Ésta es una buena ocasión para invitar a la Iglesia a despojarse. Pero la Iglesia somos todos, ¡todos! Desde el primer bautizado, todos somos Iglesia. Y todos tenemos que seguir el camino de Jesús, que se despojó a sí mismo. Se hizo siervo, servidor; quiso humillarse hasta la cruz. Y si nosotros queremos ser cristianos, no hay otro camino.
Pero algunos dicen: ¿No podemos hacer un cristianismo un poco más humano: sin cruz, sin Jesús, sin despojarnos? Ah, así nos convertiríamos en cristianos de pastelería, como tartas, bonitas y dulces… Muy bien, pero eso no es ser cristiano de verdad. Alguno que otro dirá: ¿Y de qué tiene que despojarse la Iglesia? Tiene que despojarse de un peligro gravísimo que amenaza a todas las personas en la Iglesia, a todos: el peligro de la mundanidad. El cristiano no puede convivir con el espíritu del mundo. La mundanidad nos lleva a la vanidad, a la prepotencia, al orgullo. Eso es un ídolo: no es Dios. Y la idolatría es el pecado más grave.
Cuando en los medios de comunicación se habla de la Iglesia, creen que la Iglesia son los curas, las monjas, los obispos, los cardenales y el Papa. Pero la Iglesia somos todos. Y todos tenemos que despojarnos de esta mundanidad que es el espíritu contrario de las Bienaventuranzas, el espíritu contrario al espíritu de Jesús. La mundanidad nos hace daño. Y es tan triste encontrar a un cristiano mundano, seguro de esa seguridad que le da –en su opinión– la fe, y seguro de la seguridad que le da el mundo. No se puede jugar a dos barajas. La Iglesia, todos nosotros, tenemos que despojarnos de la mundanidad que lleva a la vanidad, al orgullo, que es la idolatría.
Jesús mismo decía: No se puede servir a dos señores. O sirves a Dios, o sirves al dinero. En el dinero estaba incluido este espíritu mundano. Dinero, vanidad, orgullo… Ese camino nosotros no podemos seguirlo. Es triste borrar con una mano lo que se escribe con la otra. El Evangelio es el Evangelio. Dios es único; Jesús se hizo siervo por nosotros y el espíritu del mundo no tiene nada que ver con eso.
Hoy, muchos de vosotros habéis sido despojados por este mundo salvaje que no da trabajo, que no ayuda; no importa si en el mundo hay niños que mueren de hambre; no importa si muchas familias no tienen qué comer, que no tienen la dignidad de llevar pan a casa; no importa que mucha gente tenga que escapar de la esclavitud, del hambre y huir buscando la libertad y, con cuanto dolor, muchas veces vemos que encuentran la muerte, como ha sucedido en Lampedusa. ¡Hoy es un día de llanto!
Estas cosas son obra del espíritu del mundo. Es ridículo que un cristiano, un cristiano verdadero, un cura, una monja, un obispo, un cardenal, un Papa, quieran recorrer este camino de la mundanidad; es una actitud homicida. La mundanidad espiritual mata. ¡Mata el alma! ¡Mata a las personas! ¡Mata a la Iglesia!
Cuando Francisco se desnudó aquí, era un muchacho, no tenía fuerza; fue la fuerza de Dios la que le llevó a hacerlo, la fuerza de Dios que quiere recordarnos lo que Jesús nos decía sobre el espíritu del mundo, lo que Jesús ha pedido al Padre para que nos libre del espíritu del mundo.
Pidamos esta gracia para todos los cristianos: ¡que el Señor nos dé a todos el valor de despojarnos!, pero no de 20 liras, no, no… Despojarnos del espíritu del mundo, que es la lepra, es el cáncer de la sociedad. Es el cáncer de la revelación de Dios. El espíritu del mundo es el enemigo de Jesús. Pido al Señor que nos dé a todos la gracias de despojarnos.
Rezad por mí; lo necesito mucho.