Sin preámbulos, sin miedos. Si lo que esperan de Claudio Tolcachir es una obra como las anteriores, van desencaminados. Están ante una obra difícil, oscura si me apuran. Una pieza que habla de la necesidad del amor y las trampas del mismo. Del dolor y la culpa, de la mentira y el vértigo. Lejos de La omisión de la familia de los hermanos Coleman y de Todos eran mis hijos. Escapa de todo lo visto hasta ahora. Puede que hasta les moleste.
He querido comenzar así para que no se engañen cuando se sienten en su butaca y contemplen un escenario cuadrado con muros que son mantas y una puerta. Para que se hagan a la idea, es una casa en plena mudanza. Un poco en construcción, como los personajes mismos, o más fácil aún, como la vida misma.
El caso es que ustedes se sientan en los Teatros del Canal —como les he dicho—y comienzan a disfrutar y a sufrir con la obra. Disfrutan al comienzo, pues la pieza empieza con Emilia (Gloria Muñoz) que dispara frases que te atraviesan y te parten en dos: «Hay un momento en la vida en que los muertos están más presentes que los vivos» o «Morirse no es lo peor, lo más difícil es vivir después», por citar algunas. No me dirán que no se han helado un poco por dentro. Yo, temerosa, recé para que no fuera así todo el rato; para que esa verdad lírica no durara mucho y permitiera a mi espíritu huérfano respirar un poco fuera de la tristeza.
En parte, eso fue lo que ocurrió. Después de la presentación de Emilia de lo que son las cosas y de qué es lo que las desencadenan, la historia se fue relajando, por momentos hasta agotando en sí misma. No sé si fue por eso de alcanzar tan pronto la magia o por la lentitud con la que se fueron sucediendo los acontecimientos, si bien acompañaban a la obra, pesaban tanto o más que el tiempo. El tema es que -como he comentado antes- el resto hasta el final fue sufrir. Y por sufrir tampoco quiero que piensen en una abulia atroz que te hace desear salir corriendo del teatro, no; nada más lejos de la realidad. Sufres porque te apasiona lo que se cuenta, porque te asusta contemplarte en los personajes y reconocerte y bueno, en parte también porque se hace un poco larga, lenta si prefieren.
El argumento: Walter, un hombre que fue criado por su niñera, Emilia, ha conseguido a base de esfuerzo y sacrificios una familia que no se sabe bien si le corresponde o no. Entre los personajes existe algo así como un pacto de silencio. Walter, Carolina (su mujer) y Gabriel (el hijo de Carolina) se quieren a pecho descubierto, sin tapujos, con abrazos y caricias. Lástima que eso no sea suficiente para ser amado. Ocurre una cosa: nosotros amamos como nos han enseñado o como nos han amado; así de sencillo. Y claro, Walter también sabe amar, cómo no, pero es un amor de mercancía, lastrado por el afecto que media el dinero. ¡Ay cuánto dolor se pierde de camino al embuste! Resulta que la mentira se hace la dueña de la casa y el escondite en el silencio es la única manera de sobrevivir a tanto infierno de rutina sin amor. Qué desgracia no saber qué es el amor. Qué desgracia es darlo y que se estampe contra el muro de la barbarie.
En fin, como han podido observar se trata de un riesgo en toda regla. Una obra dura y que compromete. Expone al argentino con sus miedos y sus disfraces, y a los actores con un papel que no dejará indiferente a nadie. Bravo por Alfonso Lara y por Gloria Muñoz. Malena Alterio, Daniel Grao y David Castillo no están nada mal. Todos ellos consiguen volverse grises y virulentos a medida que la acción se desarrolla. Todos ellos luchan por sobrevivir. Todos ellos, como cualquiera de ustedes, como yo misma, anhelando lo que queremos ser y lo que seremos: frágiles marionetas del destino, del amor y de la ruina.
★★★☆☆
Calle Cea Bermúdez, 1
Canal
OBRA FINALIZADA