El sendero de la vida
Algún día la humanidad verá la atrocidad del aborto con los mismos ojos con los que hoy vemos la abominación de la esclavitud. Alzaremos la cabeza. Volveremos la vista atrás
Esta foto se tomó el domingo pasado, en la manifestación convocada en defensa de la vida y la verdad por NEOS, la Asamblea de Asociaciones por la Vida, la Libertad y la Dignidad y la plataforma Cada Vida Importa. Se sumaron a ella más de 200 organizaciones de la sociedad civil. Según los organizadores, acudieron más de 100.000 personas. El domingo era un día de alegría doble porque, al éxito de la convocatoria, se agregó la feliz noticia de la sentencia Dobbs contra Jackson dictada por el Tribunal Supremo de Estados Unidos, que negaba que el aborto fuese un derecho constitucional. La influencia de este pronunciamiento será, sin duda, enorme en todo el mundo Rostros sonrientes, globos, gente alegre. El ambiente en las manifestaciones provida —y yo voy a todas las que puedo— siempre es así. A veces se movilizan efectivos policiales, pero suelen terminar recibiendo los aplausos de los asistentes. Las unidades de intervención policial están presentes, sí, pero podría sobrarles hasta la impedimenta. Estos asistentes no queman contenedores, ni rompen escaparates ni tiran piedras. En este sentido, son inofensivos.
Sin embargo, estas sonrisas, este entusiasmo, esta confianza inquebrantable en el triunfo final de la verdad y de la vida, los convierte en oponentes formidables de la cultura de la muerte que pretenden imponernos. Su sola presencia es ya un testimonio de que no todo está perdido, que es lo primero que los abortistas quieren que pensemos. «No hay nada que hacer», susurran, «vosotros no podéis nada». El aborto, símbolo atroz de la cultura de la muerte y el descarte, se ha tratado de normalizar en el sistema educativo, en la sanidad, en las producciones culturales, desde la literatura hasta las series y el cine. Sin embargo, nosotros también tenemos películas y series, escritores y poetas que cantan la vida, y tenemos, además, todos estos globos, todos estos colores y toda esta fe, que no está puesta en el mundo.
El domingo 26 de junio era la fiesta, además, de san Josemaría Escrivá de Balaguer, que escribió en Forja (332): «Recuérdalo bien y siempre: aunque alguna vez parezca que todo se viene abajo, ¡no se viene abajo nada!, porque Dios no pierde batallas». Estamos en una guerra que Cristo ya ha vencido, pero tenemos que librarla en este mundo. La Conferencia Episcopal Española había publicado días antes la nota Sí a la familia y sí a la vida. En ella decían que «alentamos a todos los católicos a promover la defensa de la vida, denunciando los proyectos legislativos que atentan contra ella y confunden la injusticia con el derecho. Animamos así, con todos los cauces que permite una sociedad democrática, a movilizarse en favor de la vida y a buscar con creatividad nuevos modos de instaurar esta necesaria cultura del cuidado que la promueva y proteja». El domingo aquello estaba lleno de familias, religiosos y religiosas, sacerdotes —muchos de alzacuello y algunos incluso de sotana— y otras muchas personas de buena voluntad, creyentes o no, comprometidos con la vida y la verdad. No dejo de pensar, es cosa mía, que alguien que defiende la vida no puede estar muy lejos del Reino de Dios.
Algún día la humanidad verá la atrocidad del aborto con los mismos ojos con los que hoy vemos la abominación de la esclavitud. Alzaremos la cabeza. Volveremos la vista atrás. Recordaremos días como estos. Y daremos gracias a Dios, que nos enseñó «el sendero de la vida» y nos sació de gozo en su presencia.