El retorno de Wilde al amor rechazado - Alfa y Omega

El retorno de Wilde al amor rechazado

La vuelta de Oscar Wilde al catolicismo no fue una decisión repentina, ni suya ni de otros. En realidad, consistió en una vuelta al amor de sus años jóvenes; un amor que él mismo había rechazado, por apariencia o por conveniencia, pero al final aceptó el encuentro con la belleza y la verdad que siempre había buscado

Antonio R. Rubio Plo
El escritor se entregó al decadentismo, que implicaba una ridiculización del cristianismo, por influencia de su padre. Foto: ABC

La rue des Beaux Arts en el barrio latino de París. En el número 13 se alza el hotel L’Alsace, que atrae a los turistas por ser el lugar en que falleció Oscar Wilde el 30 de noviembre de 1900. Era entonces un hotel mucho más modesto y en su planta baja se encontraba la habitación cuya factura no pudo abonar el escritor irlandés. Hoy existe en el inmueble una estancia con escenografía victoriana para homenajear a Wilde, pero esos lujos, cobrados a los clientes, no fueron disfrutados por él en sus últimos días.

El final de la existencia de Oscar Wilde fue dura, sobre todo por los dos años de reclusión en la cárcel de Reading, condenado por «sodomía y conducta vergonzosa». Al salir de allí marchó a París en 1898 para olvidar su descenso a los infiernos tras ser elevado al pedestal de la ironía y el ingenio y el cinismo por la sociedad aristocrática de entonces. Pero el Wilde escritor no resucitó en París, pese a rodearse de intelectuales como Valéry, Louys, Mallarmé o Schwob, apegados al decadentismo esteticista. Algunos biógrafos presentan al escritor hundido en el barro de la frivolidad parisina, con cigarrillos con boquilla de oro incluidos, y ponen en duda la sinceridad de su conversión al catolicismo en la hora de la muerte. El problema es que han convertido a Oscar Wilde en un icono del panteón de lo políticamente correcto, con un victimismo en el que no importan sus obras ni sus puntos de vista. ¿Dónde queda el escritor de El ruiseñor y la rosa y de El gigante egoísta, relatos de trasfondo cristiano? ¿Dónde está el autor de El retrato de Dorian Gray, que no se regodea en el estilo de vida del protagonista, sino que comprende que eso le llevará a la autodestrucción?

Si Wilde se encontraba en un estado semicomatoso y apenas podía hablar, ¿qué validez tendría que un sacerdote irlandés, Cuthbert Dunne, perteneciente a los pasionistas de la iglesia parisina de San José, hubiera sido llamado con urgencia para asistirle? Le había convocado un amigo, Robert Ross, que era católico y no se había separado del escritor en las últimas semanas. Pese a que en la prensa británica aparecieron artículos que cuestionaban los hechos y el testimonio de Ross, el padre Dunne guardó silencio durante la mayor parte de su vida. Tan solo en 1945, cinco años antes de morir, accedió a redactar su testimonio con la condición de que no se diera a conocer mientras él viviera. El sacerdote aseguró que el enfermo había asentido a sus palabras que expresaban actos de fe, esperanza y caridad, y dio muestras de satisfacción al recibir la Unción y la Comunión. No fue, por tanto, una situación forzada, impuesta a alguien que había perdido la consciencia.

Quien conozca la vida de Oscar Wilde sabrá que el escritor fue bautizado católico, aunque no fuera educado como tal por la oposición de su padre, pues pensaba que el catolicismo representaba un obstáculo a su carrera social. De hecho, lo envió a estudiar a Oxford para que en Dublín no tuviera influencias católicas. Y, sin embargo, Wilde siguió teniendo esas influencias hasta el punto de que en 1878 concertó una cita con un sacerdote del oratorio de Brompton en Londres, si bien a última hora no acudió. Acaso pudo más el temor a perder su herencia, y a partir de entonces se entregó a un estilo de vida, la del decadentismo, que implicaba una ridiculización supuestamente ingeniosa del cristianismo.

De profundis desde la cárcel

Años después, le llegarían los procesos y la desoladora experiencia de la cárcel, donde redactó De profundis. En esa obra reconoce, casi con desesperación, que la religión, la moral y la razón no le ayudan para superar el trance, si bien admite su fascinación por poder leer los Evangelios en griego, al tiempo que se siente atraído por Cristo y Francisco de Asís. Pero además, había leído desde tiempo atrás a Kempis y a Newman.

La vuelta de Oscar Wilde al catolicismo no fue una decisión repentina, ni suya ni la de otros. En realidad, consistió en una vuelta al amor de sus años jóvenes. Un amor que él mismo había rechazado, por apariencia o por conveniencia, pero al final aceptó el encuentro con la belleza y la verdad que siempre había buscado.