El Papa ha dicho en EE. UU. cosas que valen para España
El reciente Viaje del Papa Benedicto XVI a Estados Unidos protagonizó la entrevista de Javier Alonso Sandoica, el pasado domingo en la cadena COPE, a nuestro cardenal arzobispo:
¿Querría comentar la visita de Benedicto XVI a los Estados Unidos y a la ONU?
Es la tercera vez que un Papa, en el último medio siglo, visita los Estados Unidos, la gran nación del momento actual de la Historia. Pablo VI lo hizo, Juan Pablo II lo hizo y él lo hace, con acentos muy semejantes por parte de uno y de otro, y del otro, de los tres, aunque los tiempos naturalmente le dan al Viaje de Benedicto XVI una nota específica. Ciertamente, la Iglesia de Estados Unidos es la primera destinataria del Viaje, y luego, naturalmente, las Naciones Unidas, en el contexto de la realidad y de la situación de ese gran país que son los Estados Unidos de América.
Desde el principio parecía como que la fe católica llevaba las de perder en Estados Unidos porque recordaba a Europa, al Antiguo Régimen, y se está convirtiendo poco a poco en una comunidad creciente.
Bueno, el catolicismo norteamericano ha sido siempre un catolicismo desde finales del siglo XIX, que es cuando se establece la organización ordinaria de la Iglesia en Estados Unidos -no hay que olvidar que uno de los motivos del Viaje del Santo Padre son los doscientos años de la diócesis de Baltimore, la primera de la historia de las diócesis de los Estados Unidos de América-, fue siempre un fenómeno creciente. Lo que pasa es que con la crisis de los años 60, 70, 80, 90, ciertamente, había sufrido un golpe fuerte y parecía como si estuviese en declive, aparte de que la población de origen irlandés y anglosajona ha venido a menos también. Y hay que añadir que ha dado un empujón hacia arriba desde el pontificado de Juan Pablo II, yo creo, y a pesar de crisis bien conocidas, tan dolorosas para la Iglesia, para los Estados Unidos y para todo el mundo, que habían enturbiado un poco la Visita. Habría que ver lo que estaba pasando de verdad con la Iglesia en los Estados Unidos. En gran medida, esa gran renovación tiene como uno de los factores principales que la explican, la afluencia de hispanos, de hermanos nuestros de Hispanoamérica que han encontrado su nueva patria y su nueva tierra en los Estados Unidos de América.
En la ONU, ha dicho una frase espectacular: «No es concebible que los creyentes supriman su fe para ser ciudadanos». ¿Qué comentario le merece?
Esa frase vale también para Europa, vale para España, y en estos momentos incluso de una forma muy específicamente intensa y muy urgente; y también vale el trasfondo doctrinal de la visión del hombre y del mundo que la inspira, que es que tenemos que encontrar entre todos, en los países y culturas de origen cristiano, con raíces cristianas y los que no, esa base común del derecho natural, de la ley natural, de la referencia a Dios, para establecer y reforzar los caminos de la paz que se iniciaron en el mundo con las Naciones Unidas en su fundación y, sobre todo, con su Declaración Universal de los Derechos del Hombre del año 48. Sin una base ética común, en torno a la dignidad de la persona y a sus derechos fundamentales, con carácter inalienable, como decían las Naciones Unidas y como ha dicho el Papa en el discurso del pasado viernes, como lo ha dicho en el Mensaje del día de la Paz de este año, es imposible la paz.
Ha hablado del respeto a los imperativos éticos para que, evidentemente en este relativismo en el que estamos viviendo, cada uno no vaya por su lado.
Claro. Uno de los recursos dialécticos con los que opera este laicismo de nuevo cuño que implica y encierra en sí mismo un relativismo ético con el cual es muy difícil defender la dignidad de la persona, su dignidad inviolable, y sus derechos fundamentales, y una concepción del hombre también común, es esa teoría de que no hay base común a la que se pueda acceder, desde el punto de vista de la concepción del hombre y de la moral con la razón, y que por lo tanto, todo es relativo. El relativismo ético es uno de los factores que, intelectualmente y culturalmente, más afecta negativamente a las posibilidades de ese consenso mundial en torno al hombre y en torno a sus derechos, deberes y responsabilidades morales, personales, matrimoniales, familiares, que son los que ponen a la Humanidad en el camino de la verdadera solidaridad y de la paz.
Cuando el Santo Padre tuvo el encuentro con judíos, musulmanes, hindúes, budistas, dijo: «Bueno, vamos a hablar también de nuestras diferencias».
Eso tiene mucha importancia en el diálogo interreligioso. Y lo hace verdadero, lo hace auténtico. Y, visto desde la responsabilidad misionera y evangelizadora de la Iglesia, y de la Palabra y de la verdad y de la luz de la fe que ha recibido del Señor, es lo que permite después llegar también a ese punto más allá del diálogo religioso y más allá del diálogo interreligioso, que es el de la común búsqueda de los caminos de la paz. Y es la parte, sobre todo, muy sustancial y muy valiosa que nosotros, que un cristiano, que los católicos, que la Iglesia, tienen que aportar a ese diálogo religioso, en función también, en la medida en que también es un instrumento necesario para construir el camino de la paz.