El obispo no olvidó a sus fieles de ultramar - Alfa y Omega

El obispo no olvidó a sus fieles de ultramar

Juan Bautista Scalabrini, fundador de los Misioneros de San Carlos Borromeo y pastor de los migrantes, será santo el domingo

María Martínez López
El mismo Scalabrini quiso visitar a los emigrantes en Estados Unidos en 1901 y en Brasil en 1904 (en la imagen). Foto: Scalabrinianos.

Fue san Juan Bosco quien llamó la atención del Papa Pío IX sobre el sacerdote Juan Bautista Scalabrini, de Como. Le habló de su celo y su interés por la catequesis. Animado por la recomendación, en 1875 el Santo Padre lo nombró obispo de Piacenza, cuando tenía solo 36 años. Pero, aunque el interés por la pastoral le acompañó toda su vida, fue otra necesidad acuciante de su época la que impulsó buena parte de la labor de Scalabrini, a quien el Papa Francisco canonizará este domingo.

Durante una visita a Milán, encontró la estación de tren abarrotada por casi 400 personas. «En sus rostros bronceados, surcados por las arrugas precoces, se traslucía el tumulto de los afectos que en ese momento conmovían sus corazones». Ancianos, hombres en la flor de la vida, mujeres con niños en brazos y muchachos estaban hermanados por «un fin común. Eran emigrantes». Los había visto ya en Piacenza, e incluso dos hermanos suyos y buena parte de sus vecinos del pueblo habían emigrado. Entre 1875 y 1915, casi nueve millones de italianos pusieron rumbo a América. Scalabrini calculó que el 12 % de sus feligreses estaba en el extranjero. «Al pensar en los innumerables y gravísimos males hacia los que iban y en el abandono de toda ayuda espiritual en que quedaban, se me encogía el corazón».

Su inquietud se agravó cuando una familia le hizo llegar un mensaje desde orillas del Orinoco (Venezuela) pidiéndole «un sacerdote, porque aquí se vive y se muere como bestias». En algunos sitios de Brasil, explica Graziano Battistella, el postulador de su causa de canonización, los italianos «sustituían a los esclavos de las plantaciones de café». En Norteamérica, siendo personas con poca formación, no estaban preparados para enfrentarse a una ciudad como Nueva York. Además, «los mejores puestos ya estaban cogidos» por alemanes. El obispo de Piacenza detectó dos problemas: «La falta de clero que sostuviera su fe en su idioma y la necesidad de facilitar su integración».

Este diagnóstico le llevó a fundar, en 1887, la Congregación de Misioneros de San Carlos Borromeo, o scalabrinianos —en 1895, llegó el turno de la rama femenina—, para atenderlos pastoralmente. Y la Sociedad de San Rafael, que hasta 1923 los asistía en cada paso del camino. En Italia, mientras preparaban el viaje y en el puerto, para evitar que personas malintencionadas los engañaran. También a bordo de los barcos, y a partir de 1891 a su llegada a Nueva York. Ese primer año, San Rafael atendió a 20.000 personas.

«Otros se habían implicado con los migrantes antes, pero no de forma sistemática», subraya Battistella. Tuvo un «enfoque innovador de la migración, considerada no como una anomalía sino como un componente estructural del desarrollo; un derecho, y por tanto no algo que impedir. Pero tampoco que deba permitirse sin protección». Escribía en la prensa católica sobre las dificultades de los migrantes, y pidió leyes que los ayudaran. También estuvo «muy comprometido en combatir a quienes se beneficiaban de su debilidad».

Muchos rasgos diferencian para el postulador esa emigración permanente y «en familia», desde Europa a lugares a veces casi despoblados, del fenómeno migratorio actual, «globalizado», que lleva a millones de personas a desplazarse de forma más individual y «con frecuencia temporal» a lugares ya densamente poblados. Pero tienen en común las situaciones de violación de derechos y sufrimiento. Los «pies gangrenados por el frío o las familias varadas en los bosques de Bosnia» que ha visto el scalabriniano Jonas Donassollo. O la desesperación de María, embarazada y con un hijo pequeño en Guatemala, que antes de llegar a una Casa del Migrante de la congregación intentó suicidarse. Siguiendo la estela de Scalabrini, 1.195 hijos e hijas suyos los atienden en casa para migrantes, colegios y hospitales de 39 países. Además, siete Centros de Estudio de la Migración estudian la movilidad humana para buscar las mejores respuestas.