El poder de Dios es paciencia - Alfa y Omega

El poder de Dios es paciencia

Martes de la 26ª semana de tiempo ordinario. San Vicente de Paúl, presbítero / Lucas 9, 51-56

Carlos Pérez Laporta
Jesús sube a Jerusalén. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Lucas 9, 51-56

Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.

Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:

«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».

Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.

Comentario

En un determinado momento de su vida pública Jesús toma conciencia de su hora, de que «se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, […y…] tomó la decisión de ir a Jerusalén». Es el momento de subir al Padre, es el momento de un ascenso. Pero a ese alto lugar se llega por abajo, a él se llega por medio de un descenso.

Sus discípulos no lo han entendido así. Son conscientes de la oposición contra Jesús. Saben perfectamente el peligro que corre acudiendo a Jerusalén en estas circunstancias. Pero precisamente por ello, la resolución tan firme de Jesús les parece el signo evidente de una victoria final: va a Jerusalén a aplastar a sus enemigos, a barrer toda su oposición. Literalmente Lucas ha escrito que Jesús «endureció el rostro para ir a Jerusalén». Es evidente que Jesus arrostra el peligro confiado en el poder de Dios, en el mandato divino. Pero ellos piensan que la victoria de Dios es un ascenso, que su resolución es insoslayable porque —por fin— su poder va a aniquilar cualquier otro poder. Para ellos, la ascensión al cielo es una subida a las cumbres del poder del mundo.

Por eso, no es de extrañar que quieran comenzar ya a administrar ellos el poder. Esos samaritanos que no quieren acoger al Rey de los Judíos merecen ser fulminados, desde su punto de vista. No han entendido nada. El poder de este mundo es impaciente. Pero el de Dios es todo paciencia, porque es amor. En lugar de fulminarlos con un rayo a ellos se toma el tiempo de girarse y regañarlos.