El Papa Francisco viaja a Ecuador el 5 de julio y, tras visitar Bolivia y Paraguay, regresará a Roma el 12 del mismo mes. La realidad de esos países sigue marcada por la pobreza, la corrupción, el subdesarrollo y la desigualdad social; en ellos, gran parte de la población vive sin poder acceder a servicios básicos: educación, sanidad, vivienda, trabajo digno… Si hemos leído el último informe de Amnistía Internacional sobre Derechos Humanos 2014-2015, sabremos también que la situación en ellos tiene notables deficiencias. Por decirlo con palabras de Francisco, en estos países las víctimas de la cultura del descarte y la inequidad son legión.
No menos cierto es que en ellos, dolorosa y escandalosamente, conviven comunidades y parroquias a las que les sobra casi todo con comunidades y parroquias que no tienen casi nada; clérigos encopetados con verdaderos pastores que se la juegan todos los días…
El Papa se ha manifestado sobre estas desigualdades y escándalos sociales y eclesiales en multitud de ocasiones. Lo ha hecho alto y claro. No creo que sea necesario decir nada nuevo, ¡es tan grande lo que ya ha dicho! Más bien, creo que lo verdaderamente urgente e imperioso es que le hagamos caso, que no estemos pendientes del próximo discurso papal, sino de cómo ya estamos intentando vivir todo lo que su magisterio nos está regalando. Uno de los grandes peligros que acechan al Papa es esa gran cantidad de creyentes, incluyo obispos, clérigos y consagrados, que repetimos sus palabras y expresiones a modo de eslogan y mantra mediático y homilético, pero que después no afectan en nada a nuestras vidas, opciones pastorales y modos de vivir la fe de manera encarnada y significativa.
Pienso que deberíamos estar más atentos a lo que nos ha dicho a los europeos que a lo que va a decir a los hermanos de aquellos países, pues muchos de sus males nacen en los despachos y parlamentos de Occidente, en nuestros pecados y olvidos del Evangelio.
Estoy firmemente convencido de que deberíamos estar centrados en cómo purificar nuestras Iglesias de todo lo que nos acomoda y adormece, de todo aquello que nos hace vivir inermes a la pobreza y carencias que sufren tantos hermanos en la fe de aquellos países.
Es difícil acoger las palabras del Papa si, como aquel hombre rico del Evangelio, nos sigue esclavizando tanto nuestro bienestar que le preferimos al mismo seguimiento del Maestro.
Me entristece encontrarme cada día con algunos que, en tiempos pasados, clamaban contra todo aquel que se atrevía a esbozar la más mínima discrepancia o crítica respecto al Papa del momento pero, que ahora, con desvergüenza absoluta, convierten la crítica a Francisco en piedra de toque para demostrar la pureza de su fe. Por eso, ante la visita del Papa a Ecuador, Bolivia y Paraguay, digo tres cosas:
–Señor, gracias por el Papa Francisco.
–Señor, perdón por la pobre recepción que tienen sus palabras en mi corazón y en mi vida.
–Señor, por favor, cuídale para que pueda seguir escandalizándonos y despertándonos de nuestras pecaminosas siestas occidentales y eclesiales.