Francisco en Malta: «El otro no es un virus del que defenderse»
La mirada de Daniel, un inmigrante nigeriano, marcó desde el principio el tono del viaje del Papa a Malta. Francisco denunció los abusos que sufren y los invitó a poner sus valores al servicio de la comunidad
Encontrarse con el Papa Francisco el domingo en el Peace Lab Juan XXIII, en Hal Far, fue para Daniel Jude Okeuale «un sueño hecho realidad». Desde que salió de Nigeria hace cinco años había «anhelado poder expresar lo traumático que es el viaje para los migrantes subsaharianos que lo arriesgamos todo para cumplir nuestros sueños», comparte con Alfa y Omega. Todo empezó con ocho días por el desierto. Luego fue testigo de las torturas a quienes no pagaban a las mafias, y pasó un mes en un campo de concentración libio. Al tercer intento llegó a Malta para estar seis meses en un centro de detención. «Casi perdí la cabeza. ¿Por qué nos trataban como criminales?».
Su relato no fue escabroso. De hecho, pasó de puntillas por lo más doloroso. Al intentar llegar a Malta por segunda vez, «cuatro compañeros cayeron del bote y solo conseguimos rescatar a dos. Me dormí esperando morir». La imagen que tiene aún ante su retina ya la había compartido con el Papa. En el vuelo de ida a la isla, la colaboradora de este semanario Eva Fernández le había entregado a Francisco un cuadro de Daniel con ese momento. Se aficionó al dibujo en Túnez, y «lo pinté porque sentía que solo las palabras no podían expresar cómo me sangra el corazón», continúa. «¡Cuánto dolor!», exclamó el Papa. Desde ese momento en el avión, la mirada de Daniel marcó el tono de todo el viaje.
Ahora, el nigeriano vive en el Peace Lab de Hal Far y recibe ayuda del Servicio Jesuita al Refugiado. Le costó acostumbrarse, pero «en unas semanas empecé a vivir con esperanza renovada». En su discurso allí mismo, Francisco subrayó cómo estas «experiencias ricas de humanidad», con «personas acogedoras, que saben escuchar, comprender y acompañar, y también estar junto con otros compañeros de viaje» puede ayuda a sanar el desgarro de quienes han dejado su hogar. Y confesó que sueña con que ellos, después, «se conviertan en testigos de los valores humanos esenciales para una vida digna y fraterna», poniendo el tesoro de sus raíces al servicio de la comunidad donde se integran.
Aludiendo a la acogida que Malta brindó a san Pablo cuando naufragó en sus costas (por la cual recibió el Evangelio), el Santo Padre pidió mirar a los migrantes «no como números», sino como «rostros e historias», hermanos en cuyo lugar «podría estar yo, o mi hijo, o mi hija». Es el antídoto contra un «naufragio de la civilización». Sus palabras se centraron en el aspecto humano de la acogida, pero también denunció cómo se violan los derechos de los migrantes «con la complicidad de las autoridades».
El día anterior, en su encuentro con los dirigentes del país, el Pontífice abundó en esta cuestión, una circunstancia que «marca nuestra época». Señaló que «los países civilizados no pueden sancionar acuerdos turbios con delincuentes que esclavizan», alusión velada al polémico acuerdo de colaboración firmado en 2019 con Libia. También denunció «la narrativa de la invasión», aunque reconoció que «la creciente afluencia de los últimos años, los temores y las inseguridades han provocado desánimo y frustración». Por eso hacen falta respuestas compartidas. «El otro no es un virus del que hay que defenderse, sino una persona que hay que acoger».
Defender la vida desde el inicio
No fue, desde luego, el único punto en el orden del día. En uno de los países con más católicos de Europa, aún en ese primer discurso ante las autoridades, enfatizó que «progresar no significa cortar las raíces con el pasado» en nombre del consumismo o para ceder a «colonizaciones ideológicas». Malta es el único país de la UE donde el aborto es ilegal. El Papa exhortó a los malteses a «seguir defendiendo la vida desde el inicio hasta su fin natural, pero también a protegerla en todo momento del descarte y del abandono». Y ante sus líderes, del mismo partido que se vio implicado en el asesinato en 2017 de la periodista Daphne Caruana, pidió «compromiso para extirpar la ilegalidad y la corrupción». La tarde del sábado, en el santuario mariano de Ta’ Pinu, en la isla de Gozo, dirigió su mensaje a los católicos, cuya religión no es solo la mayoritaria sino también la oficial en Malta. «La vida de la Iglesia no es solamente una historia pasada que hay que recordar sino un gran futuro que hay que construir, dóciles a los proyectos de Dios», apuntó.
Previno frente a la tentación de «endulzar» retos como «la crisis de la fe, la apatía de la práctica creyente sobre todo en la pospandemia y la indiferencia de tantos jóvenes respecto a la presencia de Dios», restándoles importancia porque las estructuras cristianas permanecen. «A veces, detrás de ese revestimiento la fe envejece», advirtió. Por eso, es necesario redescubrir lo esencial de la fe, el encuentro con Jesús y la evangelización. Para ello, «no tengáis miedo de recorrer, como ya estáis haciendo, itinerarios nuevos, quizá incluso arriesgados».
Con los vulnerables, sin discurso
A la mañana siguiente, antes de la Misa en Floriana, Francisco visitó otro de los lugares más significativos de la isla: las catacumbas de San Pablo, en Rabat. Fue un encuentro reservado a los vulnerables, como ancianos, enfermos y presos. El Pontífice priorizó estar con ellos y rezar juntos, sin discursos. Bernadette Briffa, trabajadora social de Cáritas Malta, explica que en representación de la entidad había unas 30 personas. Por ejemplo, «gente de nuestros centros de recuperación para drogadictos», los primeros que se pusieron en marcha en la isla.
Desde la unidad de Acompañamiento y Trabajo Social, invitaron a una persona sin hogar y a un joven matrimonio al que ella misma acompaña en su duelo. «En julio pasado su hija Larissa, de 5 años y que hasta entonces estaba sana, murió de repente». Confiesa que no eran la primera opción, pero que al no poder acudir otras personas pensó en ellos. «Creo que fue su hija la que me lo sugirió desde el cielo». Poco después, le escribieron agradeciéndola «esta hermosa sorpresa» de haber podido «cogerle las manos y hablarle de nuestra hija». Aún no podían creerse lo que fue «una experiencia inolvidable de alegría en comparación con la inolvidable pérdida» que han sufrido.