Ellas realizan el «humilde servicio de la intercesión» en el corazón de la Iglesia - Alfa y Omega

Ellas realizan el «humilde servicio de la intercesión» en el corazón de la Iglesia

Seis monjas argentinas de la Orden de San Benito residen desde el 3 enero en la última casa de Benedicto XVI, que retoma así la que era su función original: ser morada de comunidades femeninas de clausura

Victoria Isabel Cardiel C.
Las religiosas argentinas saludan al Papa al finalizar la Eucaristía de la Epifanía el pasado 6 de enero
Las religiosas argentinas saludan al Papa al finalizar la Eucaristía de la Epifanía el pasado 6 de enero. Foto: CNS.

Si existen las heroínas sin mácula son ellas. Las que restañan las heridas del mundo con su oración silenciosa. Las que acogen en su regazo de madres las intenciones de los desesperados, hechas de ansiolíticos y de noches en vela; de alcobas vacías y sal en las llagas; de soledad y desesperación. Nos referimos a las monjas de clausura. Seis de ellas fueron noticia a principios de año por haber sido llamadas por el Papa para habitar la última morada de Benedicto XVI. Se trata de cinco religiosas de la Orden de San Benito y de su abadesa, que hasta hace poco desarrollaban su vida religiosa en la abadía de Santa Escolástica, en Victoria (provincia de Buenos Aires, dentro de la diócesis argentina de San Isidro).

No están nada acostumbradas a ser el centro de atención. Es más, lo rehúyen. Por eso no se han prodigado entre la prensa que les reclamaba entrevistas. No sabemos ni sus nombres. No importan. Lo único que tenemos es una foto en la que sonríen bajo su hábito negro al saludar a Francisco en la Misa de la solemnidad de la Epifanía. «Bienvenidas de todo corazón. Ustedes van a poner espiritualidad, muchas gracias», les dijo.

Vista aérea del monasterio, situado en el corazón de los Jardines Vaticanos
Vista aérea del monasterio, situado en el corazón de los Jardines Vaticanos. Foto: Mister No.

El día a día de estas religiosas de edades comprendidas entre los 40 y los 70 años no cambiará mucho en el Vaticano. Desde que se despiertan hasta que se acuestan, su jornada viene jalonada por la oración. Solo que ahora residen en el que fue el último refugio de Benedicto XVI. Situado entre las colinas de los bucólicos jardines del Vaticano, el convento fue erigido como monasterio femenino de vida contemplativa con el título de Mater Ecclesiae (Madre de la Iglesia) por san Juan Pablo II en 1994. El espacio lo ocupaba antes un edificio administrativo de la Gendarmería del Vaticano, que fue integrado con una vieja residencia de jardineros. Desde entonces y hasta 2012 fueron cuatro las comunidades religiosas que vivieron allí: la Orden de Santa Clara, de las Carmelitas Descalzas, de San Benito y de la Visitación de Santa María. Las últimas eran seis españolas y una francesa. Cuenta con una capilla, celdas monásticas y una huerta en la que se cultivan fruta y verduras con métodos ecológicos. En el año 2013, tras su histórica renuncia al papado, el monasterio se convirtió en la residencia discreta del entonces Papa emérito, donde permaneció —lejos de todos los focos mediáticos— hasta su muerte, el 31 de diciembre de 2022. Vivía en compañía del arzobispo Georg Gänswein y de cuatro Memores Domini, laicas consagradas de Comunión y Liberación que lo cuidaron hasta el final de sus días.

Voz de los que no tienen voz

Las seis monjas que ahora ocupan las estancias del monasterio comenzaron su vida religiosa con una renuncia. Entraron en el convento para culminar así su opción de entrega total al mundo. «Ellas quieren ser la voz de los que no tienen voz, quieren ofrecer al mundo el humilde servicio de su intercesión. Intercesión que suba ininterrumpidamente hasta el cielo como un canto de alabanza», revelan en su página web.

La abadía de Santa Escolástica, enVictoria, donde vivían hasta ahora sin las comodidades materiales de lo mundano, fue fundada en 1941 a las afueras de Buenos Aires. La labor silenciosa de esta comunidad argentina, de cerca de 60 contemplativas benedictinas, se teje con el hilo de la humildad y de la abnegación, pero, sobre todo, con el del amor. Según explican ellas mismas, brindan a todos los que se acercan retiros, charlas y cursos abiertos «a modo de estímulo para vivir y profundizar en la vida cristiana, reflexionar sobre el sentido de la vida y el modo de entregarla, y de responder al amor de Dios que llama a todos a la felicidad». Para subsistir venden artículos religiosos y otros productos realizados en su taller de arte y encuadernación. Además, para endulzar los paladares de los más golosos, también ofrecen repostería y chocolatería.