Elogio al mal juego - Alfa y Omega

Hace unos meses asistí a un juicio en el que la defensa de mi compañía la llevaba un reputado litigador, del que había oído maravillas, pero al que nunca había visto en acción. La vista, debido a la prepotencia del juez, se convirtió en un auténtico campo de minas y el abogado tuvo que abandonar la brillante estrategia que había diseñado, viéndose obligado a exponer sus argumentos, a trancas y barrancas, en el estrechísimo cauce que caprichosamente le concedió su señoría. Sin embargo, su ímprobo y muy poco vistoso esfuerzo dio resultado: la sentencia dictada por el juez, que tan mal le había tratado en el juicio, fue muy favorable a los intereses de mi empresa.

Me ha venido a la memoria esta pequeña anécdota al reflexionar sobre el inmenso legado que nos ha dejado Rafa Nadal, ahora que arranca la primera temporada de la Asociación de Tenistas Profesionales tras su retirada. Siempre me ha dado rabia que tantos aficionados y expertos atribuyan los éxitos de Nadal exclusivamente a su portentoso físico o a su innegable capacidad de sacrificio y lucha, dejando de lado su extraordinaria inteligencia, con la que compensaba su (relativo) déficit de calidad respecto de otros genios coetáneos, como Federer o Djokovic. 

«Aceptar las cosas buenas de la vida lo sabe hacer el más tonto. Hay que saber aceptar las cosas difíciles. En los buenos momentos incluso yo soy muy bueno, pero en los malos momentos es donde se ve la capacidad del jugador. […] Rafael probablemente es el jugador que más partidos gana jugando mal: lo cual […] tiene el mérito de que sabe afrontar la adversidad». Así hablaba Toni Nadal, tío y entrenador de Rafa, en una entrevista que concedió en 2013 a la revista Jot Down, cuyo provocativo titular —«Rafa probablemente es el jugador que más partidos gana jugando mal»— fue muy mal interpretado por muchos de los críticos del jugador de Manacor, ya que parecía confirmar su opinión de que Nadal era un mero pasabolas sin gracia ni técnica alguna, que se limitaba a aprovechar su espectacular físico para apabullar a sus rivales.

Esta frase de Toni Nadal no dice de modo alguno que su sobrino jugara mal, sino que, si tuvo tantos éxitos, fue porque ganaba incluso muchísimas de las veces que jugaba mal. No es una crítica a su juego, es un precioso elogio de la gran inteligencia del tenista, que se expresaba en su capacidad de adaptación a lo que venía dado, que brota de una larga y meditada observación de cómo funcionan de verdad las cosas, más allá de las apariencias.

Leí una vez en una cuenta de Instagram que, en tenis, estadísticamente, solo se juega a un nivel óptimo en el 20 % de las ocasiones; en otro 20 % de los partidos, se juega rematadamente mal; y en el 60 % restante se hace lo que se puede con lo que se tiene. En mi opinión, estos porcentajes son extrapolables, mutatis mutandi, al resto de actividades profesionales. La experiencia cotidiana de cualquiera muestra claramente que son muy contadas las ocasiones en que todas las circunstancias se alinean para crear un estado objetivo y subjetivo perfecto. De normal, todos vivimos en ese gran arco del 80 % de la normalidad, fuera del 20 % de la excelencia, y debemos afrontar los retos y problemas que se nos presentan con los medios y energías de los que disponemos, la inmensa mayoría de las veces muy justos, si no escasos.

«He fallado golpes de derecha en buena posición y eso no te da confianza. Creo que hoy no me he movido bien, no he tenido ritmo, no he jugado un gran tenis. Pero he ganado y eso me da la posibilidad de jugar mañana y de […] mejorar todavía más», afirmó el propio Rafa en 2013 tras superar por los pelos la primera ronda del torneo de Paris-Bercy. La gran lección de Nadal ha sido su capacidad de sacar adelante los partidos cuando no estaba en las mejores condiciones, tirando de lo que tenía. Su falta de ritmo, que no le corriera el drive o que las características de la pista no fueran las mejores para su juego, no le sirvieron nunca como coartada para arrojar la toalla con la excusa de que no podía lucir todo su talento.

Por ello, creo que es importante aprender a jugar mal. No se trata de regodearse en las propias carencias ni de una invitación al derrotismo, la chapucería o la mediocridad, sino todo lo contrario. Rafa Nadal o el famoso litigador del que hablaba al principio, con su inteligente humildad, nos muestran una forma de abordar los problemas que prioriza, sobre el deseo de deslumbrar, el buscar siempre la mejor solución posible, incluso por precaria y deslucida que pueda parecer cuando vienen mal dadas o no se da una a derechas, que son las condiciones que la vida misma, tozudamente, se empecina en colocarnos a todos día tras día.