Resulta, en verdad, chocante (amén de irrisorio) que desde sectores de la derecha pagana, siempre hospitalaria con cualquier venenosa morralla que desvirtúe el catolicismo, se profieran de repente vituperios limítrofes con el sedevacantismo. A veces, los vituperios a Francisco se envuelven –para disimular– en un envoltorio católico falsorro. Otras veces son más burdos y no se recatan de escarnecer a Francisco incluso cuando más católico se muestra, o sobre todo entonces: así ocurrió, por ejemplo, cuando Francisco afirmó que «las empresas no deben existir para ganar dinero», sino «para servir», en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia. Pero que gentes rapaces que guían su vida por el afán de lucro denigren desde sus cucañas mediáticas al Papa no debe extrañarnos; más penoso es que los católicos compremos esta mercancía averiada.
Hace poco se publicaba en el diario Clarín de Buenos Aires un artículo firmado por el historiador Loris Zanatta. En él se ponía a Francisco a caer de un burro por ciertas afirmaciones contenidas en su reciente entrevista con El País; para lo cual el autor no vacilaba en recortar las frases del Papa, para hacerlo afirmar que «el liberalismo económico es un sistema que mata de hambre». Cuando lo que Francisco hacía en aquella entrevista era condenar todo sistema «en cuyo centro está el dios dinero» (o sea, lo que siempre han condenado todos los Papas, recordando el Evangelio); para subrayar a continuación que Latinoamérica está sufriendo el embate de un liberalismo económico «fuerte» (o sea, la forma perversa de capitalismo que señalase Juan Pablo II) que a muchos mata de hambre. En otro lugar del artículo, Zanatta denigra al Papa por definir al gobernante cipayo como «aquel que vende su patria a la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio». Pero Francisco no hace aquí sino repetir la doctrina católica sobre el poder político, que siempre consideró que la misión del gobernante no es otra sino combatir como un león las injerencias extranjeras y los intereses del Dinero (por lo general confluyentes), en defensa del bien común. No sin perspicacia, Zanatta señalaba que Francisco, «más que un Papa revolucionario, como dicen que es, me parece un coherente heredero del tradicional antiliberalismo hispano». Siempre el impío tiene una teología más penetrante que el meapilas.
Todos estos ataques se dirigen contra el Papa, como advertía Lucetta Scaraffia, porque se esfuerza en esquivar «el abrazo interesado de la derecha». Pero los «abrazos interesados» no sólo vienen de la derecha. Cuando Hillay Clinton cita elogiosamente al Papa en un mitin de campaña también lo está abrazando interesadamente; cuando Pablo Iglesias afirma que «ambos reman en la misma dirección», hace lo propio. Porque Clinton e Iglesias comparten con la derecha pagana que presenta al Papa como un peligroso comunista el propósito de infectar ideológicamente el catolicismo. Los fieles debemos, en efecto, apoyar al Papa en su esfuerzo por evitar el abrazo interesado de la derecha; pero también debemos recordarle (en un esfuerzo de fidelidad mucho más ingrato) que, a veces, por escapar de la fea, cae el doncel en las garras de la suripanta. A veces por esquivar el abrazo interesado de la derecha puede uno exagerar el gesto y caer en el abrazo no menos interesado del mundialismo progresista y de sus corifeos mediáticos, prestos a disolver la fe católica en una moralina huera y sincrética. Ayudando al Papa a escapar del abrazo de la derecha puede que haya, junto a los fieles que señala Scaraffia, algún oportunista con ganas de medrar; ayudándolo a escapar de ambos abrazos sólo los fieles más sacrificados.
Juan Manuel de Prada / ABC