El Papa pide obispos kerigmáticos, humildes, cercanos y sabios
En mitad de la visita ad limina que los obispos españoles están realizando en Roma ante el Papa Francisco, y pocas semanas antes de que la Conferencia Episcopal Española tenga que elegir a un nuevo Comité Ejecutivo, el Santo Padre ha trazado el retrato de cómo debe ser un obispo en nuestros días, ante los miembros de la Congregación para los Obispos: kerigmáticos, cercanos, humildes, ortodoxos, sabios. Sembradores, no cruzados
Estas semanas están siendo especialmente importantes para la Iglesia en España. Desde el pasado 24 de febrero y hasta el próximo 8 de marzo, todos los obispos españoles se encuentran en Roma, para llevar a cabo la visita ad limina ante el Papa Francisco. A su vuelta, los pastores españoles volverán a reunirse en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, que tiene, entre otros órdenes del día, la elección de un nuevo Presidente y Vicepresidente del episcopado. Pues bien, justo en este contexto tan señalado, el Santo Padre ha trazado el retrato de cómo debe ser un obispo en nuestros días, ante los miembros de la Congregación para los Obispos, cuyo prefecto es el cardenal canadiense Marc Ouellet. En su discurso, el Papa Francisco explicó cuáles deben ser los criterios para elegir a los obispos del siglo XXI, las características que deben reunir los pastores y la tarea entre los fieles que están llamados a realizar. Con una idea central: antes que cualquier otra cosa, un obispo debe ser un verdadero testigo, apasionado y vibrante, del Resucitado.
Estos son algunos extractos del largo discurso:
Un nombre pronunciado por el Señor
«En la celebración de la ordenación de un obispo la Iglesia reunida, después de invocar al Espíritu Santo pide que sea ordenado el candidato presentado. El que preside pregunta entonces: ¿Tenéis el mandato? (…) Esta congregación existe para ayudar a escribir ese mandato que después resonará en tantas Iglesias y llevará alegría y esperanza al Pueblo Santo de Dios. Esta congregación existe para asegurarse de que el nombre del elegido haya sido, ante todo, pronunciado por el Señor. (…) Necesitamos alguien que nos mire con la amplitud de corazón de Dios; no necesitamos un manager, un administrador delegado de una empresa. (…) Nos hace falta alguien que sepa elevarse a la altura de la mirada de Dios para conducirnos hacia Él. (…) No tenemos que perder nunca de vista las necesidades de las Iglesias locales a las que tenemos que atender… Nuestro reto es entrar en la perspectiva de Cristo».
Profesionalidad, servicio y santidad
«Para elegir a esos ministros todos necesitamos elevarnos, subir también nosotros al “piso superior”… Tenemos que elevarnos por encima de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias o tendencias para entrar en la amplitud del horizonte de Dios. (…) No hombres condicionados por el miedo de lo bajo, sino Pastores dotados de parresía, capaces de asegurar que en el mundo hay un sacramento de unidad y por lo tanto la humanidad no está destinada al abandono y al desamparo. (…) A la hora de firmar el nombramiento de cada obispo me gustaría sentir la autoridad de vuestro discernimiento y la grandeza de horizontes con que madura vuestro consejo. Por eso el espíritu que preside vuestros trabajos. (…) no podrá ser otro que ese humilde, silencioso y laborioso proceso desarrollado bajo la luz que viene de las alturas. Profesionalidad, servicio y santidad de vida: si nos apartamos de este trinomio abandonamos la grandeza a la que estamos llamados».
La misma Iglesia que la de los Apóstoles
«La altura de la Iglesia se encuentra siempre en los abismos de sus fundamentos. (…) El mañana de la Iglesia vive siempre en sus orígenes. (…) Sabemos que el Colegio Episcopal, en el cual mediante el Sacramento se insertarán los obispos, sucede al Colegio Apostólico. El mundo necesita saber que esta sucesión no se ha interrumpido. (…) Las personas ya pasan con sufrimiento por la experiencia de tantas roturas: necesitan encontrar en la Iglesia ese permanecer indeleble de la gracia del principio».
Íntegro, sabio, ortodoxo… y, ante todo, testigo
«Analicemos (…) el momento en que la Iglesia apostólica debe recomponer el Colegio de los Doce tras la traición de Judas. Sin los Doce, la plenitud del Espíritu no puede descender. Hay que buscar al sucesor entre los que han seguido desde el principio el recorrido de Jesús y ahora puede convertirse “junto con los Doce” en un “testigo de la resurrección”. Hay que seleccionar entre los seguidores de Jesús a los testigos del Resucitado. (…) También para nosotros ese es el criterio unificador: el obispo es aquel que sabe hacer actual todo lo que acaeció a Jesús y sobre todo sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su Resurrección. (…) No un testigo aislado, sino junto con la Iglesia. (…) El episcopado no es para uno mismo, sino para la Iglesia, (…) para los demás, sobre todo para aquellos que según el mundo se deben descartar. Por lo tanto, para individuar a un obispo no hace falta contabilizar sus dotes humanas, intelectuales, culturales y ni siquiera pastorales. (…) Es cierto que necesitamos a alguien que sobresalga: su integridad humana asegura la capacidad de relaciones sanas (…) para que no proyecte sobre los demás sus carencias y se convierta en factor de inestabilidad (…), su preparación cultural le permite dialogar con los hombres y sus culturas (…), su ortodoxia y fidelidad a la Verdad completa custodiada por la Iglesia hace de él un pilar y un punto de referencia (…), su transparencia y su desapego a la hora de administrar los bienes de la comunidad le otorgan autoridad y encuentran la estima de todos. Todas esas dotes imprescindibles deben ser, sin embargo, una declinación del testimonio central del Resucitado, subordinadas a este compromiso prioritario».
Sin camarillas
«Volvamos al texto apostólico. Después del fatigoso discernimiento, los apóstoles rezan. (…) No podemos alejarnos de aquel Enseñanos Tú, Señor. Las decisiones no pueden estar condicionadas por nuestras pretensiones, por eventuales grupos, camarillas o hegemonías. Para garantizar esa soberanía existen dos actitudes fundamentales: la propia conciencia ante Dios y la colegialidad. (…) No el arbitrio sino el discernimiento conjunto. Ninguno puede tener todo en mano, cada uno aporta con humildad y honradez la tesela propia al mosaico que pertenece a Dios».
Ni apologistas, ni cruzados: obispos kerigmáticos
«Dado que la fe procede del anuncio necesitamos obispos kerigmáticos. (…) Hombres custodios de la doctrina, no para medir cuánto viva distante el mundo de la verdad contenida en ella, sino para fascinar al mundo (…) con la belleza del amor, (…) con la oferta de la libertad que da el Evangelio. La Iglesia no necesita apologistas de las propias causas, ni cruzados de las propias batallas, sino sembradores humildes y confiados de la verdad, que saben que cada vez les es nuevamente confiada y que se fían de su potencia. (…) Hombres pacientes porque saben que la cizaña no será nunca tanta como para llenar el campo».
Hombres de oración
«He hablado de los obispos kerigmáticos; ahora señalo el otro trazo de la identidad del obispo: hombre de oración. La misma parresía que debe tener en el anuncio de la Palabra, debe tener en la oración, tratando con Dios, nuestro Señor el bien de su pueblo, la salvación de su pueblo. (…) Un hombre que no tiene valor de discutir con Dios en favor de su pueblo no puede ser obispo y tampoco el que no es capaz de asumir la misión de llevar al Pueblo de Dios hasta el lugar que Él le indica. (…) Y esto vale también para la paciencia apostólica. (…) El obispo debe ser capaz de ‘entrar con paciencia’ ante Dios (…) buscando y dejándose encontrar».
Pastores con el pueblo
«Sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, sean humildes, pacientes y misericordiosos; amen la pobreza, interna como libertad y también externa como sencillez y austeridad de vida, (…) no tengan una filosofía de príncipes. (…) Sean capaces de “vigilar” al rebaño que les será confiado, es decir, de preocuparse por todo lo que lo mantiene unido. (…) Reafirmo que la Iglesia necesita Pastores auténticos. (…) Observemos el testamento del apóstol Pablo. (…) Él confía los Pastores de la Iglesia a la Palabra de la gracia que tiene el poder de edificar y conceder la herencia. Por lo tanto, no ladrones de la Palabra, sino entregados a ella, siervos de la Palabra. Solo así es posible edificar y obtener la herencia de los santos. A cuantos se atormentaban con la pregunta sobre su herencia: ¿Cual es la herencia de un obispo, el oro o la plata? Pablo responde: La santidad. La Iglesia permanece cuando se dilata la santidad de Dios en sus miembros».
Sin buscar compensaciones
«El Concilio Vaticano II afirma que a los obispos se les confía plenamente el oficio pastoral, o sea el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas. (…) En nuestra época lo habitual y lo cotidiano se asocian a menudo a la rutina y al aburrimiento. Por eso, con frecuencia, se intenta escapar hacia un permanente otro lugar. Desgraciadamente tampoco en la Iglesia estamos exentes de este peligro. (…) El rebaño necesita encontrar sitio en el corazón del Pastor. Si éste no está sólidamente anclado en sí mismo, en Cristo y en su Iglesia, estará continuamente a merced de las olas, en búsqueda de compensaciones efímeras y no ofrecerá al rebaño ningún refugio».
Hay buenos candidatos…, pero hay que encontrarlos
«Al final de estas palabras, me pregunto: ¿Dónde podemos encontrar hombres así? (…) Pienso en el profeta Samuel en búsqueda del sucesor de Saúl que, al saber que el pequeño David había llevado las ovejas a pastar al campo, ordena: Di que lo traigan. También nosotros no podemos por menos que escrutar los campos de la Iglesia intentando presentar al Señor para que diga: Úngelo: es él. Estoy seguro de que los hay porque el Señor no abandona a su Iglesia. Quizás somos nosotros los que no vamos bastante a los campos para buscarlos. Quizás nos hace falta la advertencia de Samuel: No nos sentaremos a la mesa antes de que él venga. Con esa santa inquietud quisiera que viviera esta congregación».