El sentido del humor de san Rafael Arnáiz, después del Rosario, una jota - Alfa y Omega

El sentido del humor de san Rafael Arnáiz, después del Rosario, una jota

De san Rafael Arnáiz conocíamos sus escritos y su espiritualidad, pero poco sobre su extraordinario sentido del humor. Lejos del estereotipo de los santos como personas de gesto serio y grave, el trapense muestra que la compañía del Señor hace de cada día una ocasión para sonreír y ser feliz

Colaborador
Diversas fotografías que ilustran el buen humor de san Rafael Arnáiz.

El sentido del humor de san Rafael Arnáiz Barón es una constante en sus escritos, sobre todo en sus cartas. Es algo muy acentuado en las cartas que dirige a las personas con las que tiene más confianza, como sus padres, sus hermanos y su abuela materna, Fernanda Torres. Algunas veces, para plasmar gráficamente su sentido del humor, intercala en sus cartas dibujos humorísticos.

Él mismo es muy consciente de su buen humor. En una carta que escribe desde la Trapa a su padre (19-II-1934), le dice: «Soy un fraile muy disipado, por desgracia. Tengo, como siempre he tenido, muy buen humor, pero como no puedo hablar, ni gritar, ni correr, pues me lo tengo que comer».

El sentido del humor de Rafael brotaba de un estar en paz consigo mismo, de su libertad interior, y de la aceptación de las circunstancias que le tocaron vivir, sobre todo con respecto a su enfermedad y a sus salidas del monasterio, lo cual no quiere decir que le resultaran fáciles. Su sentido del humor nacía también de su vivencia cristiana, de saberse amado por Dios, de saberse llamado a Su seguimiento y de seguir esta llamada con fidelidad. El humor es una consecuencia de la alegría interior que deriva de ser fiel a la gracia. Jacques Leclercq dice, muy atinadamente: «El humor de los santos procede de esa alegría interior, de esa posesión que basta para llenar el alma, y de ese desprendimiento que les hace reírse de sí mismos».

Su hermano Leopoldo nos da este testimonio muy valioso sobre el humor de Rafael: «Rafael era un hombre de un humor contagioso, un humor realmente enorme, con un sentido de la ironía muy grande. En primer lugar, se reía de sí mismo y de su sombra. Se reía de todo lo risible. Era un hombre graciosísimo, imitaba toda clase de voces. Para hacer reír a los demás, estaba dispuesto a hacer lo que fuera, sobre todo a sus hermanos pequeños. Recuerdo que, cuando nos metíamos en la cama, le decíamos: Rafael, haz un poco de juerguilla. Y Rafael empezaba a soltar una especie de monólogo en el que hacía comentarios jocosos sobre cosas que le pasaban o que se le ocurrían en aquel momento. Nos reíamos enormemente con él».

Diez cuartillas… sin comas

En una carta del 4 de noviembre de 1932, Rafael responde a su hermano Luis Fernando sobre una carta suya anterior; parece ser que su hermano no puso signos de puntuación: «Querido hermano Fernando: te agradezco mucho tu carta; únicamente tienes un defecto escribiendo, y es que tus cartas agotan los pulmones de cualquiera. Empecé a leer y, cuando acabé, tuvieron que darme un balón de oxígeno, para producirme la respiración artificial. ¡Hijo de mi alma! ¿Tú sabes lo que son diez cuartillas sin una coma y sin un miserable punto? Hazme el favor de poner, cuando escribas, una coma cada cinco palabras, unas cuantas interrogaciones… La cuestión es que pongas algo, ¡sea donde sea!».

Más adelante, en la misma carta, le comenta a su hermano que representó el Tenorio con su amigo Juan Vallaure, en un pasillo de la pensión, pensando que estaban solos…, ¡y estaban siendo observados! Así lo cuenta Rafael: «Después de rezar el Rosario, hemos salido al pasillo y hemos bailado una jota; después hemos representado el Tenorio y, cuando estaba yo con una colcha encarnada y un pincel en el sombrero, recitándole a doña Inés: ¿No es verdad, ángel de amor…?, oímos unos aplausos por el patio, y era la dueña de la pensión con todas las criadas. ¡Yo no sabía qué hacer con la colcha!».

En la carta que escribe a sus padres el 21 de octubre de 1933, pidiéndoles dinero para continuar sus estudios de Arquitectura en Madrid, les cuenta sus gastos, no le cuadran las cuentas y se hace un auténtico lío. Mejor lo cuenta él: «Con que mandes 250 pesetas tengo bastante, pues la cuenta que he hecho muy por lo alto es: matrículas, 200 pesetas; prácticas, 50 pesetas; tablero de escuela, 25 pesetas; pensión, 150 pesetas; profesor, 50 pesetas; libros y papelotes, 25 pesetas. Total: 500 pesetas. Tengo 150 pesetas, por lo que me hacen falta 350 pesetas. ¡Caramba! ¡Qué lío! Siempre me pasa igual, nunca sé el dinero que tengo, el que gasto, el que necesito…

Mira, mándame las 250 pesetas y, si necesito más, te lo pido. Ahora que me acuerdo: y los honorarios de Espinosa, ¿cuándo se los pago?

Mira, mándame 300, pues así le pago, pues además le debo 20 pesetas, pues eran 520 y yo le di solamente 500…

Mira, no me mandes nada, y así acabamos antes: vamos a hacer una prueba de cómo me las arreglo. Bueno, un verdadero lío; tengo la maleta llena de calderilla. Yo creo que me puedes mandar las 250.

Esto va sin firmar, porque es un anónimo».

Se podrían poner más ejemplos del humor de Rafael, pero basten los que hemos puesto como botón de muestra. Porque Rafael no sólo tuvo el don del sentido del humor, sino que también tuvo el don de saber plasmarlo por escrito.

Hermano Ángel Luis Manchado
monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia)