En el sacramento de la Confesión «Dios hace de nuestra ofensa un templo»
José Fernández Castiella ofrece «una visión renovada» de la Reconciliación en Hijos frágiles de un Dios vulnerable
«La confesión tiene lugar en el confesionario pero sucede en el corazón, porque es un encuentro muy íntimo», afirma el sacerdote José Fernández Castiella. Capellán y profesor de Antropología Filosófica en la Universidad Villanueva, ofreceen Hijos frágiles de un Dios vulnerable (Cristiandad) «una visión renovada» de un sacramento que ya ha superado la crisis posconciliar.
¿Por qué hablas en el título del libro de un Dios vulnerable y qué tiene que ver con la confesión?
Es una de las claves para leer el libro, porque, antes que nada, tenemos que superar la visión de que amar es dar sin esperar nada a cambio. Esto no es verdad. El amor siempre busca la reciprocidad. Lo que pasa es que está dispuesto a dar aunque no reciba nada a cambio. Solo así podemos entender que nosotros no tendríamos capacidad de llegar a Dios si no fuera porque Él nos ha amado primero, Y por eso es vulnerable, porque está esperando una respuesta a su amor, y está en nuestras manos darla o no. La ofensa consiste precisamente en permanecer indiferentes o rechazar este amor que Dios nos ofrece.
Entiendo que percibir a Dios de esta manera te hace más fácil acercarte a Él sin miedo.
Sí, en realidad tenemos un deseo infinito por la eternidad, que es un primer elemento de fragilidad, y también tenemos la sensibilidad herida. Por eso a veces hacemos el mal que no queremos hacer, o hacemos daño a las personas que más queremos, o nos comportamos como no quisiéramos. Lo que hace vulnerable a Dios es que estas cosas que nos pasan le afectan.
¿Qué quieres decir cuando escribes en el libro que «en la confesión experimentamos la bondad de un Dios tan bueno que ha hecho de nuestra ofensa un templo»?
Tenemos una visión de Dios que no le hace justicia. Esperamos un Dios que nos juzga, que es castigador, y no es así, lo decía mucho el Papa Francisco. Santa Teresa de Lisieux le explicaba a su hermana: «Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas». Y es así: Dios es totalmente brillante, muy creativo, y tiene tal amor por nosotros que le hace hacer cosas que nos son incomprensibles. Por ejemplo, el pecado es lo que nos distanciaría de Él, pero Dios lo ha hecho el lugar del encuentro íntimo, porque siempre se muestra dispuesto a perdonar. La parábola del hijo pródigo se cumple en cada confesión: en el momento en que estamos más alejados de Él nos encontramos con que estaba allí precisamente, para decirnos: «Te perdono y te amo».
El de la confesión, ¿es un sacramento en crisis?
Relativamente. En los años 70, después del Concilio Vaticano II, quizá por no saber cómo llevar la fe a la gente y hacer todo mucho más sencillo, o menos doloroso, al final se abandonó la práctica del sacramento. Luego, Juan Pablo II recuperó su sentido y la necesidad de la confesión formal. De ahí surgieron muchas iniciativas pastorales, teológicas y doctrinales que fueron un despertar.
Lo que sucede hoy es que la revolución tecnológica, la posmodernidad, las redes sociales y la vida tan acelerada han dado lugar a un sujeto posmoderno que está en crisis porque no tiene interioridad, porque es afectivamente analfabeto. Por eso es necesario hoy tener una mirada renovada, para que la Confesión no sea un lugar de tortura y frustración.
¿Cómo conseguirlo?
Creo que hay que distinguir pecado de herida, y no caer en la dicotomía de «esto lo has hecho bien, y esto lo has hecho mal». Hay que llegar a la herida, porque el sujeto posmoderno está profundamente herido. Dios en la Confesión perdona pecados, y también besa heridas. Por tanto, no es un ejercicio narcisista que se limita a reconocer lo uno debió hacer bien y no hizo, sino un encuentro con un Dios que te ama. Suelo decir que la confesión tiene lugar en el confesionario pero sucede en el corazón.
Entonces la sanación que Dios nos puede ofrecer va más allá de la Confesión, que sería un primer paso. ¿Cómo sigue este proceso?
En el plano donde estén las heridas emocionales y psicológicas hay que poner los remedios psicológicos y antropológicos, es decir aprender a vivir ordenadamente y a organizar los afectos. Pero la ruptura del pecado es tan profunda que nunca seremos sanados del todo: nuestros deseos nunca estarán perfectamente ordenados, nuestros amores nunca estarán perfectamente orientados, no tendremos una inteligencia que siempre nos guíe por el camino bueno… Por eso la sanación de Dios es que pase lo que pase Él nunca se irá de nosotros, y podemos encontrar su consuelo y su compañía de una manera más real en nuestra vida.
José Fernández Castiella
Cristiandad
2025
172
16,50 €
