El Papa, en la Casa de Santa Marta: «Recemos por los corruptos» - Alfa y Omega

El Papa, en la Casa de Santa Marta: «Recemos por los corruptos»

Dios ama con locura a los pecadores, pero aborrece a los corruptos. Desde sus tiempos de arzobispo de Buenos Aires, ésta es una idea muy presente en la predicación del Papa, que ha vuelto a insistir en ella en los últimos días. De los corruptos, decía Jesús que más les valdría ponerles una piedra de molino al cuello y arrojarlos al mar… «No habla de perdón aquí», explicó Francisco en una homilía en la Casa de Santa Marta. El Papa ha pedido que se rece por la conversión de «esta pobre gente que ha perdido la dignidad en el hábito de los sobornos», y muy especialmente por sus hijos, «tal vez educados en colegios costosos, y crecidos en ambientes cultos», pero que «recibieron de su papá como comida suciedad», porque «pan sucio» es lo que llevaron sus padres a casa

Ricardo Benjumea
El Papa Francisco preside la Eucaristía, el pasado 10 de septiembre, en la capilla de la Casa de Santa Marta.

«No hay pecado o crimen de cualquier tipo que sea, que pueda borrar de la memoria y del corazón de Dios a uno solo de sus hijos», decía el Papa durante el rezo del ángelus hace dos domingos. Dios no se cansa de perdonarnos, ni «se olvida de nadie de los que ha creado; Él es padre, siempre a la espera vigilante y amorosa con el deseo ver renacer en el corazón del hijo el deseo de volver a casa».

Francisco tiene siempre en los labios la palabra misericordia hacia la oveja descarriada, pero, al mismo tiempo, no duda en sacar el látigo contra un perfil de pecador muy particular: los corruptos. La historia viene de atrás. No importa cuántas veces peque el hombre, mientras se reconozca pecador, pero «el corrupto pone cara de no haber hecho nada, se merecería un doctorado honoris causa en cosmética social», escribía el entonces arzobispo de Buenos Aires en 2005, en una reflexión incluida en el libro Corrupción y pecado (Publicaciones Claretianas).

«No es necesario hablar mucho de los pecadores –explicaba el Papa en junio–, porque todos lo somos». Nos conocemos ya «desde dentro y sabemos qué es un pecador. Y si alguno de nosotros no se siente pecador, que vaya a ver al médico espiritual». Pero hay otro tipo de personas, que «se han sentido fuertes, se han sentido autónomas de Dios», pensando: «Nosotros no tenemos necesidad de aquel Dueño, ¡que no venga a molestarnos!» «¡Éstos son los corruptos! Aquellos que eran pecadores como todos nosotros, pero que han dado un paso adelante, como si se hubieran consolidado en el pecado: ¡no tienen necesidad de Dios! Pero esto sólo aparentemente, porque en su código genético está impresa esta relación con Dios. Y como no la pueden negar, se hacen un Dios especial: son Dios ellos mismos».

La corrupción es como la droga

En los últimos días, el Papa ha vuelto a poner el foco en este tema. «La diferencia es que quien peca y se arrepiente, pide perdón, se siente débil, se siente hijo de Dios, se humilla…»; mientras que «el corrupto está instalado en un estado de suficiencia, no sabe qué es la humildad», decía Francisco en su Misa matinal del lunes en la Casa de Santa Marta, donde reside. Es de ellos de quienes Jesús dijo que más les valdría ponerles una piedra de molino al cuello y arrojarlos al mar, antes que provocar escándalo, prosiguió.

En circunstancias no muy distintas se encuentra «un cristiano que se vanagloria de ser cristiano, pero que no hace vida de cristiano… Todos conocemos a alguien que está en esta situación, ¡y cuánto mal hacen a la Iglesia! Cristianos corruptos, sacerdotes corruptos…», que presumen de ser benefactores de la Iglesia, «pero, con la otra mano, roban: al Estado, a los pobres… Esto es doble vida. Y esto merece –lo dice Jesús, no lo digo yo– que le pongan en el cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar. No habla de perdón aquí».

Días antes, el viernes, al comentar la parábola del administrador astuto, el Papa invitó a «rezar por tantos niños y muchachos que reciben de sus padres pan sucio». Porque «Dios nos ha pedido que llevemos el pan a casa con nuestro trabajo honesto», pero el corrupto da «de comer a sus hijos pan sucio. Y sus hijos, tal vez educados en colegios costosos, tal vez crecidos en ambientes cultos, han recibido de su papá como comida suciedad, porque su papá, llevando el pan sucio a la casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza tal vez con una pequeña coima [soborno], pero es como la droga, ¡eh!».

El Papa pidió oraciones para los hijos de estas personas, pero también «para que el Señor cambie el corazón de estos devotos del soborno, y se den cuenta de que la dignidad viene del trabajo digno, del trabajo honesto, del trabajo de cada día, y no de estos caminos más fáciles que, al final, te quitan todo». Cuando muere, «esta pobre gente que ha perdido la dignidad en el hábito de los sobornos ¡sólo lleva consigo, no el dinero que ha ganado, sino la falta de dignidad! ¡Recemos por ellos!».