El papel de la Iglesia del XIX - Alfa y Omega

Cuatro ámbitos son los recorridos por los laicos católicos españoles en la segunda mitad del siglo XIX, a partir del reinado de Isabel II.

El primero fue negociar y conseguir, a partir de Pidal, que se firmase el Concordato con la Santa Sede de 1850. Gracias a él, quedaba liquidado todo el problema planteado por la desamortización de Mendizábal. A partir de entonces, los propietarios de las fincas agrarias que habían pertenecido a la Iglesia, podían trabajarlas sin problema moral alguno. Fue algo muy importante para el desarrollo de nuestra producción rural, que cambió radicalmente.

El segundo tiene que ver con las buenas relaciones que buscan los políticos con la Santa Sede, esencial para eliminar los rescoldos de la Tercera Guerra Carlista, que, como había anotado Cánovas del Castillo, en parte notable se había fomentado por las medidas anticlericales del sexenio revolucionario.

El tercero fue el intelectual, y ahí, aparte de un Laverde, está la figura de Menéndez Pelayo, uno de nuestros mayores y mejores eruditos. Resulta asombroso el cuasi silencio con que acaba de transcurrir su centenario. ¿Se debe, precisamente, a su carácter bien claro de laico católico?

El cuarto procede de la acción de los laicos en relación con el problema social. Sin ellos —y tras la encíclica Rerum novarum, de 1891—, no se puede explicar que, al final del siglo XIX, se obtuvieran ya, en relación con los accidentes de trabajo, las primeras medidas protectoras de los trabajadores. Los colaboradores de esta tarea fueron -a partir de la Comisión de Reformas Sociales-, de modo muy especial, miembros del Partido Conservador y personas del ámbito krausista, con resultados extraordinariamente satisfactorios, que, poco después, cristalizarían en el Instituto de Reformas Sociales, antecedente inmediato del Ministerio de Trabajo.

Añádase el papel de los laicos católicos en la creación de Cajas de ahorros, que constituyeron otro flanco de la actividad social de aquellos momentos. Los laicos católicos del siglo XIX constituyen uno de los activos más importantes de la historia contemporánea de nuestra nación.