El Señor de la casa
XVI Domingo del tiempo ordinario
De camino a Jerusalén, Jesús se detiene en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibe en su casa. Al inicio del camino, los samaritanos no le habían dado alojamiento. Días después, en diálogo con un letrado, Jesús revela el secreto de la misericordia proponiendo el ejemplo de un buen samaritano. Las enseñanzas del Maestro son siempre sorprendentes. Ahora, la hospitalidad de dos hermanas es ocasión para que el Señor se muestre como huésped e instruya a los suyos sobre el modo de acogerle. Unas palabras son para el camino, otras para la casa. Al llegar de manos de la Iglesia al XVI Domingo del Tiempo ordinario, se nos brinda la oportunidad de aprender con Marta y María a acoger al Señor. El evangelista san Lucas construye el relato en torno a Jesús: Él llega a la aldea, es recibido en una casa, distribuye la palabra, provoca las entradas y salidas de Marta, centra la quietud de María, recibe la pregunta de aquélla y protege el silencio de ésta. El Huésped resulta ser el Señor de la casa.
Después de Jesucristo, la atención se traslada a Marta. De ella, dice el evangelista que es la casa donde el Señor es recibido; se multiplica en las tareas domésticas; se lamenta por no dar abasto con el servicio; traslada a Jesús el lamento porque la hermana no ayuda; le pide que intervenga; y recibe la ternura del Señor en palabras de reproche que encierran la enseñanza sobre la parte mejor. Jesús no reprende a Marta por su trabajo, sino por no hacerlo centrado en Él, como María. Recibir al Señor requiere el compromiso de la acción. Si Marta hubiera estado embebida en la sola escucha, como su hermana, «no hubiera quien diera de comer a este divino huésped» (santa Teresa de Jesús).
Cuando el trabajo es desbordante y se olvida su motivo, vienen las comparaciones, y la obra que era buena queda en evidencia ante la que es mejor. El Señor no quiere inquietud ni nerviosismo en la relación con Él. La preocupación por las cosas del Señor no debe quebrar el trato sereno con el Señor de las cosas. La sola cosa necesaria, que da sentido al trabajo y a la quietud, es estar con Quien sabemos que nos ama. El relato evangélico se refiere, en fin, a María, la hermana de Marta. De ella no se narra diálogo alguno, sólo el gesto y la actitud: a los pies del Señor escucha sus palabras. Marta se enfada con ella, pero el Señor defiende su elección. Al tratar con el Señor se deben cuidar todas las partes: la parte buena, que consiste en atender a las necesidades de la humanidad asumida por el Verbo; y la parte mejor, que consiste en recibir al Verbo mismo en su palabra. Mientras estamos en este mundo, es imprescindible custodiar la parte mejor (atención a la Palabra) para ser solícitos en la ejecución de la parte buena (cuidar a Jesús en las necesidades de los demás).
La Tradición cristiana ha extraído de este pasaje evangélico dos tipos de enseñanzas. Leyéndolo a nivel personal, ha reconocido en Marta y María las actitudes que deben ponerse en juego en el trato con Jesucristo. El cuidado de los asuntos materiales y externos en la relación con el Señor no debe llevar al descuido de la escucha interior. El mucho hacer no debe impedir el siempre escuchar. Leyéndolo a nivel eclesial, Marta y María representan los carismas de acción y contemplación que suscita el Espíritu Santo en la Iglesia para, siempre y en todo, hacer presente al Señor de la casa.
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».