¿El programa del Papa? Sólo el Evangelio - Alfa y Omega

¿El programa del Papa? Sólo el Evangelio

«Siete años no son muchos para un pontificado, pero es suficiente para hacer un primer balance»: ése es el objetivo que se propone monseñor Georg Gänswein, secretario personal del Santo Padre Benedicto XVI, en la introducción al libro «Jesús de Nazaret» en la Universidad. Escribe, entre otras cosas:

Colaborador
Benedicto XVI besa el libro de los Evangelios, en la Misa de su inicio de pontificado, el 24 de abril de 2005.

No ha pasado demasiado tiempo desde que algunos profesores se burlaban de los estudiantes de Teología que citaban las obras de Joseph Ratzinger. Muchos consideraban al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe como el gendarme del Papa, debido a su oficio. En efecto, el cardenal se convirtió en una espina clavada en el costado de un mundo postmoderno, en el que se considera que la cuestión de la verdad no tiene sentido, de una sociedad de la opulencia y la codicia que parece que siempre da la espalda a Dios. Joseph Ratzinger era incómodo, pero ¿quién es en realidad este hombre? ¿Cómo fue posible que, tras su elección, transmitiera una imagen tan distinta? ¿Había cambiado? ¿Éramos nosotros los que teníamos una idea falsa de este estudioso de Dios?

Ha llegado el momento de someter a una profunda revisión la imagen que algunos medios han dado del ex Prefecto. Y esto, no sólo para hacer justicia a una gran personalidad, sino también para poder escuchar, sin prejuicios, lo que tiene que decir el hombre que ahora ocupa la sede de Pedro. El ministerio de supremo pastor de la Iglesia posee una dimensión que hace que puedan expresarse en el modo más pleno y limpio la naturaleza del hombre Joseph Ratzinger y los dones que le han sido dados. En esto, el Papa no es un político, ni su pontificado es un proyecto. El 24 de abril de 2005, en la Eucaristía de inicio de pontificado, Benedicto XVI afirmó que renunciaría a un «programa de gobierno», porque, en realidad, aquel programa ya había sido establecido hace dos mil años: el Evangelio.

Siete años no son muchos para un pontificado, pero es suficiente para hacer un primer balance. ¿Qué le preocupa a Benedicto XVI? El Papa centra su ministerio en lo esencial; en primer lugar, en la renovación de la fe, en el don de la Eucaristía y en la unidad de la Iglesia. Y, evidentemente, gracias al refuerzo de estos fundamentos y en virtud del legado de su gran predecesor, ha conseguido, en un espacio de tiempo breve, lo que bien pocos creían posible: la revitalización de la Iglesia en un tiempo difícil. En la Curia, ha dado nueva savia a formas antiguas y, al mismo tiempo, ha podado ramas secas.

La cuestión de Dios no es algo que pertenezca al pasado; es de máxima actualidad. Éste es el mensaje fundamental de sus homilías y discursos. Es también notable su coraje: Benedicto XVI no teme al debate. Llama por su nombre a las insuficiencias y errores de Occidente, critica la violencia que pretende tener justificación religiosa… En el centro del pensamiento del Papa, está la relación entre fe y razón, entre verdad y libertad, entre las religiones y la dignidad del hombre. La nueva evangelización de Europa y de todo el mundo, nos dice, será posible cuando los hombres comprendan que fe y razón no están en contraposición, sino relacionadas entre sí. Una fe que no se mide con la razón, se convierte en irracional y carente de sentido. Y, al contrario, una concepción de la razón que sólo reconoce lo cuantificable no basta para comprender la realidad entera.

En el fondo, al Papa le interesa reafirmar el núcleo de la fe: el amor de Dios por el hombre, un amor que encuentra en la muerte de Jesús en la cruz y en su resurrección la expresión insuperable. Este amor es el centro sobre el que se fundamenta la fe cristiana. El mensaje del sucesor de Pedro es simple y profundo: la fe no es un problema a resolver, es un don que se va descubriendo nuevamente, día a día. La fe da alegría y plenitud. Esto es lo que caracteriza el pontificado del Papa teólogo. Pero esta fe no está en absoluto separada del mundo y de la Historia. Es una fe que tiene el rostro de un hombre, el rostro de Jesucristo. En Él, el Dios escondido se convierte en visible. Por eso el Santo Padre anuncia al Dios hecho carne. Y, aunque las cámaras se centren en él, el Papa no se pone en el centro, no se anuncia a sí mismo, sino a Jesucristo.

Georg Gänswein
Traducción: María Pazos Carretero