ISIS le arrebató a su hijo y ella escuchó a uno de sus captores «con el corazón abierto»
Diane Foley necesitaba «rezar casi más que comer» para soportar la angustia de tener a su hijo Jim secuestrado en Siria. Decapitado en 2014, la madre del periodista estadounidense ha publicado un libro con su proceso de duelo
Rezar en la iglesia de Rochester, en Nueva York, era lo único que aliviaba la opresión punzante que se instaló en el pecho de Diane Foley cuando su hijo Jim fue secuestrado por el autoproclamado Estado Islámico, en noviembre del año 2012. Había sobrevivido a su primer cautiverio un año antes, cuando le raptaron junto al fotógrafo español Manu Brabo mientras viajaban por Libia empotrados con los rebeldes. En esa ocasión fueron liberados 44 días después. Esta vez Diane llevaba 21 largos meses hechos de soledad y cansancio, con un nudo que le cerraba la garganta cada vez que sonaba el teléfono. Allí estaba de nuevo, arrodillada con las cuentas del rosario clavadas en sus dedos, gritándole en silencio a Dios que se hiciera cargo. «Necesitaba rezar casi más que comer», recuerda. Cada vez tenía más claro que el Gobierno de Barack Obama no iba a ceder a las demandas de los terroristas de un multimillonario rescate y el 19 de agosto del año 2014 se hizo realidad su peor pesadilla. El fotoperiodista de sempiterna sonrisa, que había entrado en Siria jugándose la vida —como tantas otras veces— en marzo de 2012 para narrar las atrocidades de la guerra, fue decapitado. Tenía 40 años. Su imagen, arrodillado con un mono naranja en medio del desierto mientras su verdugo empuñaba el cuchillo que usó para degollarle, se hizo viral en las redes sociales. El grupo terrorista declaró que su ejecución fue una represalia por los ataques aéreos de Washington sobre sus posiciones en el norte de Irak.
Incluso para los creyentes, Dios actúa de forma misteriosa. Pero la gracia que experimentó esta madre devastada en la iglesia donde solía orar en busca de consuelo la acompañó en todo lo que le sobrevino después: la rueda de prensa delante de su casa; la fría y breve llamada telefónica del presidente Barack Obama; el funeral que su familia celebró sin ningún cuerpo que enterrar; la detención y el juicio de Alexanda Kotey y El Shafee Elsheikh, dos de los hombres que acabaron con su hijo… «Creo que no lo habría soportado si no fuera porque tengo fe», asegura.
Diane Foley cuenta su tránsito doloroso por la pérdida con extremada entereza en el libro American mother, que ha escrito a cuatro manos con el novelista irlandés Colum McCann y que todavía no ha sido publicado en España. También asoma con claridad la desconfianza que generó hacia el Gobierno estadounidense: «Pasamos meses dependiendo de que nuestro Gobierno nos ayudara a traer a Jim a casa, cuando nunca pensaron hacerlo. Esa era su política. No recibimos ni una sola verdad absoluta», señala, sin medias tintas.
El texto arranca con uno de los momentos más pavorosos: el cara a cara que mantuvo en la cárcel con Kotey, uno de los captores de Jim, que actualmente cumple cadena perpetua en Virginia. «Fue una manera de honrarle. Mi hijo hubiera querido que no tuviera miedo y que le escuchara con el corazón abierto», asegura. El perdón es para ella «un proceso continuo con la ayuda de Dios». Kotey no fue quien le rebanó el pescuezo. Tampoco lo filmó. Ni siquiera estuvo allí en ese momento, pero reconoció que le torturó dos veces porque era «un soldado del islam». Diane incluso trata de poner contexto a su transformación hacia el mal absoluto: «Era un joven vulnerable: perdió a su padre de niño, creció en la pobreza y sufrió acoso escolar. Era muy susceptible a la radicalización».
Durante las cuatro horas de conversación, el terrorista «me dijo que sentía todo lo que había pasado, pero que no se arrepentía de lo que él había hecho». «Su admisión de culpa me liberó», explica. «A veces lo que escuchamos no es necesariamente lo que queremos oír. Pero tenemos que escucharlo para poder sanar», agrega Foley, que dirige la James W. Foley Legacy Foundation, a través de la que mantiene vivo el espíritu de su hijo y promueve la defensa del periodismo en zonas de guerra o países conflictivos. Además, cada año organizan unos premios con su nombre para reunir en Washington a familias de rehenes detenidos injustamente con el fin de concienciar sobre el problema. Su lema es «inspirar coraje moral persona a persona». Fue su hijo quien narró su aspiración de ser un periodista con estos lindes en uno de los últimos discursos que pronunció en la Universidad de Marquette (Milwaukee) tras el cautiverio libio.
Eritrea. Los medios, al igual que toda la sociedad eritrea, están sometidos a la arbitrariedad absoluta del presidente Issaias Afeworki, acusado de crímenes contra la humanidad por la ONU.
Siria. Los periodistas tienen vetado el acceso a áreas enteras del territorio en guerra desde hace una década. Los medios son propaganda de la ideología baazista.
Afganistán. Los talibanes son una sentencia de muerte para la libertad de prensa. Los medios afganos están obligados a difundir noticias controladas por el régimen.