El «tesoro espiritual» que custodian las carmelitas de Jaén desde el siglo XVI
Las religiosas guardan en una caja fuerte ignífuga el manuscrito definitivo del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, «un legado para todo aquel que busque a Dios»
Las carmelitas de Jaén llevan custodiando desde finales del siglo XVI un preciado manuscrito que constituye un tesoro espiritual para toda la Iglesia: el Cántico B del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, una de las obras cumbre de la mística española.
Este documento lo empezó a pergeñar el santo en el oscuro cubículo en el que estuvo encerrado durante nueve meses por los carmelitas que se oponían a su reforma. Gracias a la generosidad de un carcelero que se apiadó de él, al final de su cautiverio pudo contar con papel y pluma para escribir los primeros versos de esta obra maestra que al principio confió tan solo a su memoria.
Con los años, el santo fue ampliando el texto hasta elaborar un auténtico tratado espiritual que describe el proceso de unión con Dios a través de la oración y la vida. El resultado final son unos cuadernillos que dedicó en 1584 a la carmelita Ana de Jesús, discípula de santa Teresa, que al marchar de Jaén a Madrid a fundar un monasterio dejó el manuscrito a Isabel de la Encarnación, una de las hijas espirituales de san Juan de la Cruz.
El resultado son la versión definitiva de las 40 canciones de la obra, algunas de las cuales son exclusivas de este texto que custodian hoy las carmelitas de la ciudad andaluza. «Descubre tu presencia, / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura», es una de ellas.
«Es increíble cómo pudo escribir estos textos a partir de todo el mal que había estado recibiendo», afirma la hermana Lourdes de la Inmaculada, una de las 15 carmelitas de este convento en Jaén. «Dios se valió de aquello para trabajar en su alma y ayudar a los demás a llegar a él, y al final el Cántico es uno de los libros más bellos de espiritualidad», añade.
Pasado un tiempo, las monjas encuadernaron este legado y le pusieron una funda terciopelo, y una bienhechora le añadió una cobertura de plata con ilustraciones del Cantar de los cantares, el libro que el santo pidió que le leyeran en sus últimas horas antes de morir.
«Siempre hemos cuidado de este tesoro, un legado para nosotras y para todo aquel que busque a Dios», señala la hermana Lourdes. Solo hubo un momento en que estuvo en peligro, durante la Guerra Civil, pero las religiosas los escondieron y lo devolvieron al convento pasado el trance. Durante muchos años estuvo guardado en una urna de cristal, «pero ahora lo custodiamos en una caja fuerte ignífuga, de la que lo sacamos de vez en cuando para que respire y no se deteriore», cuenta.
Gracias a ellas, el Cántico espiritual ha pasado a la posteridad, convirtiendo a san Juan de la Cruz «en padre espiritual de muchas almas», dice la religiosa. «Fue una persona muy especial, uno no escribe de lo que no ha experimentado», abunda, mientras señala que el texto «refleja también su humanidad, porque él no estaba fuera de la realidad, sino que tenía los pies muy en la tierra».
¿Qué mensaje guardan para nosotros hoy las palabras que protegen con tanto celo estas monjas desde hace siglos? «Sobre todo, la posibilidad de un trato cercano con el amor de Dios», responde la hermana Lourdes. «Para Jesús, lo más valioso es nuestra alma, a la que incluso denomina como una esposa, y el Cántico nos ayuda a ir profundizando poco a poco en este amor, con confianza a él», apostilla.
Además, el texto «no es solo para mojas, sino para cualquier persona que quiera desarrollar su dimensión espiritual, madurar e iluminarse con la belleza de estas canciones, que juegan al mismo tiempo con imágenes de la naturaleza», dice la hermana Lourdes. Al final se trata de encontrar «una felicidad que no se puede hallar en ningún otro lugar, un fuego vivo que no se apaga, que habla de un Dios que no es lejano».