El magisterio de la palabra
Hay quien dice que una imagen vale más que mil palabras. ¿Y si una palabra valiera más que mil imágenes? Estábamos acostumbrados, con Juan Pablo II, al siempre sorprendente magisterio de la imagen, tan plástico, tan telegénico, tan dominador de los tiempos y, sobre todo, de los lugares. Ahora, el regalo de Dios para nuestra Historia, que es Benedicto XVI, nos ha introducido en el magisterio de la palabra, de los conceptos, del sentido del mensaje. Una y otra vez, cinco, diez, y las más de las veces, la lectura de lo que el Papa dijo en Colonia no se agota para el espíritu inquieto, para el hombre condenado más a preguntarse que a responder. «¿Dónde encuentro los criterios de mi vida, los criterios para colaborar de modo responsable en la edificación del presente y del futuro de nuestro mundo? ¿De quién puedo fiarme? ¿A quién confiarme?¿Dónde está el que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón?». Vivimos un mundo entre interrogantes. El Papa los conoce, y nos conoce, bien. No en vano ha dedicado muchos de sus años a buscar la luz y a ofrecer la respuestas a los grandes retos que el pensamiento contemporáneo ha lanzado a la fe, a la esperanza y a la caridad.
Tiene Benedicto XVI el carisma de atrapar, en su raíz, los grandes conceptos que presentan las grandes preocupaciones del hombre de hoy, y presentarlos en un contexto de vida y de oración sin igual. La pedagogía de la nueva evangelización pasa, sin duda, por aquella fe que entra por el oído, la fides ex aditu del apóstol san Pablo. A Benedicto XVI hay que leerlo y escucharlo, escucharlo y leerlo, sin prisa, pero sin pausa. A Benedicto XVI hay saborearlo en los términos que cuidadosamente utiliza, en los planteamientos de fondo y de forma, en el hilo de su argumentación, en la lógica de sus textos, en los párrafos y en esas frases largas con las que da calado y profundidad al Evangelio y a su testimonio. Benedicto XVI, porque cree plenamente en el hombre, y en Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre, y en la Iglesia, camino del hombre, cree y confía en la palabra y en la transmisión de la palabra como fuerza de la fe. Vivir instalado en la Palabra, en el presente de la Revelación plena para el hombre, le acredita para decirnos que «la cuestión verdadera es la presencia de la Palabra en el mundo» y, después, añadir: «La palabra es el camino real de la educación de la mente». La vida explora la Palabra, y a Palabra forma la vida.
No fueron pocos los filósofos y teólogos que, a lo largo de los últimos siglos, se preocuparon por responder a la pregunta sobre la esencia del cristianismo y sobre la existencia del cristiano. Benedicto XVI, cuando era un destacado —y todavía joven— profesor tuvo una significativa contribución en esta horizonte con su Introducción al cristianismo. Sin embargo, ha sido en Colonia, ante la mirada atenta de un millón de jóvenes allí congregados, donde Benedicto XVI ha trazado el esencial perfil de la existencia cristiana y de su capacidad para transformar el mundo. En la reunión con los obispos de la Conferencia Episcopal, el Santo Padre recordó que, «en toda Europa, al igual que en Francia, en España y en otros lugares, deberíamos reflexionar seriamente sobre el modo en que podemos realizar hoy una verdadera evangelización, no sólo una nueva evangelización, sino con frecuencia una auténtica primera evangelización. Las personas no conocen a Dios, no conocen a Cristo. Existe un nuevo paganismo y no basta que tratemos de conservar a la comunidad creyente, aunque esto es importante. Se impone la pregunta ¿qué es realmente la vida? Creo que todos juntos debemos tratar de encontrar modos nuevos de llevar el Evangelio al mundo actual, anunciar de nuevo a Cristo y establecer la fe».
Por si alguien se llamara a engaño, lo que Benedicto XVI nos ha dicho en Colonia es que no existen fórmulas fáciles, menos magistrales de lo que se piensa, para la vida de fe. El Papa nos ha indicado un método, de hoy y de siempre, para la evangelización: el ejemplo de los Reyes Magos. Oyentes de la Palabra, iluminados por la palabra, se pusieron en camino, peregrinos de su ser, para encontrarse con un rey distinto del resto de los reyes conocidos hasta el momento; un rey «cuyo poder es diferente del poder de los grandes de este mundo». Benedicto XVI nos ha pedido que hagamos de este mundo un nuevo Belén, un lugar en el que sea posible el encuentro sobrecogedor con la grandeza de un Dios, que no se engaña ni nos engaña, y que nos conduce hacia la felicidad plena. Son muchos los hombres y las mujeres en la Historia que, con sus obras y palabras, han trasparentado a quien da la plenitud a la Humanidad, Dios hecho hombre, Jesucristo. «Los santos —nos dijo el Papa en la Vigilia con los jóvenes— son los verdaderos reformadores (…). Sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo para el mundo». El Papa ha iniciado su pontificado con una invitación a una renovada experiencia de Cristo y de lo cristiano, y de Iglesia, compañía necesaria para una experiencia única de libertad. La fe surge de la Iglesia y lleva a la Iglesia. En la Iglesia, las palabras producen el asombro de lo que significan y la sorpresa de lo que se espera. En la Iglesia, ni todo son palabras, ni sobran las palabras fundantes, las que nos ha recordado el Papa en Colonia.