El miedo y la libertad - Alfa y Omega

«La reciente pandemia nos ha mostrado —o recordado— cómo, dentro del amplio espectro de emociones que puede experimentar una sociedad, resulta especialmente acuciante reflexionar sobre el miedo y el papel predominante que juega este sentimiento en nuestra vida personal y social. Tal como comprobamos en esa ocasión, el miedo puede ser vivido como una pasión colectiva, llegando a convertirse en una eficiente herramienta de manipulación social. Según señala «santo Tomás de Aquino», podemos considerar el temor como «la vivencia en el presente de un mal futuro», a lo que añade que este proviene de la capacidad que tenemos de proyectarnos en virtud de nuestra imaginación, lo cual no quiere decir que el miedo temido sea inexistente, sino que la imaginación adelanta su efectividad. Se tiene miedo porque se juzga que el mal por venir no podrá ser resistido, ya sea por su magnitud, por la falta de costumbre o en razón de su imprevisión. Precisa el Aquinate que, según sea la especie, se tendrá admiración, estupor o congoja.

Si el miedo puede tener un carácter social es precisamente por el papel que juega en él la imaginación. Frente a la tristeza, cuya vivencia es causada por un mal presente, el miedo puede ser alimentado por la fantasía, más aún en los tiempos que corren, donde la imagen cumple un papel tan importante. Podemos ver este carácter social del miedo en el ejemplo de cómo padres aprehensivos engendran hijos temerosos. Esta naturaleza social del miedo aparece descrita en la Suma Teológica: «Vemos también en las ciudades que, cuando los ciudadanos temen, se retiran del exterior y se recogen cuanto pueden en el interior». Quien teme se retrae y guarda silencio. Una sociedad con miedo es una sociedad vulnerable, pues por miedo se deja de velar por el bien común y prima el interés particular.

Vemos en nuestra sociedad la presencia del miedo no solo como respuesta a fenómenos extraordinarios, a modo de lo que Tomás llamaba estupor, sino también a modo de admiración y congoja. Así, el miedo al fracaso o a lo inesperado puede ser una de las causas del bajo número de matrimonios y de hijos en nuestra sociedad. Temor frente a las dificultades económicas, a la pérdida de libertad o la propia incapacidad pueden retrasar indefinidamente la adopción de ciertos compromisos. Quizás esta sea la peor consecuencia de esta pasión: puede eternizar la pubertad, impedir el ejercicio de la libertad, mantener la propia existencia entre paréntesis. Sin duda alguna, hay razones de sobra para ser prudentes a la hora de tomar decisiones que nos implican vitalmente, sobre todo si son irrevocables; en nuestra condición de ser temporales, el futuro es impredecible y las cosas siempre podrían salir de un modo distinto al esperado. Pero, como bien lo entendió Aristóteles, la vida humana consiste en acciones. Si no nos determinamos, si no ponemos en juego nuestra libertad, la vida se padece. A diferencia de los seres no personales, la persona no puede alcanzar su última perfección si no se determina a sí misma en elecciones en las que van cerrando posibilidades y abriendo el futuro. Sin elección no hay propiamente futuro. Un ejemplo de lo que estamos intentando ilustrar es el matrimonio. El joven que, a pesar de cualquier incertidumbre, da un paso y decide casarse, manifiesta que tiene señorío sobre su vida, y si bien sigue estando el porvenir abierto a lo inesperado, hay algo que, con la gracia de Dios, puede asegurar: su fidelidad. El que decide casarse, si esa es su vocación, se abre a una infinitud de bienes de los que, de no haber puesto en juego su libertad, no habría podido gozar.

Frente a la tiranía del miedo, en la exhortación apostólica C’est la confiance el Papa Francisco nos propone la figura de santa Teresita y el camino del abandono: «La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz. En sus últimos días Teresita insistía en esto: “Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque es faltar a la confianza”. Si estamos en las manos de un Padre que nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo y otro, se cumplirá en nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud». El abandono y la confianza son el único remedio eficaz frente a un miedo paralizante. En otro texto dedicado al abandono, santa Teresita nos invita a vivir en el presente. El presente es lo único que nos pertenece y es en el único tiempo en que podemos ejercer nuestra libertad. Resignarse a permanecer anclados al miedo, como queda recogido en la parábola de los talentos, impide dar los frutos a los que cada uno está llamado, en una tarea decisiva para la que resultamos insustituibles.