En nuestra infancia aprendimos que para comunicar son imprescindibles las palabras. Más tarde descubrimos que los silencios también comunican. En descargo de los docentes hay que decir que, en el mundo occidental, desde la antigua Grecia, la palabra ha sido siempre la base de la comunicación y un factor clave de la cultura. En cambio, el mundo oriental ha considerado el silencio vinculado a la contemplación no solo como factor cultural, sino también como una fuente de sabiduría y espiritualidad.
¿Por qué no solemos buscar el silencio? Porque estamos condicionados por la agitación, la prisa y el ruido. Y si alguna vez encontramos silencios no sabemos qué hacer con ellos. Vernos reflejados en el espejo del silencio nos asusta y desconcierta.
Existe algo aún más preocupante que vivir en un ambiente de ruido ensordecedor: acostumbrarse pasivamente a ese ruido e incluso necesitarlo como sonido de fondo en todo lo que hacemos.
¿Cómo suelen reaccionar los jóvenes del botellón cuando por primera vez ascienden a una montaña? La soledad y el silencio los descoloca y abruma.
«El silencio no es una ausencia; es manifestación de una presencia, la presencia más intensa que existe», afirma el cardenal Robert Sarah. En esta vida lo verdaderamente importante ocurre en silencio. La sangre corre por nuestras venas sin hacer ruido, y solo en el silencio somos capaces de escuchar los latidos del corazón».
Hay momentos en los que las palabras distraen y estorban. Miguel Delibes, tras el fallecimiento de su mujer, escribió: «En las sobremesas, solíamos sentarnos frente a frente y charlábamos. Pero las más de las veces, callábamos. Nos bastaba mirarnos y sabernos. Nada importaban los silencios y el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue, todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad».
Pablo Neruda compuso el poema Silencio, del que selecciono un fragmento: «Yo que crecí dentro de un árbol / tendría mucho que decir, / pero aprendí tanto silencio / que tengo mucho que callar / y eso se conoce creciendo / sin otro goce que crecer, /sin más pasión que la substancia, / sin más acción que la inocencia».
Gerardo Castillo Ceballos
Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra