselas, Reino Unido…: su corazón era universal, católico, como la Iglesia misma, haciéndose intérprete y portavoz de aquellas causas que salvaguardan y promueven la dignidad humana, la concordia entre los pueblos y el justo progreso de un orden mundial que tiene sus bases más sólidas en la paz, la justicia y la solidaridad internacional. La pedagogía de experiencia de humanidad de Pablo VI, del Beato Juan Pablo II y de Benedicto XVI habían tenido en don Faustino, forjado en la más clásica escuela diplomática de la Iglesia, un natural aliado.

Su vida no se entendería sin otros nombres, cercanos a nuestra realidad. Por ejemplo, monseñor Maximino Romero de Lema y el cardenal Agostino Casaroli, de quien fue mano derecha y confidente. Con el cardenal Casaroli trabajo durante los años 1975 a 1989 en el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, hoy Sección de la Secretaría de Estado para las Relaciones con los Estados.

Ahora, el recuerdo de su paso entre nosotros, su aceptación ante el hecho de la muerte, me ha confirmado que cada uno muere como vive; siempre impresionó su aceptación y anhelo de morir, porque era consciente de que su enfermedad terminaba con la muerte: cuando le visitaba, cuando se confesaba, cuando recibía con emoción la Sagrada Comunión y escuchaba en silencio las Vísperas que yo le rezaba… Una de las últimas veces que le visité me decía: «Pide a la Concepción que me abra ya las puertas del cielo, estoy deseando irme a la vida eterna, y pide al Señor, porque algunas cosas no he hecho bien, ofréceme misas en mi sepultura para que Dios se apiade de mí». En el interior de ese hombre diplomático de formación, había un gran sacerdote, según el corazón de Cristo.

No puedo terminar sin mencionar el comportamiento ejemplar de sus hermanos y todos sus sobrinos, ¡qué don de Dios! Él vivía para la familia, y la familia le tenía como el centro y ejemplo para todo. ¡Cómo le han cuidado en toda su larga enfermedad! La familia que reza unida permanece unida: gracias por el ejemplo que habéis dado. En un mundo deshumanizado y que, ante el dolor, quiere eliminarlo de forma rápida, habéis sido testigos de que el amor de Dios y el servicio a la persona que sufre, marcada por la cruz, es la puerta para entrar en el corazón de Dios. Gracias, de verdad: seguid unidos en torno al único Señor que nos da la vida, no perdáis la herencia tan preciosa que habéis vivido con vuestro hermano.

Descanse en la paz del Dios al que amó desde lo más hondo de sus entrañas, y no busquemos entre los muertos al que vive. Cristo ha resucitado, la muerte ya no tiene la última palabra, vivió y murió siendo fiel a su lema episcopal: En la verdad y en la esperanza.

José Aurelio Martín Jiménez

Un gran diplomático en quien confiaron los Papas

El arzobispo Faustino Sainz Muñoz ha sido uno de los más importantes diplomáticos de la Iglesia en las últimas décadas al servicio de la Santa Sede.

Desde 1970, año de su entrada en el servicio diplomático, le fueron encomendadas responsabilidades muy delicadas, como cuando, en 1978, fue uno de los artífices de la mediación de la Santa Sede en el conflicto territorial entre Argentina y Chile, que logró evitar la guerra entre estas dos naciones.

Años más tarde, en 1996, como nuncio en la antigua Zaire (hoy República Democrática del Congo), en medio de la guerra civil, multiplicó sus esfuerzos diplomáticos por la paz, y organizó la ayuda humanitaria a numerosos refugiados.

Más tarde, fue designado por Juan Pablo II primer nuncio de Su Santidad ante las Comunidades Europeas; y en el año 2005 fue nombrado nuncio en Gran Bretaña, cobrando una especial relevancia en la organización del viaje de Benedicto XVI a este país, en septiembre de 2010.

Tanto los episcopados de Chile como de Inglaterra y Gales han manifestando sus condolencias por su fallecimiento. Incluso la Oficina británica de Asuntos Exteriores ha expresado su dolor en nombre del Gobierno británico, destacando que «jugó un importante papel en las relaciones diplomáticas entre el Reino Unido y la Santa Sede», y que «obtuvo mucho respeto entre la comunidad diplomática», por lo que «será recordado con gran afecto y admiración».