Los secuestros de personas fueron constantes durante la ocupación rusa de Jersón
Tres meses después de la liberación, «estamos bajo fuego constante de las tropas rusas», lamenta Maxim Padlewski, párroco católico de la ciudad
Más de tres meses después de haber sido liberada de la ocupación rusa el 11 de noviembre, Jersón «sigue siendo bombardeada cada día. Estamos bajo fuego constante de las tropas rusas. Muchas personas mueren y aún más son heridas», lamenta el párroco católico latino, Maxim Padlewski.
A esto se suma la destrucción de edificios y que «la gente no tiene trabajo ni medios para sobrevivir. La mayor parte viven de la ayuda humanitaria de distintas organizaciones nacionales e internacionales». La Iglesia también se hace presente en esta situación repartiendo en la parroquia «comida que recibimos de nuestros benefactores». No solo a los feligreses, sino a todos los que alcanzan entre las personas que se han quedado en la ciudad.
—¿No se ha recuperado nada de normalidad, al menos en el funcionamiento de las infraestructuras e instituciones?
—Bajo los bombardeos constantes no podemos hablar de ninguna «normalidad». Ni las instituciones ni las empresas funcionan, puesto que Rusia apuna hacia ellas, los hospitales… Todo es demasiado peligroso aún. La gente no tiene prisa por volver, de hecho, cada vez más gente se está marchando de la ciudad.
Las primeras semanas, «las más horribles»
—¿Cómo fue el arranque de la guerra en Jersón?
—Muy repentino. Habíamos oído las amenazas de la Federación Rusa, pero no era la primera vez así que el ciudadano medio no se lo tomó en serio. Además estábamos seguros de que la OTAN y la UE no permitirían una guerra total en su frontera. No estábamos preparados en absoluto. Simplemente nos despertamos en guerra.
La mayor parte del territorio de la diócesis latina de Odesa-Simferópol quedó ocupado el mismo 24 de febrero. Esas primeras semanas «fueron las más horribles». A la falta de alimentos, medicinas y dinero —los bancos y los cajeros dejaron de funcionar— se sumaba la incertidumbre. «Lo que más asustaba era que no sabíamos qué esperar y no teníamos una imagen clara de qué estaba pasando». Además, durante la ocupación se producían continuos secuestros de personas sin que hubiera una razón evidente para ello.
Para Padlewski, como ciudadano y sacerdote, lo peor de la guerra «ha sido ver a la gente sufrir, verlos huir abandonando sus casas. Incluso ahora te rompe el corazón ver las calles vacías de una ciudad que una vez estuvo muy viva». Al mismo tiempo, «durante toda la guerra he estado experimentando la mano del Señor en mi vida». De hecho, es consciente de que «la mejor prueba de su cuidado es que ahora mismo esté contestando» a esta entrevista. El 23 de diciembre, dos misiles cayeron sobre su parroquia mientras un grupo de personas la preparaban para la Navidad. Afortunadamente, nadie resultó herido.
Dos meses sin agua ni electricidad
—Teniendo en cuenta su situación, tan cerca del frente, ¿cómo ha sido este invierno en Jersón, si todo el país ha sufrido los cortes de electricidad por los ataques rusos?
—A diferencia de la mayoría de Ucrania, no hemos tenido apagones. Teníamos agua, electricidad, gas y calefacción. Eso sí, desde dos semanas antes de la liberación no tuvimos electricidad ni agua. Lo peor fue la falta de agua. Esto duró hasta un mes y medio después de la liberación.
Al cumplirse un año de la guerra, «no tenemos una imagen clara de lo que pasa en el frente. El riesgo de una segunda invasión está siempre presente, así como el miedo, pero no tenemos noticias o signos de que esté cerca». La gente espera que nunca llegue este momento, sino «una pronta victoria; anhelan la vida normal. Los que se marcharon están deseando volver a sus casas, aunque la mayoría están destruidas».