En vísperas de Navidad, más exactamente en la tarde del 23 de diciembre, vivimos un momento inolvidable con un grupo de jóvenes voluntarios en la Casa Betania. Vinieron a ayudar y a llevar alegría al corazón de las residentes, mujeres abandonadas y rechazadas por una sociedad saturada de guerras y violencia. Allí prepararon y cocinaron 750 almuerzos para llevar y el día de Navidad los distribuyeron a cientos de familias entre las más necesitadas de Bagdad, independientemente de su filiación religiosa.
Para tener el dinero necesario para preparar la comida, un mes antes empezamos a recibir donativos de amigos de Betania para comprar los alimentos necesarios. Además, las residentes realizaron un ayuno de carne y así ahorraron una cantidad de dinero que se usó para esta iniciativa.
Los voluntarios se reunieron durante la tarde para preparar las comidas. Algunos pelaron verduras, otros cortaron carne, otros cocinaron. Una cadena humana de ayuda mutua con alegría ilimitada. Después de unas horas de trabajo, alrededor de las nueve de la noche se detuvieron para unirse a las residentes de Betania en el salón grande y celebrar con ellas la Navidad bailando y cantando. Después, cada mujer recibió un regalo. Vi a las mujeres cantar y bailar expresando su alegría. Incluso las que sufren discapacidad, dos de ellas sin brazos ni piernas, bailaban con sus ojos y su sonrisa.
En torno a la medianoche, los jóvenes voluntarios se encontraron en la capilla de la casa para un tiempo de oración y contemplación dirigido por un sacerdote que nos habló sobre la alegría de la Natividad, encarnada en la alegría de servir a los demás. Después de trabajar toda la noche y de preparar los 750 almuerzos, todos los jóvenes se juntaron nuevamente en la capilla para una Misa de acción de gracias antes de regresar a casa. Había sido una noche de alegría y felicidad.