El Quijote, caballero cristiano
Un objetivo -hacer posible en la tierra la justicia divina- y un método -la práctica de las virtudes cristianas- es lo que hace de la caballería andante, para don Quijote de la Mancha, una misión inseparable de la fe católica
Desesperado por conseguir el amor de Dulcinea, don Quijote, con un trozo de tela de su camisa, hizo un rústico rosario con el que «rezó un millón de Avemarías. Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse». No se trata sólo del reiteradísimo uso de expresiones como Sea Dios servido; Vaya con Dios, o que Dios y la Virgen sean el objeto de todo tipo de súplicas. Algo así se podría achacar al ambiente de España en esa época, profundamente imbuido de la fe cristiana. El franciscano Jesús González ha publicado, en la revista Verdad y vida, el largo estudio Dios en el Quijote, en el que demuestra que Miguel de Cervantes presenta a Dios como origen de todos los dones, y la vida eterna como meta final de la terrena, de una forma que sólo puede deberse a una fe asumida personalmente.
Don Quijote vive su misión de forma vocacional, como complemento de la vida contemplativa: «Los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden. (…) Somos ministros de Dios en la tierra y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia»; una justicia que está más relacionada con la ayuda a los débiles que con la lucha y la guerra. Aunque valioso, don Quijote es consciente de los sacrificios que supone la caballería como forma de hacer presente el reino de Dios: aunque el estado religioso es superior, el del caballero andante «es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso».
Pero la caballería no es sólo una forma de vida, sino también «una ciencia que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo», pues, además de habilidades básicas para la vida errante, el caballero ha de saber matemáticas, conocer «las leyes de la justicia distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene»; ser teólogo «para saber dar razón de la cristiana ley que profesa clara y distintamente adondequiera que le fuere pedido».
Además -asegura en otro texto-, como «letras sin virtud son perlas en el muladar», estos conocimientos han de ir acompañados de la práctica de «todas las virtudes teologales y cardinales, (…) guardar la fe a Dios (…); ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla».
Más valen dos maravedís…
En otra ocasión, don Quijote afirma que fue su iniciación en la caballería andante lo que le ha hecho «valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor», y «no murmurador». Entre estas virtudes, ocupan un lugar importante dos, tan cristianas como la humildad y, sobre todo, la caridad. En algunos casos, Cervantes llega incluso a utilizar imágenes idénticas o muy similares a las evangélicas. Por ejemplo, al decir «que con dos maravedís que con ánimo alegre dé al pobre, se mostrará tan liberal como el que a campana herida da limosna». También recuerda la carta del apóstol Santiago, al calificar de muerta la fe sin obras.
En su defensa de la caballería andante, el Caballero de la Triste Figura defiende que no es el linaje lo que hace al caballero, sino el ejercicio de todas las virtudes anteriormente citadas, pues «el grande que fuere vicioso será vicioso grande, y el rico no liberal será un avaro mendigo; que al poseedor de las riquezas no le hace dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no el gastarlas como quiera, sino el saberlas bien gastar». Hasta los deseos de grandeza están teñidos de esta cosmovisión cristiana, pues el principal motivo de querer verse convertido en rey es «poder mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra».
La fe católica y su defensa no es sólo un motivo para el ejercicio de las virtudes, sino también justificación de los errores. Así, Sancho Panza reconoce en una ocasión que es «algo malicioso» y tiene «ciertos asomos de bellaco», pero debería ser tratado con justicia por el simple hecho de «creer, como siempre creo, firme y verdaderamente, en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia católica romana».
La hipótesis de que William Shakespeare fue un católico clandestino en la Inglaterra posterior a la ruptura con Roma, parece estar tomando cada vez más fuerza. Algunas de sus obras, desde luego, parecen transmitir una concepción del mundo muy cercana a la fe católica. La no demasiado conocida Medida por medida es quizá el mejor ejemplo, pues, según el teólogo Von Balthasar y el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, presenta «la culminación de la problemática justicia-gracia». En una conferencia pronunciada en Viena, el cardenal Schönborn analizó los temas principales de la tragicomedia, que presenta la gracia y el perdón como la única forma de alcanzar el equilibrio entre el rigorismo puritano -que se puede convertir pronto en tiranía arbitraria- y la laxitud -que, desde la tolerancia, fomenta el pecado-. Sólo desde la conciencia y comprensión de la debilidad humana, y el convencimiento de que la gracia será la medida de Dios, se puede comprender la culpa, que convierte a la persona en sujeto y víctima.