El Papa reza para que la Iglesia en China tenga «libertad y tranquilidad»
Durante el Regina caeli también recordó que «la vida no es un bien a nuestra total disposición que podemos manipular»
Tras el rezo del Regina caeli, el Santo Padre ha recordado que esta próxima semana se celebra la fiesta de María Auxiliadora por la que hay gran devoción entre los católicos de China que la consideran su patrona y la veneran en el santuario de Sheshan, en Shanghái. Francisco ha aprovechado la oportunidad para expresar su «cercanía espiritual» a los fieles chinos. Ha asegurado que reza por ellos todos los días y para que «la Iglesia en China, en libertad y tranquilidad, viva en comunión efectiva con la Iglesia universal y ejerza su misión de anunciar el Evangelio a todos, ofreciendo así también una contribución positiva al progreso espiritual y material de la sociedad». Francisco ha pronunciado estas palabras tan solo unos días después de la detención del cardenal Joseph Zen en Hong Kong por parte de las autoridades chinas. Lo acusan de colusión contra China por su participación como administrador de un fondo que recogía aportaciones económicas para ayudar a los manifestantes heridos y detenidos durante las protestas prodemocráticas de 2019 en contra de la Ley de Seguridad Nacional.
El Papa también ha saludado a los participantes en una manifestación provida que tuvo lugar el sábado en Roma. Les ha dado las gracias por defender enérgicamente la objeción de conciencia, «un ejercicio que muchas veces se intenta limitar». También ha lamentado que la mentalidad dominante sea que «la vida es un bien a nuestra total disposición que podemos manipular, hacer nacer o morir a nuestra conveniencia, como un resultado exclusivo de una elección individual. ¡La vida es un don de Dios!, siempre es sagrada e inviolable y no podemos hacer callar la voz de la conciencia».
Dios llena el corazón de serenidad
Francisco ha centrado su alocución previa al rezo del Regina caeli en el Evangelio de este domingo en el que Jesús dice a sus discípulos, «la paz os dejo, mi paz os doy». A partir de ahí, ha explicado que, pese a que Jesús sabía que iba a traicionado y asesinado, la serenidad reinaba en su corazón. «No se deja llevar por la amargura, no se desahoga, no es incapaz de soportar. Está en paz, una paz que proviene de su corazón manso, habitado por la confianza. De ahí surge la paz que Jesús nos deja. Porque no se puede dejar la paz a los demás si uno no la tiene en sí mismo. No se puede dar paz si no se está en paz», ha explicado el Pontífice a los fieles congregados en la plaza con una temperatura en la Ciudad Eterna que a mediodía rozaba los treinta grados.
El ejemplo de Cristo, de confianza en el momento más difícil, debe guiarnos para resolver los conflictos porque «somos herederos de su paz»: «Nos quiere mansos, abiertos, disponibles para escuchar, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia. Esto es dar testimonio de Jesús, y vale más que mil palabras y que muchos sermones». Por ello, el Papa ha invitado a preguntarse si, «nosotros, los discípulos de Jesús» actuamos apaciguando conflictos o sabemos responder con la no violencia cuando tenemos un problema con alguien porque «no se puede dar la paz si no se está en paz». No es una empresa fácil llegar a esta determinación por voluntad propia, por eso, Dios sale en nuestra ayuda, porque la paz de Cristo «es un don», no es como la paz que da el mundo. La clave es el Espíritu Santo que es «la presencia de Dios en nosotros, es la “fuerza de paz” de Dios. Es Él quien desarma el corazón y lo llena de serenidad. Es Él quien deshace las rigideces y apaga la tentación de agredir a los demás. Es Él quien nos recuerda que junto a nosotros hay hermanos y hermanas, no obstáculos y adversarios. Es Él quien nos da la fuerza para perdonar, para recomenzar, para volver a partir. Y con Él nos transformamos en hombres y mujeres de paz».
Francisco ha recomendado pedir con insistencia el Espíritu Santo recordando que «ningún pecado, ningún fracaso, ningún rencor debe desanimarnos» para hacerlo. Ya que «cuanto más sentimos que el corazón está agitado, cuanto más advertimos en nuestro interior nerviosismo, intolerancia, rabia, más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz».
Por último, ha invitado a pedir cada día el don de la paz que da el Espíritu Santo, para nosotros mismos y «para quienes viven junto a nosotros, para quienes encontramos todos los días y para los responsables de las naciones».