El Papa visita a la Madonna de Bonaria, en Cerdeña. Una Virgen italiana, con sabor porteño - Alfa y Omega

El Papa visita a la Madonna de Bonaria, en Cerdeña. Una Virgen italiana, con sabor porteño

Este domingo, el Papa Francisco viajará a Cagliari, en la isla italiana de Cerdeña, donde se postrará ante Nuestra Señora de Bonaria, una Madonna muy querida por los sardos, cuya advocación dio nombre a la capital de Argentina, Buenos Aires, ciudad natal de Francisco. Su fascinante historia hermana Cerdeña con Italia. Y con España…

Eva Fernández
Benedicto XVI, durante su visita al santuario de la Madonna de Bonaria, en Cagliari, el 7 de septiembre de 2008.

Paradojas del Papa Francisco. Sin salir de Italia, viajará al corazón mariano de su Buenos Aires natal. No se trata de una travesía virtual, sino de una devoción muy profunda anclada en él desde la infancia. Poco a poco, el Papa argentino va dejando ver sus coordenadas espirituales. Y en ese mapa aparece un puerto al que acude una y otra vez en busca de refugio: la casa de la Madre.

Un día después de su elección como obispo de Roma, acudió a la basílica de Santa María la Mayor para encomendar a la Virgen su ministerio. Luego fue la peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Aparecida durante la JMJ de Río de Janeiro. Y el 22 de septiembre visitará el santuario de Nuestra Señora de Bonaria. Siempre María como puerto seguro y faro en mitad de la noche. Por algo Benedicto XVI se refirió a Ella como Estrella de la nueva evangelización

La historia de la devoción a la Virgen de Bonaria hermana Cerdeña con Argentina y España. A principios del siglo XIV, cuando el rey Alfonso de Aragón conquistó la isla, mandó construir una fortaleza en una de las colinas de Cagliari, donde levantó una iglesia que encomendó a los padres mercedarios. Aquella colina se llamó Bonaria. Cuentan que, en el año 1370, una nave española navegaba hacia Italia cargada de mercancías. Durante el viaje, sobrevino una furiosa tempestad y tuvieron que arrojar al mar todo lo que portaban. Entre los bultos, una caja grande de madera, que, cuando tocó el agua, en lugar de hundirse paró al instante la tormenta. La caja se fue acercando hasta la playa de Cagliari, pero ninguno de sus habitantes consiguió abrirla, hasta que un niño sugirió que se llamara a los padres mercedarios. Una vez en el monasterio, la caja se abrió sin dificultad y los monjes se encontraron con una hermosa talla de la Virgen con un niño en brazos y una candela encendida. Decidieron entronizarla como Madonna de Bonaria.

Venerada en Triana

Muy pronto se convirtió en Protectora y Patrona de los navegantes y, de hecho, los marinos sardos siguen acudiendo a ella cada vez que se echan al mar. Su devoción pasó a España gracias a los padres mercedarios y a los navegantes, hasta tal punto que las carabelas de los exploradores del Atlántico tenían grabada la imagen de la Virgen del Buen Aire en el centro de la Rosa de Bitácora, que es el cuadrante de los vientos. Hoy en día, en Sevilla se sigue venerando a Nuestra Señora del Buen Aire, y ya antes del descubrimiento de America, en el barrio de Triana, existía una Cofradía de Navegantes cuya capilla tenía esta advocación. A esa cofradía pertenecía Pedro de Mendoza, que en 1535 capitaneó una expedición con la misión de descubrir nuevas tierras entre el Río de la Plata y el Estrecho de Magallanes. Junto a él, viajaba un marino de Cagliari, Leonardo Gribeo, y dos religiosos mercedarios. El 2 de febrero de 1536, fundaron el primer asentamiento de lo que sería la futura capital argentina, el Puerto de Nuestra Señora del Buen Ayre. Este primer reducto fue destruido, y años después, en 1580, el también marino español Juan de Garay refunda la ciudad, bautizándola con el nombre de Santísima Trinidad en el Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, una denominación tan larga, que al final sólo quedaron las últimas palabras: Buenos Aires.

De esta forma, España y Argentina quedaron enlazadas con Cerdeña por el cariño a una Madre, a la que Francisco visitará como ya hicieron sus predecesores, Pablo VI en 1970, Juan Pablo II, en octubre de 1985 y Benedicto XVI en 2008.