El Papa pide al cuerpo diplomático que se respete la libertad de culto tanto «como la salud»
También recordó que «algunas legislaciones parecen distanciarse del deber esencial de proteger la vida humana en todas sus etapas»
Reunidos este lunes en el marco más espacioso del Aula de las Bendiciones, «para respetar la exigencia de un mayor distanciamiento personal, al que nos obliga la pandemia», el Papa ha recordado a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede que «la distancia es solo física».
En tiempos de pandemia el deber de este encuentro «es más apremiante» que nunca», ya que la COVID-19 «no conoce barreras ni puede ser fácilmente aislado». Derrotarlo es, por lo tanto, una responsabilidad «que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente, como también a nuestros países».
Además de los encuentros presenciales, Francisco ha reconocido delante de los diplomáticos su interés en retomar los viajes, «comenzando por Irak». Los viajes son «un aspecto importante de la solicitud del Sucesor de Pedro por el Pueblo de Dios extendido por todo el mundo, así como del diálogo de la Santa Sede con los Estados». Además, «suelen ser una oportunidad favorable para profundizar, en un espíritu de intercambio y diálogo, la relación entre las diferentes religiones».
Diálogo interreligioso y acuerdos internacionales
En esta época, ha aseverado el Papa, «el diálogo interreligioso es un componente importante en el encuentro entre pueblos y culturas». «Cuando se entiende no como una renuncia a la propia identidad, sino como una oportunidad para un mayor conocimiento y enriquecimiento mutuo, este constituye una buena ocasión para los líderes religiosos y para los fieles de las diversas confesiones, y puede apoyar los esfuerzos de los líderes políticos en su responsabilidad de construir el bien común».
De igual importancia son los acuerdos internacionales, «que permiten profundizar los lazos de confianza mutua y posibilitan a la Iglesia cooperar más eficazmente al bienestar espiritual y social de sus países». En esta perspectiva, Francisco ha mencionado el intercambio de los instrumentos de ratificación del acuerdo marco entre la Santa Sede y la República Democrática del Congo, y del acuerdo sobre el estatuto jurídico de la Iglesia en Burkina-Faso, así como la firma del séptimo acuerdo adicional entre la Santa Sede y la República de Austria a la convención para la regulación de las relaciones patrimoniales.
Además, el pasado 22 de octubre, la Santa Sede y la República Popular China acordaron prorrogar por otros dos años la validez del acuerdo provisional sobre el nombramiento de obispos, firmado en Pekín en 2018. «Se trata de un entendimiento de carácter esencialmente pastoral y la Santa Sede espera que el camino emprendido continúe, en un espíritu de respeto y de confianza recíproca, contribuyendo aún más a la resolución de cuestiones de interés común», ha añadido.
Efectos de la pandemia
A causa del coronavirus, «el mundo interconectado al que estábamos acostumbrados ha dado paso a un mundo que una vez más está fragmentado y dividido». Nos ha puesto en crisis, «mostrándonos el rostro de un mundo enfermo, no sólo por el virus, sino también en el medio ambiente, en los procesos económicos y políticos, y aún más en las relaciones humanas», ha asegurado el Papa ante los embajadores. La pandemia nos ha puesto «frente a dos dimensiones ineludibles de la existencia humana: la enfermedad y la muerte. Precisamente por esta razón, nos recuerda el valor de la vida, de cada vida humana y de su dignidad, en todo momento de su itinerario terrenal, desde la concepción en el seno materno hasta su conclusión natural».
Desafortunadamente, ha continuado, «duele constatar que, con el pretexto de garantizar supuestos derechos subjetivos, un número cada vez mayor de legislaciones de todo el mundo parecen distanciarse del deber esencial de proteger la vida humana en todas sus etapas». La pandemia nos recuerda también «el derecho al cuidado, que es prerrogativa de todo ser humano».
Es esencial que «todos los que tienen responsabilidades políticas y de gobierno se esfuercen para favorecer, antes que nada, el acceso universal a la atención sanitaria básica». En efecto, «no puede ser la lógica del lucro la que guíe un sector tan delicado como el de la asistencia y los cuidados sanitarios». También es esencial «que los importantes progresos médicos y científicos realizados a lo largo de los años, que han permitido sintetizar en un brevísimo espacio de tiempo vacunas que se perfilan eficaces contra el coronavirus, beneficien a toda la humanidad». Por consiguiente, «exhorto a todos los estados a que contribuyan activamente a las iniciativas internacionales destinadas a asegurar la distribución equitativa de las vacunas, no según criterios puramente económicos, sino teniendo en cuenta las necesidades de todos, en particular las de las poblaciones menos favorecidas».
En cualquier caso, «la accesibilidad de las vacunas debe ir siempre acompañada de comportamientos personales responsables destinados a evitar la propagación de la enfermedad, mediante las medidas preventivas necesarias a las que nos hemos acostumbrado en estos meses. Sería fatal depositar nuestra confianza solo en la vacuna, como si fuera una panacea que nos eximiera del constante compromiso personal por la propia salud y la de los demás».
Crisis ambiental
No es solo el ser humano el que está enfermo, «sino que lo está además nuestro planeta tierra». De hecho, los efectos del cambio climático, «ya sean directos, como los fenómenos meteorológicos extremos, entre los que están las inundaciones y las sequías, o los indirectos, como la desnutrición o las enfermedades respiratorias, suelen tener consecuencias que duran mucho tiempo». «La solución de estas crisis requiere la colaboración internacional en el cuidado de nuestra casa común. Por lo tanto, espero que la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP26), programada en Glasgow el próximo mes de noviembre, permita llegar a un acuerdo efectivo para afrontar las consecuencias del cambio climático».
Es «el momento de actuar, pues estamos ya advirtiendo los efectos de una prolongada inacción», ha recalcado. Y ha puesto como ejemplo «las repercusiones en las numerosas islas pequeñas del océano Pacífico que corren el riesgo de desaparecer gradualmente. Es una tragedia que no solo causa la destrucción de aldeas enteras, sino que también obliga a las comunidades locales y, sobre todo, a las familias a desplazarse constantemente, perdiendo su identidad y su cultura». El Papa ha citado también las inundaciones del sudeste asiático o el calentamiento progresivo de la Tierra, que ha causado incendios devastadores en Australia y California.
El Papa también se ha referido a África, y recordó «la inseguridad alimentaria que durante el último año ha afectado particularmente a Burkina Faso, Malí y Níger, con millones de personas que padecen hambre, así como a la situación en Sudán del Sur, donde existe el riesgo de carestía y donde, además, persiste una grave emergencia humanitaria: más de un millón de niños padecen deficiencias nutricionales, mientras que los corredores humanitarios suelen ser a menudo obstruidos y la presencia de organizaciones humanitarias en la zona se ve limitada». Para hacer frente a esta situación, «es más urgente que nunca que las autoridades de Sudán del Sur superen los malentendidos y prosigan el diálogo político para lograr una plena reconciliación nacional».
Crisis económica y social
La crisis económica provocada por la pandemia ha puesto de relieve otra enfermedad que nos afecta actualmente, «la de una economía basada en la explotación y el descarte tanto de las personas como de los recursos naturales». La crisis actual es, por tanto, «una ocasión propicia para replantear la relación entre la persona y la economía». Lo que se necesita es «una especie de nueva revolución copernicana que ponga la economía al servicio del hombre y no al revés».
En esta perspectiva, el Papa ha destacado «el compromiso de la Unión Europea y de sus Estados miembros, que, a pesar de las dificultades, han podido demostrar que es posible trabajar con decisión para alcanzar compromisos satisfactorios en beneficio de todos los ciudadanos». La asignación propuesta por el plan Next Generation EU «es un ejemplo significativo de cómo colaborar y compartir recursos en un espíritu de solidaridad no solo son objetivos deseables, sino verdaderamente accesibles».
El hecho de haber pasado más tiempo en casa también ha dado lugar a períodos más largos de alienación frente a los ordenadores ha tenido «graves consecuencias para los más vulnerables, especialmente los pobres y los desempleados. Son presa más fácil del delito cibernético en sus aspectos más deshumanizantes, desde el fraude hasta la trata de personas, la explotación de la prostitución, incluida la de menores, y la pornografía infantil».
El cierre de las fronteras a causa de la pandemia, junto con la crisis económica, también ha acentuado diversas emergencias humanitarias. «Pienso particularmente en Sudán, donde se han refugiado miles de personas que huyen de la región de Tigray, como también en otros países del África subsahariana, o en la región de Cabo Delgado en Mozambique, donde tantos han sido obligados a abandonar el propio territorio y se encuentran ahora en condiciones sumamente precarias». Su pensamiento se ha dirigido también «a Yemen y a Siria, donde, además de otras graves emergencias, la inseguridad alimentaria aflige a gran parte de la población y los niños están extenuados a causa de la malnutrición». En diversos casos las crisis humanitarias «se han agravado por las sanciones económicas, que terminan en su mayor parte por repercutir principalmente en los sectores más débiles de la población, más que en los responsables políticos». Por lo tanto, aun comprendiendo la lógica de las sanciones, «la Santa Sede no ve su eficacia y espera su relajación, también para favorecer el flujo de ayudas humanitarias, sobre todo de medicamentos e instrumentos sanitarios, sumamente necesarios en este tiempo de pandemia».
Que la coyuntura que estamos atravesando «sea igualmente un estímulo para condonar, o por lo menos reducir, la deuda que recae sobre los países más pobres y que de hecho impide la recuperación y el pleno desarrollo».
Migraciones
El año pasado ha visto también un mayor aumento de los migrantes que, a causa del cierre de fronteras, tuvieron que acudir a itinerarios cada vez más peligrosos. «Asimismo, el flujo masivo encontró un incremento del número de las expulsiones ilegales, a menudo llevadas a cabo para impedir que los migrantes pidan asilo, violando el principio de no expulsión». Muchos «son interceptados y repatriados en campos de acogida y de detención, donde sufren torturas y violaciones de los derechos humanos, cuando no encuentran la muerte atravesando mares y otras fronteras naturales». Los corredores humanitarios, ha recalcado el Papa, «contribuyen a afrontar algunas de las problemáticas, salvando numerosas vidas. Sin embargo, la magnitud de la crisis hace cada vez más urgente erradicar las causas que obligan a emigrar, como también exige un esfuerzo común para apoyar a los países de primera acogida, que se hacen cargo de la obligación moral de salvar vidas humanas».
A este respecto, la Santa Sede espera con interés la negociación del Nuevo Pacto de la Unión Europea sobre la migración y el asilo y valora «todos los esfuerzos realizados en favor de los migrantes y apoya el compromiso de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que este año celebra el 70.º aniversario de fundación, en el pleno respeto de los valores expresados en su constitución y de la cultura de los estados miembro en los que la organización trabaja».
De igual modo, la Santa Sede, como miembro del Comité ejecutivo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR), «permanece fiel a los principios enunciados en la Convención de Ginebra de 1951 sobre el estatuto de los refugiados y al Protocolo de 1967, que establecen la definición legal de refugiado y sus derechos, así como la obligación legal de los Estados a protegerlos».
A este propósito, «la Santa Sede expresa su preocupación por la situación de los desplazados en diversas partes del mundo». Aquí el Papa se ha referido sobre todo «al área central del Sahel donde, en menos de dos años, el número de los desplazados internos es 20 veces mayor».
Crisis de la política
Uno de los factores emblemáticos de la crisis de la política «es el crecimiento de las contraposiciones políticas y la dificultad, por no decir la incapacidad, de encontrar soluciones comunes y compartidas». «Mantener vivas las realidades democráticas es un desafío de este momento histórico». En estos días, «mi pensamiento se dirige de modo particular al pueblo de Birmania». La democracia «se basa en el respeto recíproco, en que todos puedan contribuir al bien de la sociedad y en considerar que opiniones diferentes no solo no amenazan el poder y la seguridad de los estados, sino que, en una confrontación honesta, se enriquecen recíprocamente y permiten que se encuentren soluciones más adecuadas a los problemas que se han de afrontar».
«El proceso democrático requiere que se persiga un camino de diálogo inclusivo, pacífico, constructivo y respetuoso entre todos los miembros de la sociedad civil de cada ciudad y nación». Desarrollar una conciencia democrática exige que se superen «los personalismos y prevalezca el respeto del estado de derecho. En efecto, el derecho es el presupuesto indispensable para el ejercicio de todo poder y debe estar garantizado por los órganos competentes, independientemente de los intereses políticos dominantes».
Lamentablemente, la crisis de la política y de los valores democráticos afecta también a nivel internacional, ha sostenido el Santo Padre. «La pandemia es una ocasión que no se puede desaprovechar para pensar y llevar adelante reformas orgánicas, para que las organizaciones internacionales recuperen su vocación esencial de servir a la familia humana, para preservar la vida de toda persona y la paz». «Todo cuerpo vivo necesita reformarse continuamente y en esta perspectiva se encuentran también las reformas que implican a la Santa Sede y la Curia romana».
De todos modos, no faltan signos alentadores, ha asegurado Francisco, como la entrada en vigor del Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares, así como la prórroga por otros cinco años del Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (el llamado Nuevo START) entre la Federación Rusa y los Estados Unidos de América. Aunque «el esfuerzo en el ámbito del desarme y de la no proliferación de los armamentos nucleares, que, si bien entre dificultades y reticencias, es necesario intensificar, debería efectuarse igualmente en lo que se refiere a las armas químicas y a las armas convencionales. Hay demasiadas armas en el mundo». «¡Cómo quisiera que el 2021 fuera el año en que se escribiese finalmente la palabra fin al conflicto sirio, que ya hace diez años que comenzó! Para que eso suceda, se necesita un renovado interés también de parte de la comunidad internacional para afrontar con sinceridad y valentía las causas del conflicto y buscar soluciones por medio de las cuales todos, independientemente de la pertenencia étnica y religiosa, puedan contribuir como ciudadanos al futuro del país».
Paz en Oriente Medio
«Mi deseo de paz se dirige obviamente a Tierra Santa. La confianza recíproca entre israelíes y palestinos debe ser la base para un renovado y decisivo diálogo directo entre las partes que resuelva un conflicto que perdura desde hace demasiado tiempo. Invito a la comunidad internacional a sostener y a facilitar dicho diálogo directo, sin pretender imponer soluciones que no tengan como horizonte el bien de todos. Palestinos e israelíes –estoy seguro– albergan el deseo de poder vivir en paz».
Del mismo modo, «espero un renovado compromiso político nacional e internacional para favorecer la estabilidad del Líbano, que está atravesado por una crisis interna y corre el riesgo de perder su identidad y de encontrarse aún más comprometido por las tensiones regionales. Es más necesario que nunca que el país mantenga su identidad única, también para asegurar un Oriente medio plural, tolerante y diversificado, en el que la presencia cristiana pueda ofrecer la propia contribución y no se reduzca a una minoría que hay que proteger». Los cristianos «constituyen el tejido conector histórico y social del Líbano y a ellos, a través de las múltiples obras educativas, sanitarias y caritativas, se les ha de asegurar la posibilidad de continuar trabajando por el bien del país, del que han sido fundadores. Debilitar la comunidad cristiana puede destruir el equilibrio interno y la misma realidad libanesa. En esta óptica se ha de afrontar también la presencia de los refugiados sirios y palestinos. Además, sin un proceso urgente de recuperación económica y de reconstrucción, se corre el riesgo de la quiebra del país, con la posible consecuencia de peligrosas desviaciones fundamentalistas». Por tanto, «es necesario que todos los líderes políticos y religiosos, dejando a un lado los propios intereses, se esfuercen por perseguir la justicia y llevar adelante verdaderas reformas para el bien de los ciudadanos, obrando de modo transparente y asumiendo la responsabilidad de las propias acciones».
Francisco deseó también paz para Libia, «con la esperanza de que el reciente Foro de diálogo político libio, que se realizó en Túnez el pasado mes de noviembre bajo la guía de las Naciones Unidas, permita efectivamente la puesta en marcha del esperado proceso de reconciliación del país».
También causan preocupación otras áreas del mundo. «Me refiero en primer lugar a las tensiones políticas y sociales en la República Centroafricana; además de las que afectan en general a América Latina, que tienen raíces profundas en la desigualdad, las injusticias y la pobreza, que ofenden la dignidad de las personas»». Del mismo modo, «sigo con particular atención el deterioro de las relaciones en la Península coreana, que terminó con la destrucción de la oficina de enlace intercoreana en Kaesong; así como la situación en el Cáucaso meridional, donde permanecen enquistados diversos conflictos, algunos de los cuales se han reanudado en el curso del año pasado, que amenazan la estabilidad y la seguridad de toda la región».
Finalmente, «no puedo olvidar el terrorismo, que cada año se cobra numerosas víctimas en todo el mundo entre la población civil indefensa». Es un mal que ha ido creciendo a partir de los años 60 del siglo pasado, «y que tuvo un momento culminante en los atentados del 11 de septiembre de 2001». Lamentablemente, el número de atentados se ha ido intensificando en los últimos 20 años, «de modo particular el que afecta sobre todo al África subsahariana, pero también en Asia y en Europa». Además, los objetivos de tales ataques son con frecuencia los lugares de culto. «A este respecto, quisiera destacar que la protección de los lugares de culto es una consecuencia directa de la defensa de la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, y es un deber para las autoridades civiles, independientemente de la tendencia política o de la pertenencia religiosa».
Crisis antropológica
La pandemia, «que nos ha obligado a largos meses de aislamiento y muchas veces de soledad, ha hecho emerger la necesidad de relaciones humanas que tiene cada persona». «Pienso sobre todo en los estudiantes, que no han podido ir regularmente a la escuela o a la universidad». Asistimos a una suerte de catástrofe educativa, «ante la que no podemos permanecer inertes, por el bien de las generaciones futuras y de la sociedad en su conjunto», porque la educación es «el antídoto natural de la cultura individualista, que a veces degenera en un verdadero culto al yo y en la primacía de la indiferencia».
Pero los largos periodos de confinamiento también han permitido pasar más tiempo en familia. «Para muchos ha sido un momento importante para redescubrir las relaciones más queridas». Sin embargo, «no todos han podido vivir con serenidad en la propia casa y algunas convivencias han degenerado en violencia doméstica. Exhorto a todos, autoridades públicas y sociedad civil, a ofrecer ayuda a las víctimas de la violencia en la familia».
Las exigencias para contener la difusión del virus también se ramificaron sobre diversas libertades fundamentales, «incluida la libertad de religión, limitando el culto y las actividades educativas y caritativas de las comunidades de fe. Sin embargo, no debemos pasar por alto que la dimensión religiosa constituye un aspecto fundamental de la personalidad humana y de la sociedad, que no puede ser cancelado; y que, aun cuando se está buscando proteger vidas humanas de la difusión del virus, la dimensión espiritual y moral de la persona no se puede considerar como secundaria respecto a la salud física». Por otra parte, «la libertad de culto no constituye un corolario de la libertad de reunión, sino que deriva esencialmente del derecho a la libertad religiosa, que es el primer y fundamental derecho humano. Por eso es necesario que sea respetada, protegida y defendida por las autoridades civiles, como la salud y la integridad física. Además, un buen cuidado del cuerpo nunca puede prescindir del cuidado del alma».