En su primer ángelus, el Papa Francisco no sólo se dirigió a los fieles que llenaban la Plaza de San Pedro, sino a los otros, a los silenciosos que estaban en sus casas: «Esta Plaza se convierte, gracias a la televisión, en la plaza del mundo».
Quizá el Pontífice más consciente de la importancia de la televisión fue Juan Pablo II. La televisión comunista de su país accedió a dedicar tres horas a la Misa de inicio de su pontificado. Juan Pablo II hizo indicación a los maestros ceremonieros de que la Eucaristía tuviera esa duración exacta. Lo cuenta George Weigel en su excelente biografía del Papa: «Quiso que fuera así, a fin de que la última imagen retransmitida a su patria fuera su bendición con el báculo papal, no la de los comentaristas comunistas polacos filtrando la noticia».
Como arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio se sirvió muchísimas veces de la televisión, para la vida pastoral. A mí me emociona la profesionalidad innata de este Papa que, ante una cámara, no se queda en suspenso, sino que trasciende ese frío intermediario y llega hasta la anciana en batín. Jesús Hermida le dijo a Nieves Herrero, hace muchos años, que el buen comunicador de televisión es el que piensa en una persona, cuando se dirige a los espectadores. El Papa Francisco lo hace. He consumido mucho material para hacerle, como espectador, un seguimiento de cerca, y siempre acaba poniéndome en posición de oración. Hace años comentó, para la EWTN, cómo en su juventud iba a Misa todos los días; salía rápidamente hacia el colectivo camino del trabajo y, durante el trayecto, le iba dando gracias al Señor. Lo decía con el entusiasmo contenido del que te cuenta cosas de amigo, no de quien se ha preparado una anécdota y se hace el simpático para adjetivar un discurso sesudo.
El cardenal Bergoglio frecuentó el Canal 21 junto a su amigo Abraham Skorka, rabino bonaerense. Los vídeos se pueden ver en YouTube, y hay un lote bien representativo. Los temas que trataban formaban un arco desde la familia y la felicidad, hasta el miedo, el hastío, la cultura, etc. En los vídeos, se aprecia a un Bergoglio paciente, que sabe escuchar a su amigo judío, e interviene con una delicadeza que a Skorka le empujó a escribir: «Somos dos amigos para quienes la búsqueda de Dios y la dimensión de la espiritualidad, es una preocupación constante en nuestras vidas».